martes, 16 de octubre de 2012

Paz inviable u oportunidad


Por Héctor A. Otero
Frente a un nuevo proceso de negociación entre el gobierno y la insurgencia, surge, como siempre, la pregunta de cuáles son las verdaderas intenciones de los representantes de las principales fuerzas de este conflicto.  El gobierno ha dado señales claras de querer salir de la encrucijada de una guerra que no tiene final y ha confiado en que los duros golpes propinados a la insurgencia (en especial la muerte de sus principales líderes, tanto en combate como por la edad) en los últimos años, permitirá un nuevo punto de partida que posibilite llegar a resultados por completo diferentes a los de las experiencias anteriores.
La insurgencia, que se sabe disminuida, quiere una reingeniería, en otras palabras, busca presentar una nueva cara y aprovechar unos escenarios internacionales para mejorar su imagen, que ha sido afectada por la incapacidad de sus nuevos líderes de conectarse con la opinión pública.  Pero también está detrás de darle un aire nuevo a sus frentes, que no dejarán de actuar, pero que se verán estimulados al encontrar que sus líderes nuevamente ocupan páginas en la prensa y su imagen se vuelve corriente en los noticieros y páginas de internet.
Las figuras que han sido nombradas por las partes son todas figuras de la línea dura, lo que hará de la negociación una verdadera confrontación entre extremos.  El resultado, como siempre que se enfrentan los extremos, es bien probable que sea un pronto rompimiento, pues los lenguajes y más aún los objetivos de este esfuerzo pueden identificarse pronto como incompatibles.  La otra opción, es que algunos de los menos radicales negociadores traten de interpretar al contrario y se pueda acceder a un diálogo, en el que se logren acuerdos pequeños y tal vez intrascendentes, pero que sirvan de base para mantener la mesa viva.
El diálogo podrá continuar, siempre que se reconozcan diferentes aspectos de la realidad que han cambiado durante los últimos años: la importancia relativa del campo en Colombia ha disminuido de manera radical, la concentración de los medios de comunicación, que forman la opinión pública y le darán aire o ahogarán el proceso, será definitiva en la percepción que tengan los ciudadanos de este diálogo, y las fuerzas políticas que se encuentran polarizadas y dispersas, deberán realinderarse de forma que puedan apoyar el proceso o buscar nuevos rumbos alternativos.
El primer punto de la agenda que se ha acordado, será vital para las aspiraciones de la insurgencia, que busca congraciarse con sus bases rurales, ofreciendo la posibilidad de restituir tierras y lograr una reincoporación digna a la sociedad civil para sus simpatizantes y militantes.  Una ventaja, será que no van a ser muchos quienes se acojan a esta opción, y aquellos que lo hagan se ubicarían sobre todo en áreas marginales, con pocas posibilidades para el desarrollo de esas unidades productivas.   Esta no será una reforma agraria como se concebía en otras épocas, será tan solo una recuperación de derechos, pero sin posibilidades de construcción económica, pues ni la situación actual del campo lo permitirá, ni los acuerdos comerciales recientes ofrecerán posibilidades para que las pequeñas propiedades rurales tengan futuro.  Para el gobierno ceder en estos aspectos tendrá un bajo costo y será fácil ponerse de acuerdo en muchos puntos que no modifiquen la propiedad de los núcleos rurales asociados con la gran producción.
La forma como se presentará este diálogo a los colombianos será definitiva para que se pueda llegar a algún acuerdo.  Las fuentes de noticias, que el presidente Santos conoce muy bien, definirán la forma como se van a presentar las negociaciones.  De la imparcialidad y discreción en el manejo de la información dependerá la imagen que se forme la opinión pública del papel de las partes.  En especial si consideramos el hecho comentado acerca del radicalismo de los negociadores y el afán de figuración de todos ellos.  En ese sentido será muy importante encontrar adecuados medios de comprobación y seguimiento de los acuerdos logrados, para que no exista la posibilidad de interpretaciones maliciosas ni evasión a los compromisos.
Por último, la estructura política colombiana, que jamás ha sido fuerte desde el punto de vista ideológico, pero si ha tenido  mecanismos de cohesión partidista, en este momento encuentra unos movimientos políticos débiles, después de ocho años de desinstitucionalización.  Esta debilidad, si los colombianos quisieran aprovecharla,  sería ventajosa para conformar nuevas alternativas y alianzas con contenido y bases ideológicas, pero lo más probables es que en este mar de confusión, mentiras y manipulaciones, los acuerdos no puedan contar con un respaldo político importante que permita imponer la voluntad de quienes quieren la paz.  Mientras estos aspectos no se resuelvan este proceso será inviable.

martes, 28 de agosto de 2012

La verdad detrás del mito de Escobar


Por Héctor A. Otero M.
La profusión de programas, series, documentales y entrevistas que han aparecido en los medios de comunicación en los últimos meses, refuerza la impresión, de que el tema del narcotráfico es el único que es permanente en la televisión y el cine colombiano.  Una y otra vez nos han presentado las declaraciones de “Popeye”, Gaviria, Pardo y Pastrana, y la tesis siempre es la misma: que el personaje más importante de la historia reciente en Colombia es Pablo Escobar Gaviria, y que todos los males de este país se explican por la introducción de las prácticas mafiosas en el negocio ilícito del tráfico de drogas que este propició.
Es lamentable que un periodo tan agitado de la historia, se reduzca a la vida de un delincuente que pareciera haber infiltrado todas las esferas de la vida de nuestra sociedad, lo cual de ninguna manera puede ser cierto.  El cambio que se registró en nuestra sociedad en los años ochentas y noventas del siglo pasado, no fue solo resultado del ascenso de los grupos de narcotraficantes, así hayan sido ellos un factor muy importante.  Los cambios que sufrió el país durante la década  perdida de los ochenta, abarcaron no solo una intensificación de la guerra, sino también cambios en las estructuras de las familias, niveles de concentración urbana altos, un aumento de la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, un cuestionamiento creciente acerca del papel de los organismos de Estado en la vida cotidiana, una mayor liberación de los jóvenes en materia sexual y una mayor permisividad en el consumo de drogas y alcohol.  Los diferentes grupos guerrilleros aunque hacían presencia en diferentes regiones, eran débiles en materia militar y no contaban con recursos para financiar una guerra que demandaba cada vez más dinero y combatientes.
Los gobiernos del Frente Nacional que habían gobernado desde los años cincuenta y habían limitado la participación política de nuevos grupos, dieron paso a nuevos dirigentes que trataron de romper la hegemonía de los partidos tradicionales y explorar nuevas oportunidades políticas y gremiales.  El campo que había sido objeto de una política agraria de vaivenes, había perdido muchos de sus habitantes y cada vez representaba un aspecto de la realidad que perdía importancia.  La gran masa de trabajadores urbanos y de desempleados citadinos se convertía en un factor cada vez más importante de la política y, aunque la participación electoral era baja, el trabajo con las comunidades urbanas se volvía cada vez más importante.  Los medios de comunicación, radio y televisión, empezaban a jugar un papel importante en la formación de la opinión pública.
Los gobiernos de la década del ochenta fueron de transición, que buscaban afanosamente consolidar la paz, pero que se encontraban frente a una situación de orden público terrible y compleja, debida a los numerosos actores violentos que generaban una confusión total, cada vez que se registraban hechos violentos.  La creciente ola de delincuentes vinculados a los grupos de narcotraficantes, al lado de numerosos grupos guerrilleros de la más diferente orientación, empresas de seguridad que armaban a los celadores y vigilantes, generando elementos de incertidumbre e inseguridad, delincuentes comunes que se servían de este caos para sacar beneficio personal.  Todo este enjambre de relaciones llevaba a que cualquier acto violento se volvía motivo de especulación y promovía diferentes teorías conspirativas. 
Lo cierto es que en ese entramado de nuevas relaciones el narcotráfico fue solo un elemento que sirvió para aprovechar una juventud desconcertada y sin norte hacia actividades ilegales que eran muy rentables.  La guerrilla encontró espacios para consolidarse, el tráfico de narcóticos amplió su capacidad corruptora y los alcances del negocio.  Los políticos se dieron cuenta que el crecimiento del Estado hacia de la política un excelente escenario para llenarse los bolsillos, con contratos y participación en la repartición presupuestal.  Otros vieron que las alforjas cada vez mas llenas de los traficantes eran también un elemento que podía ayudarlos, no solo a enriquecerse, sino a incidir sobre los resultados electorales.  La corrupción fue amparada y protegida por el Estado, por los políticos y en no pocas ocasiones por jueces corruptos que también querían participar de la repartija, que dejaba tan buenos dividendos, gracias a la modernización de una economía y una sociedad que hasta ese momento eran patriarcales e ingenuas.

jueves, 24 de mayo de 2012

Aprender de nuestros ancestros


Por Héctor A. Otero
Desde que pisaron tierra los aventureros españoles que llegaron a América, los indígenas han sido tratados como individuos sin valores ni principios.  Esta actitud sigue extendiéndose inclusive entre los jóvenes y los campesinos que comparten la discriminación con ellos.  La idea de que el indígena es solapado, perezoso y avivato es un argumento de quienes buscan arrinconarlos y desprestigiarlos, con el fin de sacar provecho de ellos, y son muy pocos los que luchan por colocarlos en el verdadero lugar que les corresponde.
La aplanadora de la modernidad y la globalización tiene entre sus víctimas menos nombradas a las comunidades indígenas, que durante siglos han luchado contra unos “blancos” violentos y sin misericordia, que buscan por sobre todo expropiarle sus tierras, sobre las que no han tenido títulos, porque nunca pensaron que se necesitase un papel y un permiso para poder recoger plantas, semillas y nueces o para pescar, cazar o recolectar piezas animales para alimentarse.  Ellos que por siglos se movieron por las selvas y las planicies libremente, que recorrieron los ríos y caminaron por las sabanas, ahora se ven compelidos a reducirse a espacios mínimos, en los que su vida no está garantizada y su actividad espiritual y cultural no puede desarrollarse, todo por una lógica pragmática y egoísta.
Hoy, una pequeña comunidad indígena de los Llanos Orientales, que durante mucho tiempo fue pescadora, recolectora y en menor grado cultivadora de especies típicas de la llanura como la yuca brava, es presionada por las grandes inversionistas petroleros (Oleoductos de los Llanos-filial de Ecopetrol y Pacific Rubiales) y por el gran capital que pretende desarrollar una agroindustria (La Fazenda-Aliar S. A.), sin respetar ni las comunidades ni la naturaleza de los lugares a los que han llegado.
La comunidad Achagua-Piapoco, que solo desde 1983 cuenta con un pequeño resguardo, se encontró con que por las tierras que ellos habían recorrido y  en las que habían aprendido a sobrevivir, iban a pasar un gran tubo, por el que iba a circular el líquido negro que mueve a la sociedad “blanca”.  Pero además descubrieron, que justo al lado del resguardo que les había sido asignado, iban a instalar una gran porqueriza que cambiaría el entorno y las formas tradicionales de vivir en la región.
Estas comunidades que habían creado su propia explicación de cómo funcionaba el mundo y habían estructurado unas jerarquías, que les ayudaban a todos sus miembros a enfrentar las enfermedades y las aflicciones espirituales, vieron como por debajo de un cuerpo de agua en el que ellos enseñaban a sus hijos a pescar con arco y flecha, iban a pasar una gran serpiente: el oleoducto entre Rubiales y Monterrey (Casanare).  Ese Charcón en el que tenían lugar las ceremonias de iniciación de los jóvenes cambio: sus aguas se enturbecieron, la pesca disminuyó y los espíritus empezaron a enfurecerse, por que los líderes de los Achaguas no habían sido capaces de hacer respetar esos lugares sagrados y ceremoniales.  La comunidad empezó a temer por su existencia, porque los espíritus que siempre habían sido generosos con ellos, ahora sentían que esta invasión, era una traición de los seres que viven en el mundo de en medio (en oposición al mundo de arriba y al mundo de abajo) que no respetaban a los espíritus de otros mundos.
La verdad es que quienes los están amenazando no son los espíritus, son la codicia y el irrespeto por la historia y las condiciones de vida de unas comunidades cada vez más débiles y aisladas.  Unos inversionistas con la llave del capital y el conocimiento, llegan desde distantes tierras a desconocer y menospreciar la sabiduría acumulada por siglos, pero desconocida para los dueños del dinero.  La Constitución de Colombia en el artículo séptimo señala que el Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la nación, sin embargo el afán de llenarse los bolsillos hace que se pase por encima de los más débiles y se acabe sin misericordia con sus lugares sagrados, sus fuentes de alimentos y toda su cosmogonía.  La obligación de todos los colombianos es salvar esos restos de culturas que nos antecedieron y que no hemos tenido la fortuna de conocer, porque las hemos estado acabando.  Es hora de pensar de otra manera y la Corte Constitucional ha sentado unas bases importantes para ello.  Volvamos a mirar hacia nuestros orígenes que tenemos mucho que aprender.

lunes, 23 de abril de 2012

Los guardaespaldas de Obama y el TLC


Por Héctor A. Otero M.
El escándalo de las andanzas del servicio secreto de la presidencia de los Estados Unidos en Cartagena ha puesto de presente las consecuencias de abrir un mercado con pobres recursos a una demanda con gran capacidad adquisitiva.  Los poderosos y bien pagados guardaespaldas del presidente de la única potencia indiscutida, se sienten reyes en un país que se abre a sus deseos, que valora su moneda y necesita desesperadamente sobrevivir.  La enorme atención que se dispenso a la comitiva norteamericana  y las concesiones que se hicieron a sus miembros, les permitieron contratar, en las condiciones que ellos quisieron a unas trabajadoras sexuales y permitirles ingresar a sus habitaciones.  Ellas, a pesar de que nos habían advertido a todos los colombianos, que Cartagena solo estaba disponible para las comitivas de la Cumbre, lograron ingresar a lugares que nadie se hubiera imaginado, estuvieran abiertos a normales ciudadanos, sin embargo el poderoso “Don Dinero”, se convirtió en el “ábrete Sésamo” de las habitaciones privadas de quienes debían responder por la seguridad del mandatario más vigilado del mundo.
Este ejemplo de lo que pueden lograr los agentes del imperio, con sus dineros y su suficiencia, se repetirá a partir del próximo mes, de manera más frecuente y, sobre todo, bendecida por los padres de la patria que firmaron y ratificaron el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos de América.  Los poderosos empresarios del norte, con sus patentes, su maquinaria y sistemas, sus capitales y conocimientos, se enfrentaran a un mercado con una tecnología precaria y dependiente, en enormes proporciones, de los desarrollos tecnológicos americanos, una industria con escasas ventajas competitivas y un mercado laboral precario y muy barato.
El ingreso promedio de un ciudadano de los Estados Unidos de América, según la calculadora de la BBC Mundo, es US$3.263/mes mientras el promedio del colombiano es US$692/mes, lo que indica que el poder adquisitivo de uno y otro trabajador.  Con lo que sobrevive el promedio de los colombianos es solo una quinta parte de lo que se gana el trabajador medio en ese país, en otras palabras si usted gana un millón de pesos, el trabajador equivalente en las tierras del Tío Sam gana 4,7 millones. Su colega, por tanto cuando venga a pasar vacaciones, podrá pagar una habitación cinco veces mejor, podrá ir a los restaurantes en los que con su dinero apenas podría pagar la propina al empleado, podrá conocer mejor su propio país pues podrá viajar, ya sea por tierra o en avión, cinco veces la distancia que usted recorre en sus días de descanso.
La conducta de los guardaespaldas de Obama, no solo se repetirá, sino que se convertirá en algo corriente y cotidiano.  Esta es solo una pequeña muestra de lo que para el promedio norteamericano significan las contrapartes de los tratados de libre comercio.  No así para los inversionistas, que saben que ya se ha hecho el trabajo previo de eliminar los derechos de los trabajadores y ajustar la legislación a conveniencia de las multinacionales; para ellos será todavía más fácil manejar no solo a los trabajadores, sino también a los pequeños empresarios, que no solo serán una presa fácil, sino que sentirán que, al ceder sus posiciones, se está modernizando el mercado local.
La entrada en vigencia del TLC con los Estados Unidos servirá para que muchos productos nacionales sean sometidos a una competencia implacable, mientras las empresas que no puedan competir, cerraran sus puertas o reducirán sus nóminas con pérdidas importantes de empleo.  Las empresas norteamericanas aprovecharán los bajos salarios para desarrollar procesos intensivos en mano de obra.  Algunos sectores, como el de los servicios médicos, que tienen ventajas en materia de costo de la mano de obra se desarrollaran, para prestar servicios a los clientes extranjeros, mientras la atención en salud primaria a la población continuará deteriorándose.
Los servicios turísticos y sus actividades conexas se verán estimulados, pero el trato que se le dará en general a los colombianos será el mismo que le dieron los guardaespaldas a las señoritas que les atendieron “a domicilio”, o como ellos dicen “to go”

domingo, 15 de abril de 2012

Hablándole a Obama al oído


Por Héctor Alfonso Otero M.
Uno de los factores que más inciden en la violencia que se extiende por el mundo, es la compra de armas. Es evidente que el gasto en este rubro alimenta no solo a poderosos industriales, sino a muchos comerciantes y burócratas, que sirven de intermediarios, y obtienen por esos buenos oficios, enormes ingresos.   Es necesario reconocer que las cifras del gasto armamentista no se van todas en los costos de producción de estos instrumentos de guerra, sino que buena parte de ese dinero se destina a aceitar la maquinaria del tráfico lícito e ilícito.
Aproximarse a las cifras de gasto en armamento da luces acerca de los enormes incentivos que genera el tráfico de armas.  Durante el año 2010, según el SIPRI, Instituto Internacional para la Investigación de la Paz en Estocolmo, se invirtió, por parte de los diferentes gobiernos, la suma de 1.630 billones de dólares, cifra comparable con el valor de los bienes producidos durante ese mismo año en la India.  En efecto, el PIB total para ese año del subcontinente indio, con más de un billón de habitantes, alcanzó a ser de US$1.727 billones según el Banco Mundial.  Sólo los Estados Unidos de América gastaron US$698 billones, o sea una cifra equivalente al PIB de Suiza un país neutral, que aún discute hasta que punto sus fuerzas militares deben portar armas. La cifra también es similar al gasto anual de los norteamericanos en compra de petróleo.
Otros importantes compradores de armas son China, la Gran Bretaña y Francia.  El primero de ellos aunque solo invierte la sexta parte de lo que gasta la principal potencia del orbe, invirtió 119 billones, o sea todo lo que produce anualmente un país como Bangladesh, uno de los países más densamente poblados del mundo y con mayores problemas de pobreza (143 millones de habitantes, un habitante por km2). Los países europeos (Inglaterra, Francia, Alemania e Italia) cada uno invierte poco menos de la mitad de la cifra que se reporta para China.  La sola inversión de la Gran Bretaña alcanza una cifra similar al PIB del Ecuador.  Los diez principales compradores gastan en armamento el 75% de todo lo que se invierte en el mundo en armamento según el SIPRI.
Solo una cifra más, las compras de armas de los Estados Unidos representan el 4,8% del PIB total de ese país, lo que quiere decir que es uno de los sectores que más se benefician del gasto público.  ¿Cómo podría ese país abandonar las guerras y promover la paz en el mundo, cuando uno de los ejes de su crecimiento y su capacidad productiva está orientado a producir armamento?
Considerando que los países desarrollados son los principales compradores de armas, y además son los principales exportadores de estos instrumentos de guerra (incluidas Rusia e Israel), vemos que el proceso modernizador no puede sino convivir con los instrumentos de guerra, y mal podría prescindir de ellos, cuando significan enormes utilidades, control de muchos regímenes y generación de puestos de trabajo.  En los últimos años la China ha pasado de ser comprador a productor de armas, y se espera que en el próximo futuro, entre a competir con los Estados Unidos y Rusia por el predominio del mercado de aprovisionamiento de armamento.
Cuando la compra de armas, en una sociedad como la americana, tiene una importancia similar a la de la demanda por combustibles, está claro que el funcionamiento de esa economía le debe mucho al sector que las produce.  ¿Cómo puede prescindir un país de un sector que representa el 5% del total de la producción nacional?  Transformar esa industria militar será necesariamente un proceso lento, que si bien por sus niveles tecnológicos podría contribuir notablemente al desarrollo de otros sectores, requiere de decisiones muy difíciles y de una voluntad política firme y decidida.  Sería necesario plantear una política externa que se deshaga de falsos imaginarios de potencia internacional y policía del mundo, para convertirse Norte América en un factor que garantice en el mediano y largo plazo la sobrevivencia de la especie y la convivencia de la comunidad internacional a partir de la resolución del verdadero problemas de este mundo: la esquiva creación de trabajos y la adecuada disposición de esfuerzos para que se desconcentre el desarrollo económico.

lunes, 9 de abril de 2012

Gaitán actual



Por Héctor Alfonso Otero M.
En 1998 se cumplían cincuenta años del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, y se me ocurrió ingenuamente, que era una fecha importante para que el partido, en el cuál militó el inmolado líder, realizara un homenaje, a quién se constituyó en el político más querido y admirado en la política del siglo XX.  Presidía el Partido Liberal Colombiano Juan Manuel Santos Calderón y pensé que una propuesta de conmemoración en grande sería una ocasión para que el partido de oposición, en ese momento, recordara una de las gestas populares más trascendentales de nuestra historia: el levantamiento popular conocido como “El Bogotazo”.  La propuesta que le envié al hoy presidente de la nación, nunca tuvo respuesta.  La celebración de los cincuenta años del  9 de abril, fue una sobria ceremonia organizada por unos pocos gaitanistas, la mayor parte de ellos personas mayores, que de alguna manera habían sido testigos de los hechos violentos, que se desarrollaron en el centro de la ciudad de Bogotá.  Muy pocos jóvenes y ausencia total de los líderes políticos del momento: Gaitán parecía olvidado.
Hoy se cumplen 64 años de la muerte del líder más carismático que ha tenido Colombia, y pocos recuerdan la gestión de Gaitán por la paz y una convivencia civilizada entre los partidos políticos.  Muy pocos recuerdan la marcha del silencio que convocó este líder en Bogotá, que se convirtió en una imponente demostración de rechazó a la arbitrariedad y la violencia, que habían propiciado el partido conservador y el gobierno.  El líder liberal denunció también la violencia con que se reprimió a los trabajadores en la Zona Bananera y fue el precursor en la denuncia de las violaciones a los derechos humanos, al convertirse en defensor de los trabajadores rurales.  Pero no solo defendió a los trabajadores bananeros, también lo hizo con los campesinos asalariados del café y creó la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria-UNIR-, para promover la parcelación de tierras, la legalización de títulos y la limitación de la propiedad agraria.  Esas banderas que levantó en la primera mitad del siglo XX el “negro” Gaitán, siguen siendo discutidas hoy en día, y cuestionadas por los dirigentes de los gremios agrarios, mientras siguen cayendo quienes reclaman la propiedad de tierras arrebatadas a los campesinos y agricultores, en todas las regiones colombianas.
La violencia que denunció Gaitán sigue viva y además se ha sofisticado y ampliado, en buena parte como resultado de una espiral, en la que los grupos irregulares, alimentados por dineros de la droga, han multiplicado la capacidad de golpear a la sociedad y a individuos particulares.  Los defensores de la resolución dialogada del conflicto armado siguen siendo señalados y perseguidos no solo por el ejecutivo, sino también por entidades como la Procuraduría y algunos dirigentes políticos: es la continuidad de una política contra toda voz que busque el acercamiento entre las partes de una manera clara y consecuente, que pueda redundar no solo en la eliminación de la guerra, sino que permita construir escenarios de participación de las comunidades, para que el desarrollo no solo sirva para que aumente el producto interno bruto o la riqueza global del país, sino para que se reduzca la desigualdad y surjan oportunidades para todos, en términos de trabajo, educación, salud y seguridad social.
Erradicar la violencia en Colombia no debe verse como una meta inalcanzable, sino como  un objetivo  que las mayorías siempre han buscado, pero que ha sido silenciada y despreciada por los dueños de la política en el país, los militares que se benefician del estado de guerra, los empresarios que solo buscan maximizar utilidades, acabando con el empleo, y los dueños de la tierra, que en su mayoría  se han apropiado ilegalmente de las tierras de campesinos pobres y pequeños propietarios.
Gaitán debiera ser un permanente referente de la defensa de los derechos de los sectores populares. Hacer que se  olviden sus enseñanzas y se abandone su lucha ha sido una tarea en la que los mandatarios colombianos, sin excepción, se han empeñado.  Sin embargo son los jóvenes de hoy, los que deben rescatar esa herencia valiosa de un mártir de las luchas populares, que como Martí en Cuba, Mariátegui en el Perú y Allende en Chile, son ejemplos de una avanzada en la reflexión de nuestros problemas a través del estudio de nuestra realidad.
Este 9 de abril convirtámoslo en el primer paso hacia la recuperación del gaitanismo auténtico.
Por la Restauración Moral de la República: A la Carga!!!

lunes, 26 de marzo de 2012

Poderes alternos en Colombia

por HÉCTOR A. OTERO
Las recientes revelaciones de los mayores criminales de la historia colombiana, los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (Salvatore Mancuso, Ramón Isaza, “HH”, “Don Berna”, “Jorge 40”, Hernán Giraldo y otros) acerca de su intención de convertirse en un nuevo poder de facto en Colombia, confirman lo que ya muchos analistas habían sostenido. El paramilitarismo ha sido una apuesta de los grupos más poderosos del país, no solo para eliminar a quienes les podían generar cierta percepción de inseguridad y zozobra, sino para controlar sin problemas sus posesiones y asegurar un entorno político y social más dócil y sumiso. ¿Cómo pudo una mayoría de colombianos aceptar el rampante crecimiento de una minoría soberbia y despiadada, que llegó a controlar por el miedo inmensas regiones del país?, pero también centros de decisión vitales como los gobiernos regionales y las administraciones locales, e inclusive mantener una representación política en el Congreso de la República? La respuesta es compleja y requiere remontarse un tanto en nuestra historia reciente. Las organizaciones antisubversivas o los grupos de autodefensa no son nada nuevo en la historia colombiana. Desde largo tiempo atrás, los militares y los organismos de seguridad del Estado, asesorados por oficiales formados en las academias militares norteamericanas, propusieron dar apoyo a las organizaciones campesinas que se oponían a los grupos guerrilleros y que además conocían el terreno tan bien o mejor que los subversivos. Se consideraba que estas organizaciones podían responder más rápidamente y con mayor precisión a las agresiones de los subversivos. Pero la importancia que estos grupos adquirieron en nuestro país no se compara con las experiencias de ningún otro país de este hemisferio. ¿Cuál fue el elemento que le dio fuerza y potenció las organizaciones antisubversivas en Colombia? Sin lugar a dudas, la respuesta se encuentra en un elemento particular de la estructura social colombiana: el narcotráfico. La guerrilla en su afán por obtener ganancias crecientes con el secuestro amenazó no solo a los grandes propietarios de tierras, sino que también tocó los intereses de aquellos nuevos propietarios, que con las ganancias del tráfico ilícito empezaban a convertirse en una clase emergente, asociada con mecanismos violentos de ajustes de cuentas. De esa manera, cuando la guerrilla empezó a tocar sus intereses, estos no se fueron por las ramas, sino que organizaron sus propios grupos de autodefensa, que llegaron a poner en jaque a diversos grupos subversivos. Corrían los primeros años de la década de los ochenta del siglo pasado, cuando el negocio de los narcóticos se abría como una posibilidad inmensa de hacer ganancias de manera rápida. Los capos invertían en tierras y propiedades urbanas, pero veían que la inseguridad en el campo y la inconformidad de muchos sectores en las ciudades se convertían en elementos de incertidumbre, para sus inversiones y el futuro de su negocio. Los equipos de ajustes de cuentas del narcotráfico eran grupos pequeños de asesinos o matones, que garantizaban a sus patrones que las transacciones acordadas se cumplieran, so pena de causarle dolor y sufrimiento a quienes habían incumplido con las tareas específicas del ciclo de producción o distribución de la droga a las que se habían comprometido. Quienes incumplían eran considerados “faltones”, traidores y desleales, que se exponían a ser víctimas de los maltratos y vejaciones en los que eran expertos esos grupos de sicarios. A medida que el negocio de la droga prosperó y las propiedades y negocios fueron creciendo, se generó la necesidad de calificar esos grupos, ya no solo para el “ajuste de cuentas”, sino también para vigilar las propiedades y mantener a raya a quienes se veían como enemigos potenciales de sus intereses. El gobierno de Belisario Betancur Cuartas (1982-1986) propuso unos acuerdos de paz que buscaban aclimatar la convivencia ciudadana, atrayendo a diversos grupos subversivos a la mesa de negociación. Esta actitud no fue vista con buenos ojos por muchos militares, propietarios de tierras y políticos, que consideraban que ceder ante la subversión era síntoma de debilidad. La izquierda legal había conformado un frente llamado la Unión Patriótica –UP-, al que en algún momento se adhirieron militantes reconocidos de las FARC, y este movimiento político se convirtió en el núcleo visible de la inconformidad y la oposición al gobierno. Las organizaciones guerrilleras vieron la negociación como una oportunidad de fortalecerse militar y políticamente y de esa forma llegar a un acuerdo en el que pudieran demostrar fuerza y poder local. Durante los cuatro años del gobierno de Betancur se lograron algunos avances en la negociación con grupos subversivos, pero a la vez se vinieron al suelo muchas ilusiones, al recibir el gobierno golpes fuertes que dieron al traste con la política de paz. Uno de los hechos más visibles y recordados fue la toma del Palacio de Justicia por el M-19 en noviembre de 1985, acción en la que murieron prácticamente todos los magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Pero no fue solo el M-19 el que acabó con las ilusiones de paz del gobierno y algunos de sus miembros, sino que tampoco los otros grupos, como las FARC, el ELN, el EPL y otros, dieron muestras de su voluntad de paz. En estos años, en regiones como Segovia y Urabá, en Antioquia y Puerto Boyacá en el Magdalena Medio, se empezaron a conformar grupos de autodefensa que se dedicaban a limpiar de subversivos y auxiliadores de la guerrilla. El avance electoral que la Unión Patriótica –UP- había mostrado en esas regiones, fue motivo para que los hacendados de estas regiones, junto con los militares, apoyaran los grupos de campesinos en armas. Los narcos que habían sido víctimas del secuestro, conformaron en esa época el MAS –Muerte a Secuestradores- que se convirtió en el terror de los grupos subversivos, pues le dieron golpes muy fuertes, al pagarles con la misma moneda: secuestro que realizaban los guerrilleros era contestado con un secuestro de familiares de los guerrilleros o poniendo en manos de las autoridades a reconocidos militantes de los grupos guerrilleros. Todas estas iniciativas crearon un ambiente de pugnacidad generalizado, y las acciones tanto de la guerrilla como de las autodefensas fueron escalando, hasta que tanto de un lado como del otro, se extendió un verdadero baño de sangre, la UP vio caer bajo las balas y los atentados a numerosos militantes, pero a la vez, muchos líderes del gobierno, como el ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, y el hermano del presidente, Ignacio Betancur Cuartas, fueron víctimas de los violentos. En agosto de 1986 asume la presidencia de la república Virgilio Barco Vargas, quién a pesar de los fracasos de Betancur sigue la línea de buscar acuerdos de paz con la guerrilla, las autodefensas que se habían creado por parte de los narcotraficantes (MAS) y los grupos de esmeralderos, terratenientes y militares descontentos con el nuevo proceso de paz, empiezan a formar verdaderos ejércitos de sicarios, que ya no solo trabajan para los narcotraficantes en el “ajuste de cuentas”, sino que empiezan a hacer trabajos por encargo, que incluían la eliminación de personas que le estaban haciendo la vida incomoda a los narcos y a los dueños de tierras. Los grupos que se habían creado en el Magdalena Medio y que tenían escuelas de formación con expertos internacionales, que aleccionaban a los cuadros de los grupos de derecha empezaron a reproducir el esquema en regiones como el Urabá, el Huila y el Cauca. Aparece lo que hemos llamado el outsoursing de las autodefensas o masacres por encargo. Los sicarios formados por mercenarios de diferentes orígenes, que habían recibido instrucción militar y tácticas anti-guerrillas en el Magdalena Medio, con el auspicio de personajes como Rodríguez Gacha “El Mexicano”, Pablo Escobar y Carlos Lehder, aceptaron desarrollar actividades similares a las que ya se les conocían en su región. Las autodefensas del Magdalena Medio participaron en diferentes masacres que tuvieron lugar en el norte de Antioquia: La Chinita, Honduras, El Tomate y La Negra son recordadas en la zona como genocidios en los que cayeron numerosos militantes de los grupos de izquierda, legales e ilegales. De otra parte, la escalada de asesinatos de los grupos de autodefensas desató una andanada de crímenes por parte de los grupos guerrilleros, y como en una gran partida de ajedrez, los peones iban cayendo, luego los alfiles, las torres y esta las damas. Numerosos periodistas, profesores, intelectuales cayeron muertos en una guerra, en que los actores armados golpeaban a quienes suponían tener conexiones con el bando contrario. Se extendió el uso del secuestro, tanto para obtener rescates que mejoraran las finanzas de los grupos armados, como para hacer exigencias en materia política. En esta guerra cruel cayeron desde modestos dirigentes sindicales hasta candidatos presidenciales, hijas de ex presidentes y periodistas. El fuego cruzado no distinguía el color de las víctimas, y como si este cuadro no fuera suficiente, los narcotraficantes le declararon la guerra al Estado y empezaron a estallar bombas en los lugares más diversos: desde la sede central de DAS hasta centros comerciales, en los que las víctimas eran toda clase de ciudadanos: niños, ancianos, inválidos, caminantes, turistas, compradores, vendedores, vigilantes, empleadas de servicio, toda clase de gente. El terror se generalizó, y hasta los negocios nocturnos empezaron a sentir en sus ingresos el ambiente de terror e incertidumbre que se instalaba en el territorio nacional. En medio de la violencia, se logró firmar la paz con el M-19 y con algunas fracciones de otros grupos. En 1991, un año después de iniciado el gobierno de Cesar Gaviria, se convoca a una gran Constituyente, que durante seis meses discute las bases de la normativa global de la nación. En esta gran sesión los constituyentes se dividen en tres grupos: liberales, representantes del Movimiento de salvación nacional de Álvaro Gómez Hurtado y la representación del M-19 y sus aliados. Las tres fracciones tienen un número similar de representantes y el resultado final es una nueva Constitución que define el papel del estado y las obligaciones y los derechos de los ciudadanos. Ese mismo año se entrega a las autoridades Pablo Escobar Gaviria, hasta ese momento el narcotraficante más poderoso del país, y principal figura del cartel de Medellín, quién a pesar de estar en una guerra a muerte con el cartel de Cali, decide entregarse a las autoridades, no sin antes asegurarse, que su lugar de reclusión le ofrecería todas la garantías que necesitaba. El momento parecía ofrecer las posibilidades de paz que nunca se habían tenido en periodos anteriores. Algunos grupos de autodefensas inician desmovilizaciones y el gobierno empieza a negociar con los líderes del cartel de Cali. El momento de ilusión y optimismo pronto se vio truncado con la noticia de que Pablo Escobar, en julio de 1992, se fuga de la cárcel y se descubre que en su propio lugar de reclusión el capo había no solo seguido administrando sus negocios, sino que inclusive había mandado asesinar a algunos de sus socios, con los que tenía diferencias. Tras su fuga la ola de atentados con bombas y de secuestros de personalidades, toma nueva fuerza, y entre esa fecha y diciembre de 1993, el país vive la peor ola de atentados terroristas que haya vivido un país de Latinoamérica. A finales de ese año Pablo Escobar cae abatido en su escondite en Medellín y la guerra contra el narcotráfico parece tomar un nuevo rumbo, en el que las autoridades parecieran tener la sartén por el mango. Las condiciones internacionales parecían también favorables, pues un gobierno de los demócratas norteamericanos se iniciaba, con Bill Clinton a la cabeza, y el Consenso de Washington parecía ofrecer nuevas posibilidades a las economías latinoamericanas. Un gran paquete de reformas en aspectos financieros y de políticas sociales, se encontraba listo para ser presentado, y pronto la reforma laboral, la de pensiones, la de los sistemas de salud, la de fomento a la vivienda y muchas otras se impusieron. El contenido esencial en todas ellas era una disminución del papel del Estado: las poderosas instituciones gubernamentales perdieron poder, se redujeron o eliminaron y buena parte del manejo de estos sistemas se entregó a través de diferentes modalidades al sector privado. La función del Estado como garante de la calidad de vida de los ciudadanos y principal oferente de servicios públicos se fue diluyendo, y los usuarios quedaron en manos de los empresarios privados, que se antojaban en ese momento como proveedores más serios de esos servicios. La continuidad de estas reformas parecía garantizada con la elección de Ernesto Samper Pizano, representante del partido liberal (el mismo de Gaviria), sin embargo, este proceso electoral se vio empañado por acusaciones de la oposición, que aseguraban que el fuerte de la financiación de la campaña se había basado en recursos recibidos por el candidato de manos de los representantes del cartel de Cali (los hermanos Rodríguez Orejuela y sus aliados). Se inició lo que se conoció con el nombre de proceso 8.000, que mantuvo a la administración del presidente Samper, más ocupada con los litigios que se derivaron de este proceso, que de gobernar. Durante los cuatro años de ese periodo presidencial, la imagen del gobierno es vio seriamente cuestionada y su credibilidad cayó muy bajo. Los continuos episodios y acusaciones relacionadas con la proximidad del gobierno con los narcotraficantes y la entrega de algunos capos, así como la captura de otros, creó una situación de caos institucional, que fue aprovechada por los ejércitos ilegales para fortalecerse y cohesionarse. Hasta tal punto llegó la situación que las autodefensas, que estaban dispersas en unas pocas regiones empezaron a convertirse en un ejército con presencia en cada vez mas regiones. A la cabeza de los hermanos Castaño, las Autodefensas Unidas de Colombia se hicieron conocer y durante el año 1997 desarrollaron acciones violentas que todavía el país recuerda: las masacres de Mapiripán, Aguachica, Chigorodó, Colosó y otras más y los atentados contra dirigentes populares y funcionarios públicos fueron pan de cada día. Las campañas de erradicación de cultivos de drogas, a través de aspersiones aéreas, levantaban protestas, en especial en el sur del país, y se aseguraba que las movilizaciones eran organizadas por los grupos guerrilleros, en especial por las FARC. En los departamentos de Guaviare, Meta y Casanare, empiezan a aparecer grupos de autodefensas en especial en la zona de Puerto Gaitán y en los límites entre el Guaviare y el Meta. En julio de 1998 se da a conocer el “Acuerdo del Nudo de Paramillo”, por medio del cual algunos funcionarios del gobierno saliente, dirigentes gremiales y políticos de diferentes orientaciones proponían a los mandos de las AUC (Carlos Castaño y Salvatore Mancuso) un acuerdo de paz, que se reflejaba en una agenda de negociación entre la sociedad civil y los grupos irregulares. Era este un reconocimiento de la importancia política y militar que en ese momento tenían los grupos paramilitares. El acuerdo no prosperó y en cambio, al asumir el nuevo presidente, Andrés Pastrana Arango, propuso una agenda de paz con la guerrilla de las FARC, que los dirigentes de las AUC consideraron un retroceso en las negociaciones. La “zona de distensión” creada por el gobierno, se convirtió en un refugio para la guerrilla, que en ningún momento bajo la guardia: por el contrario, es en esta época cuando se inician los asaltos a puestos de control de las fuerzas armadas y el secuestro de militares. Las acciones de los paramilitares se multiplicaron y los diferentes frentes se consolidan en el Magdalena Medio, en Norte de Santander, en Nariño, en el Cesar y la Guajira, el Valle del Cauca e inclusive en las capitales departamentales, incluida Bogotá. Para finales de los años noventa del siglo pasado, el proyecto de unas Autodefensas Unidas de Colombia era una realidad, no solo existían frentes antisubversivos en todo el país, sino que ya operaban los frentes regionales como subsidiarias del proyecto nacional de los hermanos Castaño, y a su vez estas unidades se ofrecían en el mercado como franquicias que los narcotraficantes empezaron a valorar como instrumentos de negociación y poder locales. Las estructuras militares se convirtieron en elementos de apoyo para las campañas electorales, las alcaldías y gobernaciones en botín de guerra de los violentos y las poblaciones en aterrados testigos del surgimiento de un poder alterno violento e insensible a las necesidades de las mayorías. El ascenso al poder de Álvaro Uribe Vélez, con una clara mayoría de los votantes dio un portazo con el esfuerzo de las negociaciones de paz. Los abusos de las FARC durante el tiempo que estuvo vigente la “zona de distensión”, hicieron que las mayorías le dieran apoyo a un proyecto que tenía como eje central la recuperación de “seguridad”. La política del nuevo gobierno se orientó a recuperar las zonas que se encontraban en manos de los violentos. Por un lado se enfrentó a la subversión con toda la energía que tenía el Estado, mientras se empezó a negociar con las Autodefensas un acuerdo de desmovilización. La oferta era tan atractiva que las franquicias de las Autodefensas a nivel regional se valorizaron y diferentes narcotraficantes compraron los frentes antisubversivos para poder estar en la negociación de paz. Se estimaba que los paramilitares en armas serían alrededor de 12.000 hombres, sin embargo a la hora de desmovilizarse esa cifra se triplicó. Hoy se ha evidenciado que algunos de esos frentes fueron creados artificialmente para beneficiarse de las bondades de la negociación que ofrecía el gobierno. Los líderes de las Autodefensas al interior de la organización tuvieron diferencias importantes, que se tradujeron en enfrentamientos no solo verbales, sino en amenazas y, por último en la muerte del líder visible de las AUC: Carlos Castaño. Este dirigente se oponía a que se incluyeran en la negociación los capos que se habían vinculado a última hora con las Autodefensas. La mayoría de ellos eran narcotraficantes que buscaban beneficiarse de las rebajas de penas y de los beneficios que se estaban acordando para los combatientes. El poder de estos, sin embargo fue subestimado por el veterano combatiente y este error le costó la vida. Los comandantes de frentes de las AUC se entregaron con algunos de sus seguidores, y se comprometieron con el gobierno de Uribe a abandonar sus actividades delincuenciales, incluyendo el narcotráfico. Sin embargo, pronto se evidenció que, tal como lo había hecho Pablo Escobar, estos dirigentes seguían delinquiendo desde sus lugares de reclusión. La respuesta del presidente Uribe fue incumplir una de sus promesas de la negociación: la no extradición de los delincuentes. De un día para otro los principales dirigentes de las AUC fueron entregados a las autoridades norteamericanas que de inmediato presentaron los prontuarios contra cada uno de ellos. La historia de las AUC nos muestra como un pequeño grupo de mercenarios dispuestos a todo y sin ningún tipo de principios ni valores, puede llegar a ejercer un poder inmenso a través del terror y las alianzas. Veinte años bastaron para que de la nada surgiera y se consolidara un grupo de actores locales que se apropiaron de los presupuestos locales y regionales, tuvieron representación en el congreso y se plantearon “refundar la patria”. Hoy Salvatore Mancuso reconoce que la aspiración de esa organización era “tomarse el poder político total”. Las actuales declaraciones de los dirigentes de las AUC deben ser vistas con cautela, pues como hemos visto su intención era dominar política, económica y socialmente al país. De hecho se sentaron con los más poderosos actores del mundo político y económico, amenazando a algunos y aliándose con otros. El presidente Uribe es visto por los extraditados como un traidor de los acuerdos, por lo que no es extraño que hoy destapen buena parte de sus cartas para enlodar a sus colaboradores y al propio presidente. Sin embargo también es cierto que en los acuerdos que se hicieron bajo la mesa está la letra menuda de la negociación, que solo ahora venimos a conocer. Los ofrecimientos de una desmovilización limpia y comprometida han quedado al desnudo y los que se revela son deslealtades y acuerdos “non sanctos”, que tienen a ex ministros, asesores y directores de institutos a punto de la condena jurídica después de pasar por el oprobio de la humillación pública. Los poderosos funcionarios del anterior gobierno hoy se muestran como acomodados negociadores, que manipulaban la realidad para beneficiarse personalmente o para dar apariencia de transparencia a un gobierno que dista mucho de haber puesto todas sus cartas sobre la mesa. Aunque están en las cárceles norteamericanas, los líderes de las autodefensas continúan siendo actores de primera línea en la política colombiana, y todos los días nos encontramos con nuevas sorpresas que denotan el poder que llegaron a tener. Sus denuncias acerca del complot contra la Corte Suprema de Justicia, su reconocimiento a los servicios que el DAS les prestaba, del apoyo que les proporcionaban multinacionales y grandes empresarios son solo píldoras de ese prolongado tratamiento que le van a dar a la sociedad colombiana con los secretos que están aún por develar. El poder alterno que representaron las AUC todavía nos deparará muchas sorpresas, y lo peor de todo es que la pesadilla aún no ha terminado. Hoy como sucesores de esos ejércitos actúan en diferentes regiones las Bandas criminales –bacrim-: Los Rastrojos, los Urabeños, el ERPAC, todos herederos de los paramilitares de Castaño. La prensa informa que estos grupos se han distribuido las regiones y controlan las rutas de exportación de la droga, mantienen las amenazas sobre la población y aspiran a renovar su poder político influyendo de manera ilegal en elección es y nombramientos de funcionarios. La historia del terror en Colombia no ha terminado y es importante adquirir consciencia de que la violencia de cualquier tipo le da vuelo a los ilegales. No es un llamado a encerrarse en el miedo, es una invitación a convertirse en actores de la paz, constructores de convivencia y armonía. Voy a cerrar con una cita de un mártir caído en esta absurda guerra de Colombia, monseñor Isaías Duarte Cancino, cuya muerte se acaba de conmemorar: “No podemos negar que también existen personas que no han podido superar la dinámica del odio y permanecen prisioneros de un pasado doloroso; es preciso aprender de las experiencias sufridas que sólo el amor construye mientras que el odio produce destrucción y ruina.”

PONENCIA PRESENTADA EN EL CONVERSATORIO DE PODERES ALTERNOS EN LA UNIVERSIDAD SANTO TOMAS DE VILLAVICENCIO