viernes, 12 de diciembre de 2008

Ante dos violencias diferentes

Por Héctor Alfonso Otero M. (haotero@gmail.com)

Los disturbios en Grecia, agravados por la muerte de un joven de quince años, tras una serie de movilizaciones en contra de las reformas económicas en que se haya empeñado el primer ministro Kostas Karamanlis, desembocaron en cinco días de choques entre policía y “autónomos”. Estos jóvenes y violentos rebeldes encontraron en el apoyo popular una justificación para sus excesos, y aunque quienes participaron en los disturbios fueron pequeños grupos, la comunidad encontró que había fuertes razones para protestar, pues el deterioro en la calidad de vida en este país europeo, se ha sentido entre los estratos medios de la población, y existe un descontento generalizado contra las políticas del gobernante actual.
El debate posterior a los desordenes puso sobre el tapete el tema de la actuación policial, que en un principio utilizó armas de fuego y más tarde fue medrosa para proceder contra los jóvenes que rompieron vitrinas, asaltaron tiendas, quemaron entidades bancarias y, en general actuaron de manera desbocada. La movilización culminó en un paro general, convocado por los sindicatos y otras organizaciones populares, que exigieron el desmonte de una política económica, que lesiona los intereses de los sectores populares y favorece a los grandes empresarios y a las multinacionales.
Mientras en Europa los excesos de los jóvenes eran criticados y se llamaba al gobierno a ejercer una mayor autoridad, en el centro de África, se desarrollaba una masacre, que dejó más de 150 muertos, la mayoría jóvenes, en una zona del Congo rica en minerales, y con antecedentes de enfrentamientos entre grupos étnicos rivales. En efecto en los límites entre Ruanda y el Congo un conflicto que parecía haber sido neutralizado sigue vivo. Los tutsis y los hutus, los mismos grupos que se enfrentaron en Ruanda, mantienen ejércitos irregulares, que luchan por ejercer poder en regiones productoras de coltan, cassiterite y diamantes. Estos valiosos elementos han encendido las disputas y han llevado a un sangrento enfrentamiento por el dominio de las fuentes de estos productos. El primero es un importante componente de equipos electrónicos, por lo que su demanda en los años recientes ha aumentado, y el segundo es también conocido como la materia prima básica para la producción del estaño de alta calidad. Sobre la importancia comercial de los diamantes y las consecuencias que tiene su explotación sobre las poblaciones que trabajan extrayendo estas preciosas piedras sobra agregar nada.
Dos expresiones bien diferentes de lo que representa la violencia en regiones sometidas a condiciones ambientales, económicas y sociales diferentes. Mientras en Grecia los jóvenes de manera espontánea desfogan sus impulsos, originados en los abusos de los señores en el poder, y se exceden en las formas de expresar su oposición. Los jóvenes del Congo inermes caen a manos de fanáticos conducidos por iluminados, que en realidad solo tienen intereses económicos y utilizan a los jóvenes como verdadera carne de cañón.
No vivimos en un mundo de ángeles, pero el derecho a la disidencia y a la rebelión, así como la difusión de los problemas de manera ponderada y adecuada, puede evitar muchas desgracias. En Atenas hoy se reconstruye una ciudad, que no debió sufrir tanto daño, pero que está en condiciones de invertir y recuperar su condición anterior. En el Congo la guerra continúa, pero los trabajadores humanitarios han debido abandonar la zona y la población local se encuentra no solo desprotegida, sino que son muy pocos los que pueden informar de lo que realmente sucede en esa región.
La violencia en el Tercer Mundo requiere instituciones que promuevan de manera eficaz el respeto por la vida y la regulación de ciertos mercados, que propician el abuso sobre la población local, el deterioro de los recursos naturales y la violencia indiscriminada. El “capitalismo salvaje” ha encontrado ricas fuentes de ingresos en el sur y convive con prácticas contrarias a básicos principios de derechos humanos, por lo que la conciencia mundial necesita no solo formas de expresión, sino verdaderos mecanismos de control e intervención para hacer respetar la vida y el derecho al disenso.