martes, 28 de agosto de 2012

La verdad detrás del mito de Escobar


Por Héctor A. Otero M.
La profusión de programas, series, documentales y entrevistas que han aparecido en los medios de comunicación en los últimos meses, refuerza la impresión, de que el tema del narcotráfico es el único que es permanente en la televisión y el cine colombiano.  Una y otra vez nos han presentado las declaraciones de “Popeye”, Gaviria, Pardo y Pastrana, y la tesis siempre es la misma: que el personaje más importante de la historia reciente en Colombia es Pablo Escobar Gaviria, y que todos los males de este país se explican por la introducción de las prácticas mafiosas en el negocio ilícito del tráfico de drogas que este propició.
Es lamentable que un periodo tan agitado de la historia, se reduzca a la vida de un delincuente que pareciera haber infiltrado todas las esferas de la vida de nuestra sociedad, lo cual de ninguna manera puede ser cierto.  El cambio que se registró en nuestra sociedad en los años ochentas y noventas del siglo pasado, no fue solo resultado del ascenso de los grupos de narcotraficantes, así hayan sido ellos un factor muy importante.  Los cambios que sufrió el país durante la década  perdida de los ochenta, abarcaron no solo una intensificación de la guerra, sino también cambios en las estructuras de las familias, niveles de concentración urbana altos, un aumento de la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, un cuestionamiento creciente acerca del papel de los organismos de Estado en la vida cotidiana, una mayor liberación de los jóvenes en materia sexual y una mayor permisividad en el consumo de drogas y alcohol.  Los diferentes grupos guerrilleros aunque hacían presencia en diferentes regiones, eran débiles en materia militar y no contaban con recursos para financiar una guerra que demandaba cada vez más dinero y combatientes.
Los gobiernos del Frente Nacional que habían gobernado desde los años cincuenta y habían limitado la participación política de nuevos grupos, dieron paso a nuevos dirigentes que trataron de romper la hegemonía de los partidos tradicionales y explorar nuevas oportunidades políticas y gremiales.  El campo que había sido objeto de una política agraria de vaivenes, había perdido muchos de sus habitantes y cada vez representaba un aspecto de la realidad que perdía importancia.  La gran masa de trabajadores urbanos y de desempleados citadinos se convertía en un factor cada vez más importante de la política y, aunque la participación electoral era baja, el trabajo con las comunidades urbanas se volvía cada vez más importante.  Los medios de comunicación, radio y televisión, empezaban a jugar un papel importante en la formación de la opinión pública.
Los gobiernos de la década del ochenta fueron de transición, que buscaban afanosamente consolidar la paz, pero que se encontraban frente a una situación de orden público terrible y compleja, debida a los numerosos actores violentos que generaban una confusión total, cada vez que se registraban hechos violentos.  La creciente ola de delincuentes vinculados a los grupos de narcotraficantes, al lado de numerosos grupos guerrilleros de la más diferente orientación, empresas de seguridad que armaban a los celadores y vigilantes, generando elementos de incertidumbre e inseguridad, delincuentes comunes que se servían de este caos para sacar beneficio personal.  Todo este enjambre de relaciones llevaba a que cualquier acto violento se volvía motivo de especulación y promovía diferentes teorías conspirativas. 
Lo cierto es que en ese entramado de nuevas relaciones el narcotráfico fue solo un elemento que sirvió para aprovechar una juventud desconcertada y sin norte hacia actividades ilegales que eran muy rentables.  La guerrilla encontró espacios para consolidarse, el tráfico de narcóticos amplió su capacidad corruptora y los alcances del negocio.  Los políticos se dieron cuenta que el crecimiento del Estado hacia de la política un excelente escenario para llenarse los bolsillos, con contratos y participación en la repartición presupuestal.  Otros vieron que las alforjas cada vez mas llenas de los traficantes eran también un elemento que podía ayudarlos, no solo a enriquecerse, sino a incidir sobre los resultados electorales.  La corrupción fue amparada y protegida por el Estado, por los políticos y en no pocas ocasiones por jueces corruptos que también querían participar de la repartija, que dejaba tan buenos dividendos, gracias a la modernización de una economía y una sociedad que hasta ese momento eran patriarcales e ingenuas.