lunes, 28 de septiembre de 2009

El Salado o la trivialización del sufrimiento

Por Héctor Alfonso Otero

La reciente campaña de la W que pretende dar a conocer y respaldar a los afectados con la masacre de El Salado, ha banalizado un hecho de la mayor gravedad y que, es evidente, resulta incomprensible para quienes parecen incapaces de meterse en el pellejo de las víctimas. Ni a los periodistas de la W, ni a muchos colombianos les ha tocado el corazón la terrible realidad por la que han pasado muchos de nuestros compatriotas. En contra de lo que dice el mensaje principal de la campaña en la voz de Sánchez Cristo, quién en tono de profeta sin mensaje, llama a imaginarnos lo que pasó en esas terribles horas, resulta muy difícil y hasta contraproducente repetir y volver a narrar una masacre, que solo pudo ser realizada por unos monstruos sin sentimientos y con unos objetivos rastreros. Esa masacre no es el único ejemplo de lo que fue el genocidio cometido de manera sistemática por los paramilitares. Nombres como Mapiripán, La Gabarra, La Chinita, El Aro, Chigorodó, son todas localidades por las que pasó la mano criminal de los asesinos más despiadados, crueles e insensibles de que se tenga registro.
Una tragedia como la que vivió el país, en una estrategia compuesta de amenazas, asesinatos, magnicidios, secuestros, terror, bombas y muchas otras acciones violentas, terminaron por obligar a millones de campesinos, sindicalistas, maestros, comerciantes y ciudadanos del común a abandonar sus pueblos, sus tierras, sus negocios y sus escasos bienes para salvar sus vidas. Las pérdidas de bienes fueron inmensas, pero lo peor fue el terror que impusieron los asesinos y que llevó a las víctimas a callar, aceptar y convivir con las acciones delincuenciales, sin defensa posible. La deliberada ausencia o displicencia de las autoridades se hizo evidente y la complicidad con los asesinos contribuyó a esparcir el miedo y la ciega obediencia a las órdenes de los ejércitos armados y de los soplones que denunciaban a sus enemigos con o sin justificación.
Los medios de comunicación les otorgaron el espacio a los comandantes de las Autodefensas para propagar sus justificaciones y divulgar con grandilocuencia su poderío y sus veladas amenazas. La población de estos poblados, en cambio, no tenía forma de divulgar su tragedia, ni de proteger a sus líderes: la indefensión era total y los victimarios podían avanzar a sus anchas, apropiarse de los bienes de la gente corriente, hacerse asignar los contratos de los gobiernos municipales, ubicar su gente en la administración y en las listas de los grupos políticos, que pronto se dieron cuenta que podían utilizar el dominio de esos grupos para sacar partido en la lucha electoral.
Débil favor se hace a las víctimas cuando se las entusiasma a regresar a sus tierras, cuando los asesinos y autores intelectuales andan sueltos y cuando en muchas regiones los ejércitos ilícitos se están recomponiendo. El problema de la propiedad del suelo no se ha resuelto, las expropiaciones no se han revertido y la verdad todavía es un caja de Pandora que si se abriera con seguridad salpicaría a demasiados auxiliadores por lo alto del paramilitarismo y beneficiarios de tráfico de drogas. Los altos mandos de las fuerzas armadas, dirigentes políticos, líderes regionales, representantes de empresas transnacionales y hasta algunas embajadas y consulados se descubrirían como los verdaderos inspiradores e impulsores de las bandas delincuenciales que fueron creadas no solo para responder a la guerrilla, sino también para eliminar a los líderes opositores y a todo disidente. La eliminación física de los opositores se cumplió con eficiencia y certeza, pero la campaña para extender el miedo a todos los antagonistas continúa, ya no son militantes de la UP, ni defensores de derechos humanos, ahora son los magistrados de las altas cortes, los políticos que luchan por una negociación de paz y por un país en el que se cumpla la Constitución y hasta los jóvenes que le dicen con sinceridad al presidente que tiene huevo.
Falta todavía mucho para que la mayoría de los colombianos entienda que el respaldo otorgado en las dos últimas elecciones a los políticos y a los partidos, que estuvieron detrás de todas estas acciones, es también una afrenta contra el sufrimiento de las víctimas.