martes, 25 de marzo de 2008

Un Tibet modernizado contra su voluntad


Por Alfonso Otero (haotero@gmail.com)

En los pasados días los levantamientos de monjes y sectores populares en esta remota región bajo el dominio de China, han llamado la atención de la prensa internacional y han servido para las más diversas especulaciones acerca del origen que tienen estos violentos altercados. Las movilizaciones, que surgieron tras la conmemoración de un aniversario de un levantamiento anterior, se han explicado por el oportunismo de los dirigentes tibetanos que quieren llamar la atención del mundo justo a las puertas de los Olímpicos. También se ha asegurado que el problema tiene sus raíces en la figura del Dalai Lama y su oposición al gobierno chino, que denuncia el fanatismo religioso de los monjes y busca integrar esta región a China a través de vías de comunicación, proyectos productivos y generación de empleo. Otras versiones explican los desordenes por las desigualdades existentes en el acceso al empleo de los inmigrantes chinos a la región y los tibetanos, que carecen de la educación y las capacidades de los recién llegados.

Lo cierto es que el Tibet ha sido una de las regiones Chinas en dónde más ha invertido el gobierno chino en los últimos años. En su afán por acceder a ricos recursos minerales disponibles en las montañas tibetanas, los gobernantes de Pekín (o Beijíng) han construido un ferrocarril que ha facilitado en flujo de ciudadanos chinos, que están convirtiéndose en la principal fuerza económica de la zona. El turismo también se ha incrementado en los principales centros religiosos del Tibet, lo que ha aumentado las diferencias de ingresos entre pobladores urbanos y rurales. El rápido proceso de modernización ha sido incapaz de incorporar la mano de obra local, en buena parte por la velocidad del cambio, pero también por las diferencias culturales entre tibetanos y chinos.

Los tibetanos, mantienen su resistencia a los proyectos de desarrollo económico chinos, porque ni están en condiciones de aprovecharlos, ni quieren la rápida transformación de una zona que se ha caracterizado por el predominio de la población rural, las tradiciones tribales de sus gentes y las comunidades nómadas que ocupan las silvestres praderas y montañas. Para los habitantes de estas empinadas cumbres la necesidad de modernización no es urgente, pues sus objetivos, como sociedad y como individuos, no están en un aumento de las ganancias y los ingresos, sino en metas más espirituales y tradicionales. El respeto por el medio natural que han aprendido a valorar, pero que debido al calentamiento global está en riesgo, pues buena parte de las cumbres nevadas que los rodean están en proceso de descongelamiento, con terribles consecuencias para el suministro de agua no solo de ellos, sino también de los propios chinos, los hindis y otros pueblos de la zona.

Entonces, las fuerzas que se enfrentan en este conflicto no son de ninguna manera bandos religiosos o raciales, sino dos concepciones del desarrollo que se oponen y se excluyen. Lo raro no es que a pesar de los llamados a la paz del Dalai Lama se siga derramando sangre, sino lo extraño es que este pueblo se haya demorado tanto en reaccionar frente a una amenaza tan evidente.

Para Occidente queda la pregunta si es más conveniente apoyar el proceso modernizador impulsado por China, cuyos efectos sociales y ambientales ya se están dejando ver en otras provincias, o si la estrategia más conveniente es proteger esta región como una reserva cultural y biológica vital para la humanidad.

Sin duda el poderío militar de Beijing se impondrá sobre los esfuerzos de monjes, pobladores y comunidades, que carecen de mecanismos de defensa, más cuando la información hacia el exterior ha sido bloqueada. Es por ello que las manifestaciones de apoyo al levantamiento tibetano, deben extenderse y explicarse, no como un respaldo a un líder espiritual, el Dalai Lama, sino como un legítimo derecho de defensa de los pueblos que tienen poder determinar el ritmo y la orientación de su desarrollo.

sábado, 22 de marzo de 2008

Acceso a la modernidad y sexo

Por Alfonso Otero (haotero@gmail.com)

Cientos de miles de latinoamericanos buscan en el norte de América nuevas ilusiones y un futuro que les permita superar y olvidar las arbitrariedades de los poderosos, que en sus países de origen les han bloqueado las oportunidades de desarrollo, estabilidad y crecimiento personal. Buscan en la moneda dura y en una economía más diversa y generosa, empleo para elevar su nivel de vida y dejar atrás las privaciones a que se vieron sometidos en los lugares donde nacieron. Aunque por lo regular realizan trabajos de menor valía, sus ingresos son muy superiores a los que obtendrían en sus patrias en oficios de mayor nivel. Al dejar atrás sus raíces, tradiciones y familias, esperan tener una vida más digna y, en no pocas ocasiones, aspiran a contribuir con dinero y apoyar a los familiares abandonados, inclusive para que ellos también puedan dar el salto y disfrutar las bondades de un sistema opulento, dinámico y luminoso.

Pero en la actualidad los inmigrantes a Estados Unidos , ni se benefician con una moneda dura, ni encuentran una vida digna, pues los obstáculos existentes, para acceder a lo que llaman una “green card”, el documento que abre las puertas del mercado laboral legal, se han tornado cada vez más oscuros y miserables. De acuerdo con un reporte reciente del New York Times el sistema de aprobación de documentos de legalización de inmigrantes está cada vez más marcado por el sexo. La publicación americana señala que la moneda corriente para obtener papeles no es el dólar, sino el sexo.

Los agentes federales de inmigración, que cuentan con un enorme poder en el proceso de aprobación de documentos, han vuelto frecuente la solicitud de favores sexuales a los aspirantes a legalizar su situación en ese país. En días pasados una joven mujer fue presionada por uno de estos representantes de las autoridades norteamericanas, para que no solo satisfaciera sus demandas sexuales, sino para que le proporcionara datos de otras compatriotas, que estuvieran en situación similar, para “darles un empujón”, sabe Dios en qué forma.

El tema del sexo no es algo circunstancial en la sociedad americana. Ya el presidente Clinton había puesto en riesgo su investidura, por disfrutar de juegos eróticos con una practicante en la propia oficina presidencial, ahora el gobernador del Estado de Nueva York ha debido renunciar a su cargo, tras haber reconocido los enormes gastos personales que dedicaba a pagar prostitutas que le frecuentaban. Para acabar de completar la persona que lo remplazará acaba de confesar que también ha cometido este tipo de excesos y, por lo tanto, antes de que se lo destapen, se ha encargado de hacerlo público. La indignidad a la que son sometidas con increíble frecuencia las mujeres norteamericanas, que en todos estos casos han acompañado a sus maridos a compartir estrado mientras destapan sus andanzas, no es nada al lado del trato que reciben las mujeres inmigrantes. Esta violencia de género, no solo es una constante en la vida americana, sino que denota el poder y la doble moral de muchos dirigentes americanos, que de palabra son enemigos de este tipo de prácticas, pero en la realidad son capaces de chantajear, presionar y obligar a las mujeres a abandonar el respeto por sí mismas, por obtener una satisfacción momentánea.

Tal vez sea este solo un elemento de los muchos que deben considerar lo(a)s aspirantes a inmigrar a los Estados Unidos, pero lo que se debe destacar es que el precio de la comodidad, los altos ingresos y el confort es el desplazamiento de los umbrales morales, la nueva contabilidad de los riesgos que se está dispuesto a asumir y la economía del chantaje, del maltrato y de la degradación.

La condición para poder ingresar a esa modernidad es dejar atrás principios y valores que se consideran ahora obsoletos y adoptar otros comportamientos que se convierten en moneda corriente para poder ascender. Lo que no quiere decir que en nuestros países no existan este tipo de presiones y abusos, es más en nuestros países, el modelo tiende a ser reproducido y mucho más, cuando el ejemplo proviene de tan alto.

lunes, 17 de marzo de 2008

Paz sin fronteras

Por Alfonso Otero

El concierto convocado por Juanes y al que asistieron, además de miles de colombianos y venezolanos, seis importantes interpretes de la música popular, que vinieron de Europa y América Latina, se convirtió en un evento destacado, que dejó claro que para la mayoría de los ciudadanos de esta parte del continente las guerras entre países no tienen ninguna razón de ser. El derramamiento de sangre no tiene ningún sentido en una época en que las armas son contundentes y el heroísmo ha dejado de existir, para darle paso a tecnologías que en pocos días o hasta en horas podrían acabar con miles de vidas de ambos lados, que serían sacrificadas sin sentido y sin opción de salvación.

El emocionante concierto que permitió evidenciar la hermandad de venezolanos y colombianos, que levantaron las banderas de ambos países y entonaron las canciones que presentaron los artistas, desafortunadamente fue un fugaz encuentro, que a pesar de los deseos de algunos, se constituye tan solo en un evento de fin de semana, que para nada cambiará las relaciones tensas de los países bolivarianos.

La verdad es que a pesar de los abrazos en Santo Domingo y de las canciones en la frontera colombo-venezolana, los conflictos entre Colombia, Venezuela y Ecuador continuarán activos y, dadas las innumerables fuentes de diferencias, no solo entre los presidentes, sino también debido a los intereses enfrentados de las políticas económicas y sociales de los tres países, es muy probable que surjan nuevos problemas. Las fumigaciones, los flujos comerciales legales e ilegales, las bases militares, los planes para la defensa fronteriza, la compra de armamento, los amigos del norte y del sur, las intervenciones humanas y políticas, el apoyo a grupos simpatizantes de diferentes maneras y los intereses de terceros para crear conflictos, seguirán siendo un riesgo permanente, que solo podrá enfrentarse con verdaderos diplomáticos, con actitud de tolerancia, respeto por la diferencia y ausencia de prejuicios y preconceptos.

Aunque sabemos que nuestros mercados son interdependientes y que nuestras poblaciones comparten una cultura y una historia, las diferencias políticas se mantienen y el interés por hacer caer al vecino en trampas, por demostrar la inconveniencia del enfoque del contrario y en destacar las malas amistades de las autoridades del otro lado de la frontera. Ellos harán que volvamos a registrar enfrentamientos, malentendidos y diferencias. Hasta tanto no se construya una verdadera base de negociación sustentada en la confianza mutua, en la discusión racional de los problemas fronterizos y la búsqueda de soluciones conjuntas, para aquellos aspectos de la realidad que compartimos, no podremos definir un rumbo común, que indudablemente requerirá correcciones y ajustes, y que se podrá realizar, si cada una de las partes reconoce la interdependencia, la necesidad de acuerdos y lo imperioso de construir una política fronteriza conjunta. Esta convicción deberá llevarnos a respetar la orientación política de los gobiernos centrales, pero poniendo en lugar destacado los intereses de los habitantes de las fronteras y las necesidades comerciales y sociales de cada uno de los tres países comprometidos.

Confiemos en que los gobernantes demuestren estar a la altura de sus pueblos, y se percaten de que no se puede poner en riesgo la paz en la región, ni la armonía de pueblos que están ligados geográfica e históricamente. Las diferencias políticas deben demostrar sus bondades en sus respectivos entornos y de ninguna manera deben afectar las relaciones de buena vecindad. Debe prevalecer el análisis de la problemática concreta y se debe llegar a acuerdos que beneficien ambas partes.

La única forma en que este objetivo se puede lograr, es venciendo la indiferencia de las mayorías, y recogiendo el llamado de Miguel Bosé, para que este concierto sea solo el primer paso para que los colombianos, venezolanos y ecuatorianos acompañados de la comunidad iberoamericana defiendan la paz, desarmen los espíritus guerreristas y conquisten la libertad para todos los secuestrados, los que están ´presos en la selva, los que han sido despojados de sus recursos, los que han sido proscritos, los que carecen de servicios públicos y los desplazados por cualquier fuerza política, económica o armada.

martes, 11 de marzo de 2008

La violencia de las barras bravas

Por Alfonso Otero (haotero@gmail.com)

Los recientes eventos en el estadio de la ciudad de Cali, durante los cuales las barras bravas de un equipo local, agredieron a autoridades, propiciaron el ambiente para que más de sesenta aficionados terminaran en la clínica y destruyeron la infraestructura, que les permitía disfrutar un espectáculo deportivo, llama de nuevo la atención, acerca de las razones que existen para que se presenten tales manifestaciones de violencia.

No es Colombia el único país en que se registran estos incidentes. Este tipo de comportamientos se repiten en los estadios de fútbol tanto de Europa como de América Latina y aunque las autoridades diseñan estrategias para contrarrestar a los promotores de los disturbios y a los grupos que originan estos enfrentamientos, la violencia cada cierto tiempo reaparece, como si se tratara de algo consustancial con este deporte. Las ofensas a jugadores con color de piel oscura en Europa son muy frecuentes, y a pesar de las campañas contra el racismo, el fenómeno se repite con inusitada frecuencia.

Un espectáculo ideado para recrear y cambiar la rutina de decenas de miles de aficionados se ha convertido en una fuente de enfrentamientos y violencia, que convierte los estadios en escenarios de vandalismo y agresión. Los jóvenes trabajadores y estudiantes tras abandonar sus lugares de trabajo y centros de estudio, se ponen una camiseta y cambian su actitud cotidiana para convertirse en elementos de unos grupos, cada vez más alienados por unos dirigentes que encuentran en la violencia una forma de consolidar su poder y reafirmar sus ansias de provocar, agredir y causar dolor en sus oponentes. En ocasiones la violencia se convierte en una prueba de lealtad al grupo, que de esa manera crea lazos de sangre y procura defenderse comprometiendo a todos sus participantes en actores violentos, para así crear confusión y ocultarse entre la multitud, de manera que puedan evadir responsabilidades y comprometer en los hechos a los más débiles e inexpertos.

Estos grupos violentos tienen la característica de ser agrupaciones temporales, en las que domina el fanatismo y la intransigencia, en las que los miembros convocados por unos líderes vociferantes, agresivos y sin mayor formación, buscan impresionar y atemorizar no solo a sus contendores, sino también a la ciudadanía, para generar una sensación de dominio y poder en las calles, los barrios o los estadios. Carecen de principios o planteamientos racionales que los gobiernen, y solo aspiran a someter a los demás con el terror y la prepotencia de su actuar colectivo e irracional. La utilización de armas primitivas y la destrucción de infraestructura para llamar la atención de las autoridades, es una constante que busca demostrar en los enfrentamientos el supuesto valor y arrojo de sus miembros. Sin embargo, son capaces de movilizar numerosos seguidores por cuenta de la defensa de un pedazo de tela o una adscripción a un equipo.

Las condiciones previas para que estos jóvenes puedan ser absorbidos por ese fanatismo son el escepticismo, la desconfianza y la carencia de ideales que orienten sus vidas. La ausencia de motivaciones y la fragilidad que sienten en la vida cotidiana para transformar sus vidas, les lleva a convertirse en seres resentidos, que desprecian el orden, la riqueza, la normalidad y lo convencional. Su desprecio lo exteriorizan a través de la violencia, de la destrucción de infraestructura y vehículos, de la agresión contra lo institucional o tradicional, y en realidad tienen poco que perder, pues las pocas oportunidades que les ofrece el mundo moderno, no los estimulan a integrarse o compartir objetivos más nobles y espirituales. Es por ello que la única alternativa contra la violencia en los estadios es la atención a la marginalidad urbana y el aumento de la oferta de oportunidades de trabajo, recreación y desarrollo de la personalidad de los jóvenes, que los motive a buscar metas más altas y satisfactorias.

La falta de oportunidades convierte a muchos jóvenes en agresivas víctimas de fanáticos, pues ante el desempleo, las dificultades de acceso a los sistemas educativo y de salud, la pobreza y la descomposición social, las únicas emociones fuertes a las que pueden acceder estos adolescentes son esas aventuras dominicales de desahogo, excitación y alto flujo de adrenalina.