martes, 11 de marzo de 2008

La violencia de las barras bravas

Por Alfonso Otero (haotero@gmail.com)

Los recientes eventos en el estadio de la ciudad de Cali, durante los cuales las barras bravas de un equipo local, agredieron a autoridades, propiciaron el ambiente para que más de sesenta aficionados terminaran en la clínica y destruyeron la infraestructura, que les permitía disfrutar un espectáculo deportivo, llama de nuevo la atención, acerca de las razones que existen para que se presenten tales manifestaciones de violencia.

No es Colombia el único país en que se registran estos incidentes. Este tipo de comportamientos se repiten en los estadios de fútbol tanto de Europa como de América Latina y aunque las autoridades diseñan estrategias para contrarrestar a los promotores de los disturbios y a los grupos que originan estos enfrentamientos, la violencia cada cierto tiempo reaparece, como si se tratara de algo consustancial con este deporte. Las ofensas a jugadores con color de piel oscura en Europa son muy frecuentes, y a pesar de las campañas contra el racismo, el fenómeno se repite con inusitada frecuencia.

Un espectáculo ideado para recrear y cambiar la rutina de decenas de miles de aficionados se ha convertido en una fuente de enfrentamientos y violencia, que convierte los estadios en escenarios de vandalismo y agresión. Los jóvenes trabajadores y estudiantes tras abandonar sus lugares de trabajo y centros de estudio, se ponen una camiseta y cambian su actitud cotidiana para convertirse en elementos de unos grupos, cada vez más alienados por unos dirigentes que encuentran en la violencia una forma de consolidar su poder y reafirmar sus ansias de provocar, agredir y causar dolor en sus oponentes. En ocasiones la violencia se convierte en una prueba de lealtad al grupo, que de esa manera crea lazos de sangre y procura defenderse comprometiendo a todos sus participantes en actores violentos, para así crear confusión y ocultarse entre la multitud, de manera que puedan evadir responsabilidades y comprometer en los hechos a los más débiles e inexpertos.

Estos grupos violentos tienen la característica de ser agrupaciones temporales, en las que domina el fanatismo y la intransigencia, en las que los miembros convocados por unos líderes vociferantes, agresivos y sin mayor formación, buscan impresionar y atemorizar no solo a sus contendores, sino también a la ciudadanía, para generar una sensación de dominio y poder en las calles, los barrios o los estadios. Carecen de principios o planteamientos racionales que los gobiernen, y solo aspiran a someter a los demás con el terror y la prepotencia de su actuar colectivo e irracional. La utilización de armas primitivas y la destrucción de infraestructura para llamar la atención de las autoridades, es una constante que busca demostrar en los enfrentamientos el supuesto valor y arrojo de sus miembros. Sin embargo, son capaces de movilizar numerosos seguidores por cuenta de la defensa de un pedazo de tela o una adscripción a un equipo.

Las condiciones previas para que estos jóvenes puedan ser absorbidos por ese fanatismo son el escepticismo, la desconfianza y la carencia de ideales que orienten sus vidas. La ausencia de motivaciones y la fragilidad que sienten en la vida cotidiana para transformar sus vidas, les lleva a convertirse en seres resentidos, que desprecian el orden, la riqueza, la normalidad y lo convencional. Su desprecio lo exteriorizan a través de la violencia, de la destrucción de infraestructura y vehículos, de la agresión contra lo institucional o tradicional, y en realidad tienen poco que perder, pues las pocas oportunidades que les ofrece el mundo moderno, no los estimulan a integrarse o compartir objetivos más nobles y espirituales. Es por ello que la única alternativa contra la violencia en los estadios es la atención a la marginalidad urbana y el aumento de la oferta de oportunidades de trabajo, recreación y desarrollo de la personalidad de los jóvenes, que los motive a buscar metas más altas y satisfactorias.

La falta de oportunidades convierte a muchos jóvenes en agresivas víctimas de fanáticos, pues ante el desempleo, las dificultades de acceso a los sistemas educativo y de salud, la pobreza y la descomposición social, las únicas emociones fuertes a las que pueden acceder estos adolescentes son esas aventuras dominicales de desahogo, excitación y alto flujo de adrenalina.

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