lunes, 29 de octubre de 2018

La Noche de los cristales y la sinagoga de Pittsburgh




Por Héctor A. Otero

El próximo 9 de noviembre se cumplen ochenta años de la arbitraria acción violenta de las SA de Hitler contra la comunidad judía, asonada que pretendió ser espontanea, pero que buscaba, en realidad, mostrar a un sector de la población como el causante de todos los males de la sociedad alemana.  La propaganda nazi, con el fin de fortalecerse políticamente recurrió al mecanismo de identificar a un grupo social con los problemas generales del país, para unificar a la nación y poder a través del engaño y la manipulación llevar a las masas a aceptar los vejaciones, maltratos y posterior aniquilación de sus enemigos políticos.

El mundo ignoró estas señales de lo que significaba esa violencia arbitraria y sectaria, así como las acciones de discriminación y estigmatización, lo que permitió a las huestes nazis escalar en su actividad hasta convertirla en algo corriente y cotidiano en la sociedad alemana de la época.  La aceptación de esa actividad llevó, con el tiempo a una de las peores experiencias de la humanidad: la Segunda Guerra Mundial, que afectó a millones de familias, con la pérdida de seres queridos en un enfrentamiento irracional y salvaje.

La acción de un terrorista en Pittsburgh contra una sinagoga, en los pasados días, pretende presentarse como un acto aislado, llevado a cabo por un demente, despreciable, fanático y excepcional actor individual, que no debe entenderse como una tendencia o ejemplo para otros individuos de la misma orientación política.  La verdad es que, revisando la experiencia norteamericana de atentados y masacres colectivas, este evento no puede ser minimizado ni sus consecuencias subestimadas.  La fanfarria que promulga como causantes de todos los males a los inmigrantes y la histérica consigna de “Hacer a América Grande de Nuevo”, son marcos mas que propicios para nuevos actos de violencia como el de Pittsburgh.

Para muchos esta consideración puede ser una exageración (son solo 11 muertos, en Alemania fueron según estimaciones 91), pero es preferible estar prevenido, que después ver a los violentos apoderarse de las calles y tratar a los contrarios de manera agresiva.  La aceptación de las cosas que se van volviendo corrientes, terminan por imponerse, y la costumbre va legitimando actos que en un momento pudieron ser considerados despreciables.  La gente termina por acostumbrarse a ver ciertas noticias acerca del aumento en la violencia, discriminación o arbitrariedad.

La mayoría de los movimientos de extrema derecha buscan enemigos fáciles de identificar, a los que se pueda culpar de los males que la sociedad padece.  Los judíos fueron en la Alemania nazi, los europeos para la Inglaterra de Theresa May, los inmigrantes para los EEUU de Trump y seguramente los negros en el Brasil de Bolsonaro.

Colombia no está aislada y las tendencias mundiales también se van apuntalando en nuestro país: la insistencia de Duque en convertir a Maduro en un enemigo de su gobierno, y a quienes no se someten a los designios de su política en justificadas víctimas de la “mano dura”, va conformando un sustrato para justificar agresiones y arbitrariedades.  Las desatendidas exigencias de los líderes sociales para que se respeten sus actividades y sus vidas, dan cuenta de que hasta el momento para el nuevo gobierno en la Casa de Nariño, no le preocupa lo que sucede en la periferia del país.  Por el contrario, se busca enfrentar a indígenas contra sus similares, aislar a las organizaciones sociales, desconocer los líderes y las asociaciones de campesinos, violar los acuerdos de erradicación y sustitución de cultivos, para optar por soluciones que radicalicen y propicien los enfrentamientos entre autoridades y la comunidad.  Esto si que es jugar con fuego.  Este escenario recuerda los movimientos de campesinos en el sur del Meta y el Guaviare en el año 1997, en los que las comunidades abandonadas del Estado recurrieron al cultivo de la coca, como una opción viable de sobrevivencia en medio del abandono.  Las manifestaciones en contra de la fumigación se generalizaron y la única forma de detenerlas fue con una masacre: Mapiripán.

Confiemos en que ni en Norte América ni en Colombia se desconozcan las experiencias terribles del pasado reciente.  Es imprescindible y obligatoria la vigilancia sobre estos hechos, que pueden llevar al país a repetir una experiencia desastrosa.