Por Héctor Alfonso Otero
El papel de la educación en una
sociedad del consumo es bien diferente al que tuvo esta actividad durante la
industrialización. En el período en que
se desarrollaron las grandes factorías se requirió un gran esfuerzo de
educación masiva en temas como alfabetización y matemáticas básicas. Los operarios debían ser capaces de poner en
ejecución labores simples y repetitivas, que debían coordinarse y organizarse
con instrucciones claras y específicas.
Para ello era necesario que el trabajador pudiera leer y escribir.
También debía conocer y desenvolverse con magnitudes y conteo de operaciones,
por ello la sociedad diseño sistemas educativos que garantizaban que numerosos
individuos fueran capacitados, y se les dotó con una base de conocimientos
similar a todos, de forma que sus trabajos pudieran ser integrados, recibieran
retroalimentación y de esa manera coordinar sus actividades y , por último que
su trabajo pudiera ser evaluado y de asi poder conocer la eficiencia con que se desempeñaban los
trabajadores durante todo el proceso. Al
cumplir esta condiciones el
administrador de los negocios lograba que el trabajo se reflejara en sinergias,
y que tuviera efectos acumulativos, que le permitieran apropiarse el valor
generado en cada etapa del proceso.
Con la desaparición de las líneas
de producción, que involucraba individuos a cargo de las diferentes etapas del
proceso, esta necesidad de formación masiva ha perdido importancia y, por la
misma razón, la educación como elemento para la vinculación de mano de obra a
los procesos productivos ha dejado de ser relevante. Desde este punto de vista una sociedad moderna
no debería estar tan preocupada por formar cuadros para la producción, sino
para el consumo, como los señala Zygmunt Bauman. Los procesos de automatización y robotización
han permitido reducir las necesidades de mano de obra asociada a los procesos,
y por lo mismo, se genera mucho menos empleo en la producción, y más en los
servicios.
Pero las demandas de trabajo en el sector servicios,
en un periodo en el que la vida útil de los productos se ha vuelto tan corta,
requieren un tipo de capacitación diferente, que no está relacionada con el
conocimiento de bases técnicas, ni de adaptación a los procesos, sino mas bien
con la operación de sistemas y el manejo de interfases entre diferentes
procesos automatizados. Cada vez se
necesitan más operarios que instruyan al cliente acerca de cómo operar los
productos, que trabajadores que construyan esos mismos equipos. Ilustrar esto será fácil con solo entrar a
cualquier centro de servicios de telefonía móvil, son muchos más quienes atienden
a usuarios resolviendo dudas acerca del manejo de sus equipos o promoviendo las
ventas o administrando los inventarios,
que quienes trabajan en las producción de los equipos o el diseño de la
infraestructura operativa de los sistemas.
El conocimiento de estos
trabajadores es tan fugaz como los productos que promueven, a medida que los
modelos o las tecnologías evolucionan, es necesario aprender los nuevos
sistemas, y esta tarea solo la pueden realizar las propias empresas que han
introducido las innovaciones. En este
sentido la educación también tiene el mismo carácter pasajero que los
productos. Los puestos de trabajo son
también ocupaciones temporales, en las que los trabajadores no permanecen
mucho tiempo. Gracias a que existe una inmensa masa de
jóvenes dispuestos a trabajar por un salario muy bajo, las empresas no tienen
dificultad en reemplazar con frecuencia a quienes empiezan a acumular carga
laboral y a ser un pasivo para la empresa.
En este sentido la educación
pública y todo el sistema de estímulos alrededor de la educación se torna
innecesario desde el punto de vista del empresario. Se considera indispensable
la educación básica, que acondiciona al individuo al consumo: la educación
básica sigue siendo importante, por cuanto, una precondición del consumidor, es la necesaria para tener capacidad para
entender las instrucciones de los aparatos que va a operar, sin necesidad de
entender muy bien cómo funcionan. Lo
importante es lograr el objetivo, generar mayores necesidades en el consumidor.
Hoy pocos comprenden cómo
funciona un computador o un teléfono celular, pero todos los utilizan. Los usuarios logran comunicarse con distantes
rincones, pero no saben bien cómo llega la señal hasta esos confines. El computador es solo una máquina capaz de
hacer muchas operaciones repetidas una y otra vez, el celular se sirve de una
red de repetidoras que cubren el área de comunicaciones y los juegos de video
son remixs de trucos cibernéticos con formas diversas. Por ello la esencia de la modernidad es la
repetición, y en especial la repetición de la compra, mientras tengamos una
mínima educación y contemos con una fuente de ingresos podemos ser
consumidores, y para estar activos debemos estar “al día”, saber cuál es el
último juego, el modelo más reciente de celular, el computador más rápido, de
manera que podamos cada vez recibir más ofertas, de cosas que el mercado nos
indica que debemos comprar, independiente de las necesidades reales de cada
quién. Es tan importante tener el último
celular con alta resolución de las imágenes, para el portero del edificio como
para el dueño del casino.
Fue necesario durante mucho
tiempo tener buena memoria para poder resolver muchos asuntos, sin embargo hoy
no necesitamos almacenar tanto en nuestro cerebro, pues con solo consultar en
la red podemos encontrar el remedio, la receta o la respuesta para cualquier
inquietud. Por lo tanto esa educación,
que obligaba a conocer al detalle el cuerpo humano con todas sus
interrelaciones para poder ejercer como médico, ya no es tan importante,
tampoco es importante para un físico, matemático o economista recordar
formulas: al toque de un dispositivo (ratón) las tiene, las fechas de la
historia se pueden ver mejor en gráficos virtuales, que muestran la
simultaneidad y similitudes de diferentes épocas.
Por tanto, ahora es más
importante tener dinero para comprar un buen disco duro, que recordar lo que
antes se llamaba conocimiento. Por lo
mismo el carácter de la educación ha cambiado de manera drástica, la
memorización y la repetición dejaron de ser una alternativa y cada vez surge
mas la necesidad de que el estudiante sea capaz de integrar la información
disponible en la red, para realizar análisis y poder tener un conocimiento
menos acumulativo y mas integral, mas explicativo, tendiente a aprehender la
realidad en su complejidad y multiplicidad.
Las experiencias de otras regiones van marcando la propia realidad
local, la primavera árabe es un ejemplo de cómo “una chispa puede incendiar la
pradera”, las expresiones juveniles como “ocupen Wall Street”, los Indignados
en Europa y las rebeldes chicas de “Pussy Riot” en Rusia son solo ejemplos de
la capacidad de trascender que tienen las movilizaciones hoy en día.
El parroquialismo y el
aislamiento local son cosas del pasado, la integración cultural e informativa
avanza, a pesar de los intereses de la gran prensa que sigue tratando de
manipular la opinión pública a través de información sesgada, verdades a medias
y franca desinformación. Sin embargo, el
que quiera escuchar o mirar lo puede hacer.
Es cierto que siempre se trata de limitar la información gratuita en la
red, de ponerle frenos a ciertos tipos de fuentes de información y de veladas amenazas,
que aseguran que quienes entran a determinadas páginas pueden entrar a formar
parte de las listas de los organismos de Estado y ser procesados. De todas formas vamos a estar en esas listas
y cada día las autoridades cuentan con más herramientas para violar nuestra
intimidad. Las listas de suscriptores se
venden, se piratean, se compran, se distribuyen, se divulgan, pero el secreto
de la modernidad es que nadie es capaz de manejar toda esa información, ni los
sistemas más sofisticados lo pueden hacer.
En ese sentido la libertad en la red, con el aumento de información, es
la vacuna contra la pérdida de individualidad.
Esa abundancia de datos y
registros, de fuentes y de teorías, es el potencial con el que debe trabajar la
educación, ya no vista como un simple elemento de formación para la producción,
sino como una base para comprender la realidad y para disfrutar lo que nos
ofrece esta diversa, compleja e inabarcable modernidad. Es poder moverse con confianza y sin
complejos en una cantidad de información, que siempre que se haga a consciencia
va a ser particular y única. El enfoque
particular que cada quién le da a sus pequeñas investigaciones conduce a muchas
respuestas que, si sabemos intercambiarlas, nos podrán enriquecer.
El problema es que no todos
estamos preparados para emprender ese recorrido solos. Como con tantas otras responsabilidades que
se han cargado sobre los individuos del consumo, la formación integral tiende a
ser tarea individual, los profesores, tutores o guías han perdido el tradicional
respeto que existía en la escuela tradicional y los ardides para burlar la
vigilancia encomendada a los maestros es cada vez más frecuente. El orientador, así quiera ser otra cosa, tan
solo es un encargado del orden. Debe
servir mas para mantener al joven trabajando, que para proporcionarle
información u orientación. Los muchachos
con intereses más concretos y que tienen objetivos claros, pronto encontraran
su forma de hacer sus tareas, las que ellos se imponen, no las que les imponen
los “profesores”. Pero la gran mayoría
de los estudiantes no tienen un norte definido y en ese deambular por la
caótica y múltiple información existente, se perderán y van a terminar
frustrados y desmoralizados. Presas
fáciles de líderes inciertos, que pueden convertir al desorientado en ficha de
un engranaje para sacar partido para los más fuertes.
La escasa demanda de trabajo
calificado que caracteriza al sector productivo de la sociedad del consumo,
lleva a que solo algunos privilegiados encuentren espacio en los trabajos del
sector productivo y en la industria de punta.
La mayor parte de los trabajadores deben buscar ocupación en negocios
pequeños microempresas o empresas de intermediación laboral, pues los
empresarios tratan cada vez de comprometerse menos con obligaciones que representen lazos fuertes con sus operarios.
Por otra parte, el desarrollo de
nuevos productos está cada vez más concentrado en las multinacionales y grandes
corporaciones, que protegen sus avances científicos y tecnológicos con un sistema
de patentes que limita las posibilidades de construir ciencia sobre los
descubrimientos ya logrados. El
conocimiento se privatiza y la complejidad de los avances hace que solo los
grandes capitales, que pueden financiar laboratorios y centros de investigación,
mantener a los científicos mas destacados, controlar la información que se
maneja hacia afuera de la empresa, decidir qué descubrimientos son interesantes
en lo comercial y cuáles deben mantenerse bajo llave hasta que sea el momento
de sacarle provechos económico. La
investigación y el conocimiento de avanzada terminan en manos de muy pocos,
todos ligados al gran capital.
Por eso las carreras o
profesiones liberales que se miraban con respeto y representaban opciones de
estabilidad y seguridad, hoy han perdido importancia para los ciudadanos del
consumo. La sobreoferta de ingenieros,
economistas, médicos, abogados y otros profesionales, ha presionado los
salarios a la baja e inclusive muchos de ellos están sobrecalificados para las
tareas que les son asignadas. El título
por sí mismo no abre puertas, por el contrario no tenerlo si las cierra. Pero por lo mismo, la educación formal se
convirtió en un requisito, y no en una fuente de conocimiento. Entre los estudiantes existe una displicencia
y desprecio por la teoría y la trascendencia, lo que interesa ahora son
formulas simples que lleven a resultados seguros. Nada más alejado de lo que debe ser la
ciencia: el reto de enfrentar lo desconocido y encontrar explicaciones, ha sido
sustituido por un afán por obtener los títulos.
El mejor no es el que domina la disciplina, sino el que menos esfuerzos
realiza para obtener su diploma. Tal
como los héroes de la modernidad son aquellos que rápidamente ascienden en la
escala social, los estudiantes se sienten orgullosos de haber podido burlar las
trabas que impone la academia de forma rápida y ágil. El conocimiento es algo secundario.
La educación va perdiendo su
carácter universal en un doble sentido, por un lado solo se necesitan unos
pocos científicos y desarrolladores de tecnología, no es necesaria formar a
tantas personas en los tópicos que permiten avanzar tecnológicamente, solo deben
ser unos pocos y sobre ellos es indispensable tener control. Las mayorías solo necesitan una educación
media, que les permita consumir y sentirse satisfechos con los productos que
van saliendo al mercado, y que les dan la sensación de estar a la
vanguardia. Sin embargo, esos
consumidores, después de haber hecho las colas para comprar su último
modelo, llegan a casa y descubren que ya
están anunciando el modelo siguiente que va a aparecer. La obsolescencia de los productos es rápida e
inexorable. La educación para el consumo
no demanda gran conocimiento ni altos niveles culturales
Pero en otro sentido la educación
también pierde universalidad: el desconocimiento del diferente, del otro,
limita el crecimiento integral de los individuos y al estar los individuos cada
vez más solos en el mundo, y con tantas responsabilidades encima, terminan por
desconfiar de todo lo que no les es conocido.
Los mundos limitados en que vive el consumidor, que además se
complementan de manera ideal con aparatos con los que el individuo se va
aislando de su entorno, va generando barreras y el individuo empieza a encontrar sentido solo en lo que logra
dominar: su computador, su celular, su automóvil, sus electrodomésticos. La aparición de extraños se convierte en un
inconveniente, la desconfianza hacia el que tiene otra experiencia y otra forma
de ver el mundo va en aumento, y por lo tanto de ese diferente es muy poco lo
que el consumidor considera que puede
aprender.
Las estructuras institucionales y
familiares que establecían autoridad a ciertos individuos cada vez son más cuestionadas. El sacerdote, el padre de familia, el
policía, el profesor, el juez, el árbitro, todos son personajes que se
cuestionan en cuanto su capacidad para guiar.
La admiración de los consumidores, no está en el más esforzado,
experimentado o trabajador, sino en el que llega rápido a sus objetivos de
consumo. La admiración es para el jugador
de futbol, que logra comprar el carro deportivo de moda, es para el artista que
a través de extravagancias logra ganar millones, es para el corredor de bolsa
que tras un golpe de suerte, una trampa
o una jugada astuta obtiene ganancias multimillonarias. Los héroes
dejan de ser los que se sacrifican y sufren, ellos son despreciados; los
que logran pasar por encima de sus compañeros y convertirse en triunfadores y modelos
de vida, ellos son el nuevo paradigma de la modernidad.
Pero esos nuevos protagonistas no
tienen en las mentes populares una permanencia, los modelos de ayer han caído
en desgracia y los que están vigentes hoy en muy pocos días caerán. La ausencia de verdaderos modelos de vida a
seguir, contribuye a que el individuo tampoco logre construir una imagen sólida
que le proporcione autoestima y razón de vivir.
La depresión y la inestabilidad emocional son realidades con las que los
ciudadanos de la modernidad deben convivir.
Esa ausencia de referentes en la
formación de los jóvenes y la fugacidad de las figuras públicas son la otra
cara del nuevo paradigma para la educación. Los que llegaron a ser modelos de
vida en otras épocas ya se consideran superados por los cambios en las
condiciones sociales y económicas que caracterizan la nueva sociedad. Los nuevos paradigmas se encuentran en los
realities y las competencias deportivas, en las que los modelos son jóvenes que
se someten a vejámenes y malos tratos, solo para tener el título, asociado a un premio
monetario. Estos héroes modernos también
tienen un reinado breve. La nueva
competencia ya se prepara y las cualidades del anterior triunfador son los
defectos en el nuevo concurso.
Como los trabajos son fugaces,
también la educación de calidad pierde vigencia, la velocidad de las
innovaciones y la inmensa oferta de productos hacen que la educación deba ser
permanente y superficial. Nadie se puede
declarar formado. La actualización
constante es una necesidad y una oportunidad.
Pero la profundidad no es la característica de este tipo de
formación. La profesionalización a nivel
masivo ha perdido sentido y quienes controlan los mercados no están dispuestos
a ceder las nuevas oportunidades de trabajo, por lo que la gran mayoría debe
oscilar entre trabajos diversos, que no justifican la dedicación a una sola
área disciplinar.
Las disciplinas académicas que
fueron necesarias para que la humanidad pudiera consolidar la industrialización
y la creación de maquinaria y equipos cada vez más sofisticados, ya no son
necesarias. Los nuevos trabajadores de
la alta tecnología combinan conocimientos de diversa índole e integran
disciplinas y métodos muy diversos, pero para la mayoría de trabajadores que se
desenvuelven en pequeñas y medianas empresas, es perentorio tener una variedad
de opciones que les permita saltar de un trabajo a otro, siempre con énfasis
diferentes. La especialización pasó hace
rato por sus mejores épocas. La sociedad
del consumo no demanda conocimientos de ese tipo, sino tan solo una base mínima
que garantice un ingreso y unos conocimientos generales que le permitan comprar
y consumir. El consumo es también
momentáneo: con la decisión de compra se cierra el ciclo y se inicia uno
nuevo. La satisfacción de la necesidad
es secundaria, lo relevante es poder satisfacer el deseo y la posesión culmina
con un objeto que en ese mismo momento empieza a perder importancia para la
sociedad de consumo. La obsolescencia de
los productos comienza con la salida del centro de distribución y en ese mismo
momento el producto empieza a perder valor.
El consumidor en ese mismo instante empieza a soñar con el remplazo del
producto que acaba de adquirir.
Estos nuevos dilemas de la
educación plantean reformas fundamentales en la forma como se aborda el proceso
educativo y en consecuencia también cambios en los contenidos. Es necesario redefinir los objetivos de los
diferentes niveles de educación, pensando en formas de guiar al educando, o
debiéramos decir al “autoformador”, en su ruta por construir su futuro a partir
de la solución de problemas planteados desde las inquietudes personales y
colectivas, que puedan responder a necesidades comunitarias y sociales y menos
a las demandas económicas del sistema.
Seguiremos reflexionando en esta dirección. ¿Participan?