martes, 25 de marzo de 2008

Un Tibet modernizado contra su voluntad


Por Alfonso Otero (haotero@gmail.com)

En los pasados días los levantamientos de monjes y sectores populares en esta remota región bajo el dominio de China, han llamado la atención de la prensa internacional y han servido para las más diversas especulaciones acerca del origen que tienen estos violentos altercados. Las movilizaciones, que surgieron tras la conmemoración de un aniversario de un levantamiento anterior, se han explicado por el oportunismo de los dirigentes tibetanos que quieren llamar la atención del mundo justo a las puertas de los Olímpicos. También se ha asegurado que el problema tiene sus raíces en la figura del Dalai Lama y su oposición al gobierno chino, que denuncia el fanatismo religioso de los monjes y busca integrar esta región a China a través de vías de comunicación, proyectos productivos y generación de empleo. Otras versiones explican los desordenes por las desigualdades existentes en el acceso al empleo de los inmigrantes chinos a la región y los tibetanos, que carecen de la educación y las capacidades de los recién llegados.

Lo cierto es que el Tibet ha sido una de las regiones Chinas en dónde más ha invertido el gobierno chino en los últimos años. En su afán por acceder a ricos recursos minerales disponibles en las montañas tibetanas, los gobernantes de Pekín (o Beijíng) han construido un ferrocarril que ha facilitado en flujo de ciudadanos chinos, que están convirtiéndose en la principal fuerza económica de la zona. El turismo también se ha incrementado en los principales centros religiosos del Tibet, lo que ha aumentado las diferencias de ingresos entre pobladores urbanos y rurales. El rápido proceso de modernización ha sido incapaz de incorporar la mano de obra local, en buena parte por la velocidad del cambio, pero también por las diferencias culturales entre tibetanos y chinos.

Los tibetanos, mantienen su resistencia a los proyectos de desarrollo económico chinos, porque ni están en condiciones de aprovecharlos, ni quieren la rápida transformación de una zona que se ha caracterizado por el predominio de la población rural, las tradiciones tribales de sus gentes y las comunidades nómadas que ocupan las silvestres praderas y montañas. Para los habitantes de estas empinadas cumbres la necesidad de modernización no es urgente, pues sus objetivos, como sociedad y como individuos, no están en un aumento de las ganancias y los ingresos, sino en metas más espirituales y tradicionales. El respeto por el medio natural que han aprendido a valorar, pero que debido al calentamiento global está en riesgo, pues buena parte de las cumbres nevadas que los rodean están en proceso de descongelamiento, con terribles consecuencias para el suministro de agua no solo de ellos, sino también de los propios chinos, los hindis y otros pueblos de la zona.

Entonces, las fuerzas que se enfrentan en este conflicto no son de ninguna manera bandos religiosos o raciales, sino dos concepciones del desarrollo que se oponen y se excluyen. Lo raro no es que a pesar de los llamados a la paz del Dalai Lama se siga derramando sangre, sino lo extraño es que este pueblo se haya demorado tanto en reaccionar frente a una amenaza tan evidente.

Para Occidente queda la pregunta si es más conveniente apoyar el proceso modernizador impulsado por China, cuyos efectos sociales y ambientales ya se están dejando ver en otras provincias, o si la estrategia más conveniente es proteger esta región como una reserva cultural y biológica vital para la humanidad.

Sin duda el poderío militar de Beijing se impondrá sobre los esfuerzos de monjes, pobladores y comunidades, que carecen de mecanismos de defensa, más cuando la información hacia el exterior ha sido bloqueada. Es por ello que las manifestaciones de apoyo al levantamiento tibetano, deben extenderse y explicarse, no como un respaldo a un líder espiritual, el Dalai Lama, sino como un legítimo derecho de defensa de los pueblos que tienen poder determinar el ritmo y la orientación de su desarrollo.

sábado, 22 de marzo de 2008

Acceso a la modernidad y sexo

Por Alfonso Otero (haotero@gmail.com)

Cientos de miles de latinoamericanos buscan en el norte de América nuevas ilusiones y un futuro que les permita superar y olvidar las arbitrariedades de los poderosos, que en sus países de origen les han bloqueado las oportunidades de desarrollo, estabilidad y crecimiento personal. Buscan en la moneda dura y en una economía más diversa y generosa, empleo para elevar su nivel de vida y dejar atrás las privaciones a que se vieron sometidos en los lugares donde nacieron. Aunque por lo regular realizan trabajos de menor valía, sus ingresos son muy superiores a los que obtendrían en sus patrias en oficios de mayor nivel. Al dejar atrás sus raíces, tradiciones y familias, esperan tener una vida más digna y, en no pocas ocasiones, aspiran a contribuir con dinero y apoyar a los familiares abandonados, inclusive para que ellos también puedan dar el salto y disfrutar las bondades de un sistema opulento, dinámico y luminoso.

Pero en la actualidad los inmigrantes a Estados Unidos , ni se benefician con una moneda dura, ni encuentran una vida digna, pues los obstáculos existentes, para acceder a lo que llaman una “green card”, el documento que abre las puertas del mercado laboral legal, se han tornado cada vez más oscuros y miserables. De acuerdo con un reporte reciente del New York Times el sistema de aprobación de documentos de legalización de inmigrantes está cada vez más marcado por el sexo. La publicación americana señala que la moneda corriente para obtener papeles no es el dólar, sino el sexo.

Los agentes federales de inmigración, que cuentan con un enorme poder en el proceso de aprobación de documentos, han vuelto frecuente la solicitud de favores sexuales a los aspirantes a legalizar su situación en ese país. En días pasados una joven mujer fue presionada por uno de estos representantes de las autoridades norteamericanas, para que no solo satisfaciera sus demandas sexuales, sino para que le proporcionara datos de otras compatriotas, que estuvieran en situación similar, para “darles un empujón”, sabe Dios en qué forma.

El tema del sexo no es algo circunstancial en la sociedad americana. Ya el presidente Clinton había puesto en riesgo su investidura, por disfrutar de juegos eróticos con una practicante en la propia oficina presidencial, ahora el gobernador del Estado de Nueva York ha debido renunciar a su cargo, tras haber reconocido los enormes gastos personales que dedicaba a pagar prostitutas que le frecuentaban. Para acabar de completar la persona que lo remplazará acaba de confesar que también ha cometido este tipo de excesos y, por lo tanto, antes de que se lo destapen, se ha encargado de hacerlo público. La indignidad a la que son sometidas con increíble frecuencia las mujeres norteamericanas, que en todos estos casos han acompañado a sus maridos a compartir estrado mientras destapan sus andanzas, no es nada al lado del trato que reciben las mujeres inmigrantes. Esta violencia de género, no solo es una constante en la vida americana, sino que denota el poder y la doble moral de muchos dirigentes americanos, que de palabra son enemigos de este tipo de prácticas, pero en la realidad son capaces de chantajear, presionar y obligar a las mujeres a abandonar el respeto por sí mismas, por obtener una satisfacción momentánea.

Tal vez sea este solo un elemento de los muchos que deben considerar lo(a)s aspirantes a inmigrar a los Estados Unidos, pero lo que se debe destacar es que el precio de la comodidad, los altos ingresos y el confort es el desplazamiento de los umbrales morales, la nueva contabilidad de los riesgos que se está dispuesto a asumir y la economía del chantaje, del maltrato y de la degradación.

La condición para poder ingresar a esa modernidad es dejar atrás principios y valores que se consideran ahora obsoletos y adoptar otros comportamientos que se convierten en moneda corriente para poder ascender. Lo que no quiere decir que en nuestros países no existan este tipo de presiones y abusos, es más en nuestros países, el modelo tiende a ser reproducido y mucho más, cuando el ejemplo proviene de tan alto.

lunes, 17 de marzo de 2008

Paz sin fronteras

Por Alfonso Otero

El concierto convocado por Juanes y al que asistieron, además de miles de colombianos y venezolanos, seis importantes interpretes de la música popular, que vinieron de Europa y América Latina, se convirtió en un evento destacado, que dejó claro que para la mayoría de los ciudadanos de esta parte del continente las guerras entre países no tienen ninguna razón de ser. El derramamiento de sangre no tiene ningún sentido en una época en que las armas son contundentes y el heroísmo ha dejado de existir, para darle paso a tecnologías que en pocos días o hasta en horas podrían acabar con miles de vidas de ambos lados, que serían sacrificadas sin sentido y sin opción de salvación.

El emocionante concierto que permitió evidenciar la hermandad de venezolanos y colombianos, que levantaron las banderas de ambos países y entonaron las canciones que presentaron los artistas, desafortunadamente fue un fugaz encuentro, que a pesar de los deseos de algunos, se constituye tan solo en un evento de fin de semana, que para nada cambiará las relaciones tensas de los países bolivarianos.

La verdad es que a pesar de los abrazos en Santo Domingo y de las canciones en la frontera colombo-venezolana, los conflictos entre Colombia, Venezuela y Ecuador continuarán activos y, dadas las innumerables fuentes de diferencias, no solo entre los presidentes, sino también debido a los intereses enfrentados de las políticas económicas y sociales de los tres países, es muy probable que surjan nuevos problemas. Las fumigaciones, los flujos comerciales legales e ilegales, las bases militares, los planes para la defensa fronteriza, la compra de armamento, los amigos del norte y del sur, las intervenciones humanas y políticas, el apoyo a grupos simpatizantes de diferentes maneras y los intereses de terceros para crear conflictos, seguirán siendo un riesgo permanente, que solo podrá enfrentarse con verdaderos diplomáticos, con actitud de tolerancia, respeto por la diferencia y ausencia de prejuicios y preconceptos.

Aunque sabemos que nuestros mercados son interdependientes y que nuestras poblaciones comparten una cultura y una historia, las diferencias políticas se mantienen y el interés por hacer caer al vecino en trampas, por demostrar la inconveniencia del enfoque del contrario y en destacar las malas amistades de las autoridades del otro lado de la frontera. Ellos harán que volvamos a registrar enfrentamientos, malentendidos y diferencias. Hasta tanto no se construya una verdadera base de negociación sustentada en la confianza mutua, en la discusión racional de los problemas fronterizos y la búsqueda de soluciones conjuntas, para aquellos aspectos de la realidad que compartimos, no podremos definir un rumbo común, que indudablemente requerirá correcciones y ajustes, y que se podrá realizar, si cada una de las partes reconoce la interdependencia, la necesidad de acuerdos y lo imperioso de construir una política fronteriza conjunta. Esta convicción deberá llevarnos a respetar la orientación política de los gobiernos centrales, pero poniendo en lugar destacado los intereses de los habitantes de las fronteras y las necesidades comerciales y sociales de cada uno de los tres países comprometidos.

Confiemos en que los gobernantes demuestren estar a la altura de sus pueblos, y se percaten de que no se puede poner en riesgo la paz en la región, ni la armonía de pueblos que están ligados geográfica e históricamente. Las diferencias políticas deben demostrar sus bondades en sus respectivos entornos y de ninguna manera deben afectar las relaciones de buena vecindad. Debe prevalecer el análisis de la problemática concreta y se debe llegar a acuerdos que beneficien ambas partes.

La única forma en que este objetivo se puede lograr, es venciendo la indiferencia de las mayorías, y recogiendo el llamado de Miguel Bosé, para que este concierto sea solo el primer paso para que los colombianos, venezolanos y ecuatorianos acompañados de la comunidad iberoamericana defiendan la paz, desarmen los espíritus guerreristas y conquisten la libertad para todos los secuestrados, los que están ´presos en la selva, los que han sido despojados de sus recursos, los que han sido proscritos, los que carecen de servicios públicos y los desplazados por cualquier fuerza política, económica o armada.

martes, 11 de marzo de 2008

La violencia de las barras bravas

Por Alfonso Otero (haotero@gmail.com)

Los recientes eventos en el estadio de la ciudad de Cali, durante los cuales las barras bravas de un equipo local, agredieron a autoridades, propiciaron el ambiente para que más de sesenta aficionados terminaran en la clínica y destruyeron la infraestructura, que les permitía disfrutar un espectáculo deportivo, llama de nuevo la atención, acerca de las razones que existen para que se presenten tales manifestaciones de violencia.

No es Colombia el único país en que se registran estos incidentes. Este tipo de comportamientos se repiten en los estadios de fútbol tanto de Europa como de América Latina y aunque las autoridades diseñan estrategias para contrarrestar a los promotores de los disturbios y a los grupos que originan estos enfrentamientos, la violencia cada cierto tiempo reaparece, como si se tratara de algo consustancial con este deporte. Las ofensas a jugadores con color de piel oscura en Europa son muy frecuentes, y a pesar de las campañas contra el racismo, el fenómeno se repite con inusitada frecuencia.

Un espectáculo ideado para recrear y cambiar la rutina de decenas de miles de aficionados se ha convertido en una fuente de enfrentamientos y violencia, que convierte los estadios en escenarios de vandalismo y agresión. Los jóvenes trabajadores y estudiantes tras abandonar sus lugares de trabajo y centros de estudio, se ponen una camiseta y cambian su actitud cotidiana para convertirse en elementos de unos grupos, cada vez más alienados por unos dirigentes que encuentran en la violencia una forma de consolidar su poder y reafirmar sus ansias de provocar, agredir y causar dolor en sus oponentes. En ocasiones la violencia se convierte en una prueba de lealtad al grupo, que de esa manera crea lazos de sangre y procura defenderse comprometiendo a todos sus participantes en actores violentos, para así crear confusión y ocultarse entre la multitud, de manera que puedan evadir responsabilidades y comprometer en los hechos a los más débiles e inexpertos.

Estos grupos violentos tienen la característica de ser agrupaciones temporales, en las que domina el fanatismo y la intransigencia, en las que los miembros convocados por unos líderes vociferantes, agresivos y sin mayor formación, buscan impresionar y atemorizar no solo a sus contendores, sino también a la ciudadanía, para generar una sensación de dominio y poder en las calles, los barrios o los estadios. Carecen de principios o planteamientos racionales que los gobiernen, y solo aspiran a someter a los demás con el terror y la prepotencia de su actuar colectivo e irracional. La utilización de armas primitivas y la destrucción de infraestructura para llamar la atención de las autoridades, es una constante que busca demostrar en los enfrentamientos el supuesto valor y arrojo de sus miembros. Sin embargo, son capaces de movilizar numerosos seguidores por cuenta de la defensa de un pedazo de tela o una adscripción a un equipo.

Las condiciones previas para que estos jóvenes puedan ser absorbidos por ese fanatismo son el escepticismo, la desconfianza y la carencia de ideales que orienten sus vidas. La ausencia de motivaciones y la fragilidad que sienten en la vida cotidiana para transformar sus vidas, les lleva a convertirse en seres resentidos, que desprecian el orden, la riqueza, la normalidad y lo convencional. Su desprecio lo exteriorizan a través de la violencia, de la destrucción de infraestructura y vehículos, de la agresión contra lo institucional o tradicional, y en realidad tienen poco que perder, pues las pocas oportunidades que les ofrece el mundo moderno, no los estimulan a integrarse o compartir objetivos más nobles y espirituales. Es por ello que la única alternativa contra la violencia en los estadios es la atención a la marginalidad urbana y el aumento de la oferta de oportunidades de trabajo, recreación y desarrollo de la personalidad de los jóvenes, que los motive a buscar metas más altas y satisfactorias.

La falta de oportunidades convierte a muchos jóvenes en agresivas víctimas de fanáticos, pues ante el desempleo, las dificultades de acceso a los sistemas educativo y de salud, la pobreza y la descomposición social, las únicas emociones fuertes a las que pueden acceder estos adolescentes son esas aventuras dominicales de desahogo, excitación y alto flujo de adrenalina.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Las elecciones en el Tercer Mundo y sus limitaciones

Por Alfonso Otero (haotero@gmail.com)

Las elecciones en los países del Tercer Mundo, más que una forma de establecer consensos y de servir como instrumentos para establecer orientaciones en materia de política, se han convertido en fuentes de conflicto y razones para generar inestabilidad en los gobiernos.

Los casos más recientes de Kenya, Nigeria y Pakistán demuestran cómo, cuando no existe una cultura política, que haya logrado echar raíces y convertirse en el sustento de unos mecanismos de concertación y de aproximación a acuerdos, las elecciones por sí mismas no representan un instrumento que apunte a la estabilidad política, al desarrollo continuo de las economías y al mejoramiento de las condiciones de vida de la población

Enfocar la defensa de la democracia exclusivamente en el desarrollo de procesos de elección popular, no representa una fórmula de solución real, sino que termina con frecuencia en convertirse en una fuente de inestabilidad y, en no pocas ocasiones, en incentivo para que agentes políticos, a través de diferentes mecanismos, pretendan alterar los resultados electorales o inclusive forzar a los votantes para que depositen su voto como a los políticos les interesa.

El proceso electoral en Pakistán, que dejó como saldo la muerte de una de las candidatas más opcionadas para triunfar, Benazir Bhutto, y cuya fecha de realización debió ser reprogramada, debido a la zozobra que generó ese asesinato entre los paquistaníes, es un ejemplo de cómo en los países del Tercer Mundo son manejadas las elecciones. La constante a lo largo del debate fue la denuncia de presiones de toda índole contra los votantes, desde palizas contra opositores hasta amenazas de la policía si no se votaba “como se debía”.

En Kenya, uno de los países africanos más estables hasta ahora, el resultado de las elecciones fue un gran levantamiento popular, motivado por sospechas de fraude electoral por parte del mandatario de turno, Mwai Kibaki. La violencia hizo resurgir fenómenos, que parecían haber quedado en el olvido, de odios tribales que dejaron numerosas víctimas mortales y una nación al borde del caos. Este país centroafricano presenta una fuerte concentración de la propiedad de la tierra, en manos de parientes y amigos de los anteriores gobernantes, que se encargaron de apropiarse de buena parte de la tierra apta para cultivos, y registra altos índices de pobreza. E levantamiento popular tuvo como consecuencia fuertes flujos migratorios, que llevaron a las tribus a sus tierras originales, pero en ellas los desplazados no han encontrado oportunidades de empleo o tierras, pues unos y otras, están en poder de otros.

En Nigeria, uno de los principales países productores de petróleo, las denuncias por fraude electoral y presiones sobre el electorado, han llevado a un pronunciamiento de la Corte Suprema nigeriana, que ha apoyado al mandatario electo, pero que no parece conducir a la estabilidad del país. El gobernante originario de una provincia del norte, no ha logrado convencer acerca de sus habilidades como administrador, ni siquiera a sus propios partidarios, y esta falta de credibilidad conduce a un estado de débil gobernabilidad y desconfianza creciente. Las acusaciones contra algunos de los principales líderes políticos por corrupción no han podido ser acalladas, a pesar de las maniobras para silenciar a la oposición y a los fiscales anti-corrupción.

Es evidente que estas expresiones de la voluntad popular están sesgadas y distorsionadas por la violencia que se ejerce sobre los electores, pero también porque el poder real de las masas es limitado, y su voluntad no puede expresarse a través de los mecanismos electorales cada cuatro o más años. Es necesaria una participación más integral de los ciudadanos, no solo en las decisiones políticas, sino también en la vigilancia y el diseño de las estrategias de desarrollo local, regional y nacional. Sin esa apropiación de los destinos de esas naciones por parte de la gente del común, no tiene sentido hablar de democracias, pues las elecciones terminan por ser variantes de las votaciones que se registraban hasta hace poco en Irak o las que tienen lugar en Cuba cada cierto tiempo, con la diferencia, que al menos en estos últimos países, las elecciones no han estado precedidas de baños de sangre, como sucedió en los tres ejemplos aquí discutidos y que nos recuerdan la propia experiencia colombiana.

jueves, 7 de febrero de 2008

La sobrepesca, otra forma de violencia moderna

Por Alfonso Otero

Los pescadores de la costa noroccidental de África, en los últimos años, han visto disminuir las capturas de los principales productos marinos, que constituían su principal fuente de ingresos y la base de la nutrición de estas poblaciones costeras. En Mauritania, la pesca de langosta se ha acabado por completo, mientras las capturas de pulpo y camarón han venido decayendo, no solo en ese país, sino también en Guinea-Bissau, Senegal, Costa de Marfil, Sierra Leona, Liberia y otros países insulares y costeros. Las flotas que pescan en las aguas continentales de estos países, provienen en lo fundamental de la Unión Europea, pero también acceden a esos recursos de manera regular flotas de China, Rusia y otros países asiáticos, que cuentan con poderosas embarcaciones, tecnologías modernas, información satelital y acuerdos de explotación con los países propietarios del recurso.

Mientras tanto, las flotas pesqueras de los países africanos y el empleo en la industria han venido decayendo. La culpa, señalan los europeos, es de los propios países que aceptan acuerdos de explotación pesquera, que les proporcionan a los países costeros recursos para cubrir su déficit fiscal, y en no pocas ocasiones para alimentar las burocracias corruptas de África Occidental. Los gobiernos, sin realizar estudios previos, que informen acerca del potencial pesquero, otorgan licencias y cobran tasas a los explotadores del recurso, con la grave consecuencia que los inventarios de pesca van decayendo y la sobrepesca termina por agotar el alimento y la fuente de ingresos de los pescadores artesanales locales.

Las opciones para estos habitantes de la costa africana son pocas, frente a las poderosas flotas extranjeras que arrasan con los bancos de peces de sus costas y las escasas fuentes de empleo alternativo en sus propios países, deben mirar hacia otras regiones para poder emigrar y sobrevivir. La opción para estos marineros ha venido siendo utilizar esas pequeñas embarcaciones artesanales, para alcanzar las Islas Canarias, un territorio próximo a estas costas, que por ser parte de España, es una conveniente alternativa para saltar al continente europeo. Sin embargo, tan solo el año pasado, 6.000 de los estimados 31.000 inmigrantes ilegales que lo intentaron murieron en la travesía. Naciones Unidas estima que alrededor de 900 botes artesanales o piraguas arribaron durante 2007 a las islas de propiedad de España, trayendo africanos pobres que buscaban opciones de trabajo y supervivencia en los países desarrollados.

Los europeos, que ya agotaron sus propios recursos pesqueros costeros, y hoy tratan de ponerle orden a sus pesquerías, continúan la sobrexplotación de los recursos marinos más allá de sus fronteras. Europa es hoy el principal mercado de productos pesqueros del mundo, transando hasta por 14 billones de euros (20.6 billones de dólares) productos, que en buena parte entran de contrabando a la Unión Europea-UE-. El 50% de los productos pesqueros que se comercian en la UE tiene origen en países del Tercer Mundo, pero son capturados por embarcaciones extranjeras, que en su mayor parte utilizan las banderas de conveniencia, o sea banderas de países que no reconocen tratados internacionales, ni aplican normas rigurosas de responsabilidad ambiental y administración de recursos. En ocasiones son grandes embarcaciones que en alta mar trasladan de los barcos pesqueros a buques refrigerados la captura, para que sea procesada y desembarcada en diferentes puertos de Europa. Este tipo de operación hace difíciles los controles que algunos países pretenden imponer para poder administrar el recurso pesquero.

Este es otro ejemplo de la violencia real, económica y política que la modernidad impone a los pobres, que no son capaces de ponerse a tono con la globalización. Las nuevas opciones tecnológicas les arrebatan a los pescadores las opciones de vida, bajo el argumento de que los especialistas son capaces de aprovechar de forma más eficientes los recursos naturales, y al optar por un refugio bajo otros cielos, los inmigrantes son perseguidos y hostigados. Los modernos explotadores del recurso tampoco parecen ser eficiente en el largo plazo, pues la intensa explotación del recurso lo agota, y al final de cuentas se coloca en riesgo también el propio abastecimiento de los consumidores en los países de altos ingresos.

lunes, 31 de diciembre de 2007

PARAMILITARES: LA MODERNIDAD QUE NOS TOCÓ

(Reseña)

Por Juan Carlos Vargas Soler.
Economista UIS. Colombia.
Maestrado en Economía Social. UNGS. Argentina.

Examinar la realidad colombiana que atañe a nuestro conflicto social armado y reflexionar en torno a fenómenos interrelacionados tales como la insurgencia, la desigualdad socioeconómica, el narcotráfico y el paramilitarismo se convierte en una rigurosa tarea y en una indispensable necesidad para poder pensar opciones que conduzcan no solo a un mejor conocimiento de nuestra historia y de nuestra realidad sino también a construir escenarios que posibiliten una vida con sentido, justicia, dignidad, paz e inclusión social en Colombia.

El libro “Paramilitares: La Modernidad que nos tocó” del profesor Alfonso Otero aporta en esa dirección. En efecto, a partir de una novedosa lectura del conflicto social colombiano y del fenómeno del paramiliarismo, dada por la perspectiva posestructuralista de Bauman, se coloca a la modernidad tardía en el centro de la reflexión y el análisis. En particular, se pone de relieve que los procesos de reestructuración y modernización empresarial, estatal, tecnológica y económica alimentan no solo los conflictos sociales al generar escenarios de precarización, inestablidiad, inseguridad y desigualdad socioeconómica, sino que también contribuyen a la modificación del modus operandis de las organizaciones armadas (a través de las masacres por contrato u outsoursing, por ejemplo) y a la creación de comunidades e identidades en torno a ellas.

Se trata pues de un enfoque teórico, analítico y reflexivo, novedoso, que sitúa a la realidad colombiana, a nuestros conflictos y problemáticas y a nuestra historia reciente en el marco más amplio de los procesos de modernización contemporánea, que acompañan y alimentan el cambio de época desde las sociedades del trabajo asalariado hacia la fase histórica de la globalización del capital, de la ética del consumo y de las identidades móviles, con múltiples consecuencias de tipo político, económico y cultural en la vida social.

En concordancia con lo anterior, a lo largo del texto se desarrolla la hipótesis según la cuál “el fenómeno paramilitar es el resultado del proceso de modernización del país, que ha atravesado por diversas etapas en muy corto tiempo, y que a lo largo de su trasformación ha tenido una influencia inmensa en la formación de valores y no-valores de la sociedad colombiana” (Pg. 37).

La pregunta por el surgimiento y el desarrollo del paramilitarismo lleva al autor a hacer una reflexión en torno a la razón de ser de esas organizaciones armadas y a hacer una periodización de su desenvolvimiento, que parte de la creación de grupos de autodefensas campesinas como mecanismos de protección de la propiedad privada y de seguridad de campesinos y terratenientes ante el accionar guerrillero,, proceso que sufre una metamorfosis con la aparición y el desenvolvimiento del paramilitarismo –en su interacción con el narcotráfico- y que deriva en la crisis y fragmentación de la comunidad paramilitar, la cuál se evidenció en sus conflictos internos, en la pérdida de su autonomía y en la trasformación de sus objetivos originariamente anticomunistas.

El trabajo además de indagar por el surgimiento y la evolución del fenómeno paramilitar en Colombia desde principios de los años ochenta, pone de relieve las perversas consecuencias de tipo ético, moral, político y social que el accionar del narcotráfico y del paramilitarismo trajo para la sociedad colombiana en general, y para la población juvenil en particular (la cuál empezó a ver en los capos narcos y en los jefes paras los referentes para su accionar y su consumo cultural).

En efecto, se advierte sobre la profunda descomposición social, pérdida de valores y configuración de anti-valores a la que asistió la sociedad colombiana en las últimas décadas de nuestra historia; descomposición y fragmentación que trajo consigo la pérdida de miles de vidas humanas, cerebros críticos y mentes brillantes y la naturalización de políticas del terror y la muerte. Con ello, como bien lo ilustra la carátula del libro, la sociedad colombiana le dio luz verde a la guerra y a la barbarie, despojando al respeto por la vida, la dignidad, la igualdad y la libertad, como valores supremos de la interacción, la integración y la cohesión social. Como sustitutos aparecieron triunfantes y se reforzaron las culturas del dinero fácil, del poder de las armas, de la corrupción, del clientelismo y “del matar para seguir matando y condenarnos al abismo”.

Pero no solo a nivel ético y moral se sintieron los efectos de la modernización, del narcotráfico y del paramilitarismo. A nivel económico contribuyeron al debilitamiento de las organizaciones sindicales, a la precarización de las condiciones laborales, a la pérdida de fuentes legales de trabajo y a la consolidación de proyectos económicos vinculados a la actividad inversora narcotraficante y paramilitar (compra de armas, tierras y otros inmuebles), que alimentaron no solo la concentración de la riqueza, sino que también generaron condiciones materiales y culturales para que los jóvenes vieran al narcotráfico y al paramilitarismo “buenos” como opciones laborales.

A nivel político la modernización, el trabajo conjunto y los contratos desarrollados entre propietarios de haciendas, narcotraficantes, algunos militares, gobernantes y paramilitares, según lo insinúa Otero en su libro, contribuyó a que se generara una reconfiguración del poder político en el país de la cuál las organizaciones paramilitares salieron ganadoras, pues les permitió tener una injerencia creciente en el territorio nacional y en la vida política desarrollada en él, a través del desarrollo de un proyecto nacional de las AUC. No obstante, se muestra cómo la interacción de los bloques paramilitares con el narcotráfico, terminó por minar y fracturar dicho proyecto al primar los objetivos lucrativos del tráfico de drogas y armas sobre los de la lucha antisubversiva.

El libro del profesor Otero, en última instancia, constituye un interesante trabajo de reflexión y análisis sobre una realidad que tenemos que enfrentar, pues es nuestra, en tanto afecta nuestras vidas y nuestras posibilidades. Su lectura debiera ser punto de referencia para reflexionar y discutir en torno a nuestros problemas y conflictos sociales y a partir de ello pensar una sociedad mejor, una sociedad -como lo advertía el maestro Estanislao Zuleta- “capáz de tener mejores conflictos; de reconocerlos y contenerlos; de vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos; pues solo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz”.