Por Héctor A. Otero
El proceso
de transformación de los valores, en la sociedad colombiana tuvo dos
componentes importantes, por un lado unos cambios en la subjetividad social,
propiciados por alteraciones radicales en el enfoque que se daba al papel del
Estado a nivel global, y por otro, unas condiciones objetivas favorables a la
transformación de la actividad de los jóvenes y a la incorporación de los adultos
a la vida social y de trabajo en todos sus aspectos: económico, social,
educativo, ambiental y cultural.
En efecto,
mientras avanzaban las ideas que consideraban al Estado como un obstáculo para
el desarrollo a nivel mundial, el individualismo como forma de vida y el
utilitarismo se convertían en guías de adaptación y camisas de fuerza para el
acceso a ingresos decorosos. Las
condiciones para que los organismos financieros internacionales desembolsaran
recursos para financiar la actividad del de los gobierno nacionales, eran que
se redujera la extensión del Estado, eliminando empleo público, reduciendo las
actividades de apoyo social, suprimiendo instituciones, acabando con subsidios
y liquidando las regulaciones sobre la banca y el comercio internacional. Una
campaña de desprestigio a las organizaciones populares hizo mella en la
capacidad de sindicatos, asociaciones de usuarios campesinos, organizaciones
sociales, estudiantiles y todo tipo de estructuras políticas, que se opusieran
al proceso de limitaciones a la participación popular y la eliminación de
derechos laborales.
Mientras el
Estado se reducía, las empresas arrancaban a trabajar en la misma dirección,
licenciamiento de trabajadores, contrataciones temporales, reducción de las
nóminas, etc. Para el trabajador o estudiante recién egresado resultaba difícil
encontrar trabajo, y si lo conseguía, era por periodos breves y en condiciones
precarias en materia de prestaciones sociales.
La guerra que se desarrollaba principalmente en las zonas rurales
apartadas, se fue extendiendo, y esa misma expansión llevó a empresarios
rurales, ganaderos, corporaciones internacionales y militares a buscar nuevas
formas de combatir la guerrilla. El
narcotráfico empezaba a dejar enormes ganancias a una nueva clase empresarial
que se sentía también amenazada por las fuerzas irregulares. La respuesta fue lentamente ganando adeptos,
crear una contraguerrilla igual o más poderosa que la existente, que pudiera
replicar las formas de combate de los subversivos y no someterse a vigilancia
ni nacional ni extranjera.
Para
construir esos ejércitos, era necesario capturar la atención de los jóvenes, a
través del dinero, de las armas, del poder político, de la influencia regional,
de la capacidad de destruir enemigos y de dejar atrás barreras morales, que no
les permitían actuar a sus anchas. En el
proceso de consolidar estos dos ejércitos, sin control ni límites, se
familiarizó a los jóvenes con las armas, con la posibilidad de hacer justicia
con las propias manos, con destruir al que pensaba diferente. Mientras la guerra acababa con las vidas de
muchos jóvenes, que se atrevían a pensar por su cuenta, muchos otros
aprendieron a manejar explosivos, armas de grueso calibre y técnicas de combate,
que permitían atemorizar no solo al oponente, sino también a toda la
población. Las bombas colocadas en
lugares públicos llevaron a que hasta la rumba se viera afectada, por las
amenazas de los ejércitos irregulares.
Las
estructuras familiares se fueron modificando y los núcleos domésticos explotaron,
dejando a muchas mujeres al frente de hogares, que no estaban maduros para
estos cambios. Los adolecentes debieron
salir a buscar empleo, para colaborar en el mantenimiento de los hogares. Las responsabilidades se dispersaban, y para
muchos las opciones de vincularse a grupos armados o combos delictivos no
dejaban de ser posibilidades, que además resultaba bien pagadas, si bien
representaban asumir riesgos muy altos.
El trabajo de los grupos armados fue propicio, en esas condiciones
generales, para introducir principios de profundo individualismo y egoísmo, en
los que se dejaban a un lado los lazos familiares y de amistad, para unirse a
potentes organizaciones con mucho dinero y que reforzaban los comportamiento de
luchar solos por su vida, no temerle a nada, no estar aferrados a obsoletos
conceptos regionales, sociales o de gremio, y exponer sus vidas por vagos
idearios revanchistas y de empoderamiento en la guerra, el armamentismo y en
las ganancias rápidas. El narcotráfico,
la trata de personas, el secuestro, las desapariciones de oponentes, el
asesinato por encargo, el chantaje y las vacunas, fueron todas actividades que
se pusieron a la orden del día. Mientras
tanto el umbral de la resistencia de las familias a aceptar estas actividades
de sus hijos bajaba, así como crecían las necesidades y el hambre.
La tarea de
cambiar los idearios juveniles comunitarios, por bien remunerados cambios en la
orientación de sus vidas, solo requería de una cosa: dinero. Por ello, no hubo
reticencias a la posibilidad de practicar actividades como la vigilancia de
cultivos ilícitos, el cobro de impuestos a laboratorios y comerciantes de
drogas ilícitas, el secuestro, las amenazas a la vida, las vacunas y otras
formas de conseguir ganancias que permitieran a los miembros de estas
organizaciones armarse, contar con una logística apropiada e imponer sus leyes
en vastas regiones del territorio nacional.
La palabra,
que para los abuelos de estos muchachos era sagrada, se volvió tan solo un
medio para relativizar la vida, y los sagaces dirigentes nos hicieron
comprender, que no era lo mismo secuestro que retenciones, que las vacunas no
debían confundirse con las contribuciones, que los asesinatos y masacres no
eran otra cosa que ejecuciones….y así, los semiólogos Castaño y Reyes, nos hicieron
entender, que la guerra no solo era legítima, sino que traía beneficios, que no
se podían valorar si seguíamos pensando como nuestros abuelos. La cultural del más vivo, del engaño, del dinero
fácil, de arrimarse al palo que de mejor sombra, se impuso. La violencia se extendió no solo a la guerra,
sino también a la vida familiar y a la relaciones entre vecinos. El dinero era rey y los dueños del gran
dinero, los corruptos que se roban el patrimonio nacional, las mafias de los
negocios ilícitos, los políticos que se reparten el presupuesto y los ideólogos
de la oscuridad se reían y se felicitaban.
La Colombia del cambio de siglo estaba conformada.