miércoles, 24 de febrero de 2016

Lo que nos enseñaron Carlos Castaño y Raúl Reyes


Por Héctor A. Otero

El proceso de transformación de los valores, en la sociedad colombiana tuvo dos componentes importantes, por un lado unos cambios en la subjetividad social, propiciados por alteraciones radicales en el enfoque que se daba al papel del Estado a nivel global, y por otro, unas condiciones objetivas favorables a la transformación de la actividad de los jóvenes y a la incorporación de los adultos a la vida social y de trabajo en todos sus aspectos: económico, social, educativo, ambiental y cultural.

En efecto, mientras avanzaban las ideas que consideraban al Estado como un obstáculo para el desarrollo a nivel mundial, el individualismo como forma de vida y el utilitarismo se convertían en guías de adaptación y camisas de fuerza para el acceso a ingresos decorosos.  Las condiciones para que los organismos financieros internacionales desembolsaran recursos para financiar la actividad del de los gobierno nacionales, eran que se redujera la extensión del Estado, eliminando empleo público, reduciendo las actividades de apoyo social, suprimiendo instituciones, acabando con subsidios y liquidando las regulaciones sobre la banca y el comercio internacional. Una campaña de desprestigio a las organizaciones populares hizo mella en la capacidad de sindicatos, asociaciones de usuarios campesinos, organizaciones sociales, estudiantiles y todo tipo de estructuras políticas, que se opusieran al proceso de limitaciones a la participación popular y la eliminación de derechos laborales.

Mientras el Estado se reducía, las empresas arrancaban a trabajar en la misma dirección, licenciamiento de trabajadores, contrataciones temporales, reducción de las nóminas, etc. Para el trabajador o estudiante recién egresado resultaba difícil encontrar trabajo, y si lo conseguía, era por periodos breves y en condiciones precarias en materia de prestaciones sociales.  La guerra que se desarrollaba principalmente en las zonas rurales apartadas, se fue extendiendo, y esa misma expansión llevó a empresarios rurales, ganaderos, corporaciones internacionales y militares a buscar nuevas formas de combatir la guerrilla.  El narcotráfico empezaba a dejar enormes ganancias a una nueva clase empresarial que se sentía también amenazada por las fuerzas irregulares.  La respuesta fue lentamente ganando adeptos, crear una contraguerrilla igual o más poderosa que la existente, que pudiera replicar las formas de combate de los subversivos y no someterse a vigilancia ni nacional ni extranjera.

Para construir esos ejércitos, era necesario capturar la atención de los jóvenes, a través del dinero, de las armas, del poder político, de la influencia regional, de la capacidad de destruir enemigos y de dejar atrás barreras morales, que no les permitían actuar a sus anchas.  En el proceso de consolidar estos dos ejércitos, sin control ni límites, se familiarizó a los jóvenes con las armas, con la posibilidad de hacer justicia con las propias manos, con destruir al que pensaba diferente.  Mientras la guerra acababa con las vidas de muchos jóvenes, que se atrevían a pensar por su cuenta, muchos otros aprendieron a manejar explosivos, armas de grueso calibre y técnicas de combate, que permitían atemorizar no solo al oponente, sino también a toda la población.  Las bombas colocadas en lugares públicos llevaron a que hasta la rumba se viera afectada, por las amenazas de los ejércitos irregulares.

Las estructuras familiares se fueron modificando y los núcleos domésticos explotaron, dejando a muchas mujeres al frente de hogares, que no estaban maduros para estos cambios.  Los adolecentes debieron salir a buscar empleo, para colaborar en el mantenimiento de los hogares.  Las responsabilidades se dispersaban, y para muchos las opciones de vincularse a grupos armados o combos delictivos no dejaban de ser posibilidades, que además resultaba bien pagadas, si bien representaban asumir riesgos muy altos.  El trabajo de los grupos armados fue propicio, en esas condiciones generales, para introducir principios de profundo individualismo y egoísmo, en los que se dejaban a un lado los lazos familiares y de amistad, para unirse a potentes organizaciones con mucho dinero y que reforzaban los comportamiento de luchar solos por su vida, no temerle a nada, no estar aferrados a obsoletos conceptos regionales, sociales o de gremio, y exponer sus vidas por vagos idearios revanchistas y de empoderamiento en la guerra, el armamentismo y en las ganancias rápidas.  El narcotráfico, la trata de personas, el secuestro, las desapariciones de oponentes, el asesinato por encargo, el chantaje y las vacunas, fueron todas actividades que se pusieron a la orden del día.  Mientras tanto el umbral de la resistencia de las familias a aceptar estas actividades de sus hijos bajaba, así como crecían las necesidades y el hambre.

La tarea de cambiar los idearios juveniles comunitarios, por bien remunerados cambios en la orientación de sus vidas, solo requería de una cosa: dinero. Por ello, no hubo reticencias a la posibilidad de practicar actividades como la vigilancia de cultivos ilícitos, el cobro de impuestos a laboratorios y comerciantes de drogas ilícitas, el secuestro, las amenazas a la vida, las vacunas y otras formas de conseguir ganancias que permitieran a los miembros de estas organizaciones armarse, contar con una logística apropiada e imponer sus leyes en vastas regiones del territorio nacional.

La palabra, que para los abuelos de estos muchachos era sagrada, se volvió tan solo un medio para relativizar la vida, y los sagaces dirigentes nos hicieron comprender, que no era lo mismo secuestro que retenciones, que las vacunas no debían confundirse con las contribuciones, que los asesinatos y masacres no eran otra cosa que ejecuciones….y así, los semiólogos Castaño y Reyes, nos hicieron entender, que la guerra no solo era legítima, sino que traía beneficios, que no se podían valorar si seguíamos pensando como nuestros abuelos.  La cultural del más vivo, del engaño, del dinero fácil, de arrimarse al palo que de mejor sombra, se impuso.  La violencia se extendió no solo a la guerra, sino también a la vida familiar y a la relaciones entre vecinos.  El dinero era rey y los dueños del gran dinero, los corruptos que se roban el patrimonio nacional, las mafias de los negocios ilícitos, los políticos que se reparten el presupuesto y los ideólogos de la oscuridad se reían y se felicitaban.  La Colombia del cambio de siglo estaba conformada.

viernes, 19 de febrero de 2016

Nos equivocamos


Por Héctor Otero

¿Por qué no decirlo? Si, quienes creímos que la vía armada no era el camino para transformar la sociedad, nos equivocamos de cabo a rabo.  No solo no pudimos cambiar nada, sino que las figuras que habrían podido aportar al cambio están o muertas o absorbidas por el sistema.  Mientras tanto, los que se aferraron a las armas y a “la combinación de formas de lucha” hoy están a punto de obtener indultos, después de haber pasado un periodo inolvidable en La Habana, de poder participar con privilegios en la política y burlarse de sus detractores, de recibir beneficios para trasladarse por todo el país en medios que no están ni siquiera a disposición de los ricos, de hacer borrón de su historial de asesinos y secuestradores a cuenta de que esos eran delitos conexos con la rebelión.

La izquierda es hoy blanco de las burlas de periodistas y políticos de derecha, para no hablar de los Procuradores y Defensores del Pueblo, por no haber sabido aprovechar las oportunidades que la política le dio.  Después de tener una tercera parte de la Constituyente del 91, pasamos a entregarle la cabeza de la oposición a una burócrata profesional, que ha sabido acercarse tanto a los Pastranas como a los Samperes y a los Uribes.  Mientras tanto los valientes ejércitos armados del pueblo, secuestran niños para hacerles lavado cerebral y mentirles acerca de la capacidad que tienen las armas para hacer justicia por mano propia, para abusar en todos los aspectos de los jóvenes al colocarlos como carne de cañón y material desechable, para convertirlos en sicarios y especialistas en destrucción.  Pero no solo eso, también para familiarizar a estos muchachos con cárceles y cadenas, que denigran del ser humano y obligarlos a convertirse en carceleros, que ante una huida o un ataque, tienen que ser capaces de asesinar a sangre fría.  Para convertir enormes áreas de cultivo en cementerios de minas personales, en los que se pone en riesgo la vida de miles de campesinos y soldados jóvenes o se los convierte en lisiados, llenos de dolor y rencor.

Esos dirigentes de la guerrilla, hoy pretenden que la ciudadanía olvide a los dirigentes regionales asesinados a sangre fría, a las víctimas inocente que con sus explosivos cayeron y están hoy muertas o inválidas producto de una guerra en la que las pérdidas colaterales éramos nosotros, miembros de familias humildes y gente trabajadora, a los campesinos y pequeños agricultores que debieron abandonar sus parcelas debido a que el conflicto cada vez que pasaba por su predios les amenazaba de una forma diferente, a los dirigentes políticos locales asesinados por unos u otros en un conflicto en el que los que no estaban armados no podían opinar.

Si, nos equivocamos, ese era el precio que era necesario pagar para conseguir una sociedad más justa.  Una en la que los asesinos no paguen por sus culpas, los secuestradores no vayan a la cárcel, los narcotraficantes no reconozcan el enorme mal que le han hecho a los jóvenes al convertirlos en sicarios, secuestradores y abusadores.  Una en la que los jóvenes sigan el ejemplo de los dirigentes que hoy tienen privilegios en hoteles y centro de convenciones de La Habana, pero también para desplazarse a gusto por el país demostrando como su decisión de defender las armas se justificó.  Un joven con un arma al hombro termina por ser, un activista político más convincente, que un joven preocupado por la inequidad de la sociedad o los bajos salarios de los trabajadores del país.

Nos ganaron, y es necesario reconocerlo en estos momentos en que el país entra en un periodo crítico, cuando los precios de las principales exportaciones del país han caído, cuando el ahorro que había realizado el país en forma de inversiones de largo plazo, son elefantes blancos que poco pueden aportar al desarrollo económico, al empleo y a la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos colombianos.  Después de haber acabado con la política agraria e industrial y haber abandonado el sector productivo por casi treinta años, ahora nos encontramos ante una reducción de los ingresos nacionales, mientras dependemos cada vez mas de los proveedores extranjeros para nuestra alimentación y la satisfacción de necesidades básicas.

Y mientras tanto, la corrupción sigue galopante, se roban o les regalan, a cambio de migajas, las inversiones que el país ha realizado por largos periodos, y de las cuales dependemos para el suministro de servicios básicos (Ecopetrol, Isagén, la banca, las empresas prestadoras de servicios de salud, etc.); se roban hasta la comida de los niños, los medicamentos de las entidades prestadoras de servicios de salud, convierten a los centros educativos en empresas de venta de títulos al por mayor, a los deportistas los tranzan en mercados, que ellos no entienden cómo funcionan, y que sirven para el enriquecimiento ilícito de los dirigentes deportivos nacionales y extranjeros.

Estos temas no son relevante para los negociadores de La Habana, sus preocupaciones apuntan a la impunidad y el desconocimiento de las realidades de una guerra en la que las principales víctimas no fueron los actores armados, sino los habitantes de las zonas afectadas por el conflicto, en especial los más jóvenes, y en las que los umbrales de la moral, del respeto, de la justicia, del trabajo digno fueron modificados y afectaron las visiones del mundo de los muchachos en formación.  Se impuso la filosofía del más vivo, del más agresivo, del mejor armado, del matoneo, del arrebato, del más rico……

Bueno, eso nos ha quedado, y ahora, después de nuestra derrota, encontramos que nuestra ética, nuestro respeto, nuestro enfoque político, nuestras metas, nuestros sueños……. ya no tienen validez.  Ahora si toco reeducarnos.