lunes, 31 de octubre de 2016

Víctimas para arriba y para abajo


Por Héctor Alfonso Otero Moreno
La demagogia alrededor de las víctimas del conflicto, va de manera gradual saturando a la población y dejando atrás un mal sabor, que saca a relucir la falta de interés de los políticos de todas las orientaciones y los funcionarios del gobierno por reconstruir y darle una nueva cara al país.  Los gestos de contrición verdadera y de perdón efectivo, salen a relucir a cada paso y la intransigencia sigue siendo la moneda de cambio de las discusiones acerca del Acuerdo de Paz.
¿Por qué no decir la verdad acerca de las posibilidades de reconstitución del tejido social?  La tarea es descomunal y en ningún caso depende solo de desarrollar el campo o de abrirle posibilidades de participación a nuevos sectores políticos (que lo más probable es que terminen actuando exactamente como los actuales “padres de la patria”).  Es un cambio sustancial en la forma de trabajar la cotidianeidad en un mundo globalizado.  Se dice fácil, pero la verdad es muy complejo.  ¿Cuál será el papel de las comunidades locales, de las organizaciones populares y de los grupos de productores dispersos?  De acuerdo con los acuerdos las organizaciones comunitarias y la economía solidaria deben privilegiarse, el Consejero para el posconflicto ha afirmado que las juntas comunales jugarán un papel primordial en la reconstrucción de las economías locales.  Sin embargo, después de un prolongado conflicto que sembró desconfianza en todas las organizaciones comunitarias  que no estuvieran dominadas por los combatientes, y convirtió en agentes de guerra a las que se identificaron con ellos, la situación de las organizaciones populares es muy precaria en el país.
¿Seguiremos con una política de víctimas que promueve más la mendicidad que la autogestión? La opción para quienes han pasado por el sufrimiento de la pérdida de sus seres queridos, de tener que recoger sus pocos trastos para salir corriendo, de rescatar a sus mujeres del abuso de sus captores, de buscar a sus hijos involucrados en una guerra que no eran capaces de entender, es recibir un cheque, un albergue o una capacitación superficial y a todas luces inapropiada.  Estos mecanismos siguen generando dependencia económica y emocional, generan división al interior de las comunidades, premian al gestor local y no alivian a las verdaderas víctimas, que siguen buscando su lugar en un país que les ha dado la espalda.
¿Retorno y restitución de tierras? Qué garantías puede tener una víctima, acerca de que los victimarios, que nunca fueron derrotados (ni unos, ni otros) y ahora andan libres y son poderosos señores, no seguirán discriminándolos, señalándolos y atormentándolos de mil maneras. ¿Ya ha cambiado tanto el país como para haberlo olvidado todo?  No siempre las víctimas buscan la verdad, la recordación de hechos atroces y vergonzosos, no es para nada algo que se quiera rememorar y mucho menos frente a desconocidos.  La experiencia dolorosa y realizada con la sevicia de unos combatientes sin misericordia y que conscientemente hieren donde más duele, no se quiere revivir, repetirla, así sea oralmente, con frecuencia es revictimizar a quienes ya han sufrido más allá de lo imaginable.

La única gestión viable, en el manejo de víctimas,. es un programa nacional que se base en reconstruir la dignidad y recuperar la seguridad de los entornos en que viven las personas desplazadas, aquellas que desean regresar o las que quieren reubicarse.  Debemos reconocer en primer lugar la heterogeneidad de quienes han sido afectados por el conflicto, identificar sus falencias y sus capacidades,  explorar sus preferencias en materia de ubicación física y propósitos vitales, establecer sus necesidades capitales y encontrar los obstáculos para poder superar la falta de pertenencia en cada caso.  Solo con una atención que tenga en consideración estas variables permitirá realmente reconstituir el tejido social desde la base y darle vida a las localidades más azotadas por la violencia 

martes, 25 de octubre de 2016

Los enjambres y la incertidumbre política.


Por Hector Alfonso Otero Moreno
El comportamiento de la opinión pública colombiana, en un momento tan importante para la sociedad, como éste, en el que se debe decidir acerca de la senda y los métodos que se deberán aplicar a la resolución de conflictos en el futuro, recuerda el comportamiento de los enjambres sociales, que describe Zygmunt Bauman en su libro “Mundo Consumo”.  En efecto, los rumbos, los giros, las figuras y las tendencias que toman los individuos en la sociedad colombiana están menos marcados por conceptos e ideas claras acerca del futuro del país, que por “temas relevantes diferentes y siempre cambiantes, y atraídos por objetivos o blancos variables y en movimiento”.
Tan pronto surgen fuerzas vitales que exigen “la paz ya!”, como aparecen exigencias de “no a la impunidad”, ya se manifiesta la población  contra las FARC, o salen a la calle muchedumbres para que cese la guerra, se busca deslegitimar a ciertos negociadores y al final se pretende ser parte del equipo en La Habana,  se exige transparencia, pero se negocia a puerta cerrada y en secreto.  Dice Bauman: “la seductora fuerza de atracción que ejercen los objetivos cambiantes es, como regla, suficiente para coordinar los movimientos del enjambre”.  Lo cierto, es que esta incertidumbre y la incapacidad de predecir los comportamientos de la opinión colombiana, ni siquiera en el corto plazo, son materia que debería suscitar la reflexión de quienes guían la opinión pública
Los nuevos y viejos medios de comunicación deberían cuestionarse acerca de su poder y su efectividad.  Las redes sociales han demostrado ser poderosos medios para movilizar gente, no solo en nuestro país, sino también en lejanos territorios.  La “Primavera árabe” fue una experiencia inolvidable, que generó ilusiones y promesas, pero que al final se convirtió en un espejismo que no logró llevar a los países que se embarcaron en ella a buen puerto.  Las aventuras de “Ocuppy Wall Street”, “Democracia real, y otras acciones de jóvenes intelectuales y activistas reformadores, quedaron en registros históricos y referentes de movilización, pero sus resultados efectivos, fueron menos que notables.
La diferencia es que Colombia no se puede dar el lujo de fracasar en su empeño de construir un camino de paz y reconciliación, Estos grupos de soñadores fracasaron y el resultado fue que todo siguió igual o peor. En este país necesitamos cambiar la forma como se ha hecho política y se ha gobernado, así solo sea para que no allá más muertes, no para que sea un Estado justo, porque sabemos que de eso aún estamos muy distantes.  Pero, necesitamos entender el comportamiento de los enjambres.  Bauman señala que “En el caso de los seres humanos (unidades que sienten y piensan), el confort de enjambrar radica en la seguridad que les proporciona el número; la creencia de que la dirección de la acción debe de haber sido adecuadamente elegida cuando un número tan impresionantemente elevado de personas la están siguiendo”.
Por ello es importante que en este momento no se bajen las banderas, ni se acepten los alegatos, vengan de donde vinieren, acerca de “perfeccionar” los acuerdos.  Sabemos que son imperfectos y sabemos que tienen vacíos, pero lo importante es que se entienda el espíritu del documento.  No importa, si no se dice que le pasa a un guerrillero que va camino a un área de concentración, el espíritu es claro: hay que facilitarle la entrega de las armas.  Todo lo que conduzca a la paz, debe ser rodeado de condiciones para que aporte al proceso, así no este claramente especificado en los acuerdos.  Todos entendemos el espíritu: vamos a respetar a todos y cada uno de los colombianos y de los residentes y visitante de este país, partimos de la buena fe (que en ciertas ocasiones los enemigos de la paz invocan para sus intereses).  Dejemos atrás las leguleyadas, vengan de donde vengan, del Fuscal, del exprocurador, del expreidente o del excandidato.  La vida de los millones de colombianos que de manera directa o indirecta sufrimos la guerra es más importante que los cargos que ellos ostentan u ostentaron.
Hagamos que los enjambres aterricen.

(Los resaltados son citas del libro de Bauman “Mundo Consumo”)

lunes, 3 de octubre de 2016

Lo dicen los resultados electorales

Por Héctor Alfonso Otero Moreno

A veintidós millones de colombianos no les importa si hay guerra o no, si hay perdón u olvido, si se castiga o no a los violentos, si los niños del Chocó, del Guaviare o del Cauca se encuentran en medio del fuego.  Solo 6 millones y medio estaban dispuestos a pasar por encima de los terribles delitos de las FARC, para que la sociedad dejara de pagar los costos de la guerra, en términos de vidas de jóvenes, inseguridad en los campos e incertidumbre para la economía y la estabilidad social.  Otros seis millones y medio consideraban demasiado perdonar los delitos de la guerra y prefirieron el salto al vacío de continuar una negociación, sin saber si era viable tal proceso, sin tener certezas sobre el futuro del país y sin garantía de que el fuego de las armas se suspenda.
Definitivamente, esta es una sociedad indiferente: los esfuerzos por acabar con las manifestaciones de solidaridad entre los colombianos han dado sus frutos, todas las organizaciones populares y comunitarias han sido debilitadas y se ha creado una profunda desconfianza en el otro, en el vecino, en el colega, en el amigo.  El individualismo se ha ganado el corazón de la mayoría de los ciudadanos de este país, que si no ven réditos, preferiblemente monetarios, no se movilizan por nada.  Los propósitos altruistas y generosos, son tan solo una ridícula pretensión demagógica, que en el inconsciente debe estar también vinculada a un interés económico.  La sinceridad y la honestidad son comportamientos que solo conducen a que otros se aprovechen de quienes pretenden despojarse de unos intereses que solo pueden abandonarse si uno está loco.
Desde los años ochenta, a los jóvenes se los ha enseñado a “no dejarse”, a luchar por sobre todo, por tus propios intereses, sin darle oportunidad a sus iguales de aprovechar el esfuerzo individual que realizan.  “No dar papaya” es la consigna que predomina en una sociedad, en la que trabajar por lo social, por lo comunitario representa estar fuera de contexto, es desperdiciar las capacidades y los potenciales.  Lo importante, hemos dicho y hemos promovido, es diferenciarte, alejarte de quien pueda pretender aprovecharse de ti.  Sería lamentable que tu amigo, tu colega, tu par pase por encima aprovechando los eslabones que le has ayudado a subir.  Eso demuestra tu ingenuidad, tu falta de visión, tu falta de ser capaz de valorarte.  Si actúas de esa manera tú mismo eres el culpable de tu desgracia “¿quién le manda?”.

Los modelos a seguir son los mismos que han construido una nación de vivos, aquellos que la hacen y no pagan, los que se aprovechan del erario público, los que utilizan a los débiles para pasar por encima de todos, los que han impuesto un sistema de privilegios basado en puertas giratorias: favores van y favores vienen, los que arrojan la piedra y esconden la mano, los que sirven de áulicos de los poderosos, pero son capaces de traicionar por una buena recompensa.
Simplemente a veintidós millones de colombianos no les importa, que ésta sea la sociedad que nos gobierne, y en la cual van a crecer sus hijos, seguramente ya los están educando con los parámetros que les permitirán el éxito, en una sociedad que por estar pensando en la viveza y la avionada, no produce, no genera riqueza, no innova, no mira hacia adelante, sino se regodea con la última “tumbada” que le pegó al vecino, al tendero, al anciano, al muchachito.

La mala noticia, es que la economía cada vez crea menos valor, y así formemos a nuestros hijos para ser los vivos, cada vez va a haber menos para todos, cada vez la puja de los vivos va a ser más sucia, va a ser más cruel, más despiadada.  Y de esa forma nuestros hijos serán también más despiadados, más insensibles, más oportunistas y la sociedad colombiana será más aún una torre de babel, en la que nadie oye, nadie escucha y nadie se preocupa por el otro.
¿Será esta la sociedad que está buscando la mayoría?

martes, 9 de agosto de 2016

He decidido que el día del plebiscito no me voy a levantar.


Porque no acepto que la voluntad de diez representantes de nadie, modifiquen la Constitución que fue creada con dificultad, con participación de diversos actores políticos y sociales y que ha tenido tiempo de ser probada y hasta cuestionada en diferentes escenarios.  Es suficiente con que nuestros presidentes acomoden la Carta Magna a sus intereses políticos, e introduzcan alteraciones sustanciales al equilibrio de poderes, con que entreguemos la justicia a países extranjeros, con que el marco constitucional sirva para ampliar la desigualdad e impedir el desarrollo económico, limite las posibilidades y la iniciativa de los ciudadanos, con que los avances en la participación sean estrangulados por políticos y juristas, cuyo único interés es maximizar la utilidad y la cuota de poder burocrático, con que la salud y la educación de un pueblo estén en manos de mercaderes, que no están interesados en mejorar la calidad de vida de los sectores populares.

Porque ni el Gobierno Nacional, ni los negociadores de La Habana, ni la oposición radical al proceso de paz representan el pensamiento de quienes día a día construyen y defienden este país.  No existe por parte de estos actores del escenario político ninguna intención de superar las graves restricciones que existen para la democracia y la justicia en Colombia.  Más allá de proteger sus intereses y ocultar sus responsabilidad en la promoción de las peores enfermedades de la sociedad colombiana, los firmantes de los acuerdos, tanto como sus detractores, se limitan a posicionarse para una nueva repartición de poder que en nada va a beneficiar a la ciudadanía.  Las enfermedades que ellos han contribuido a extender por el país no son otras que la violencia generalizada, la evasión de responsabilidades, la falta de solidaridad y  de misericordia, el individualismo, la indiferencia y la falta respeto de los valores que esta tierra había construido, como el amor por la tierra, por los lazos familiares, por la decencia en el trato personal y muchos otros que ya ni reconoceríamos como propios, pues la falta de su práctica los ha convertido en elementos en desuso.

Porque ni las prácticas política del Gobierno, los negociadores ni las de la oposición me ilusionan con un futuro mejor.   Con cualquiera de ellos la corrupción seguirá arrebatando los recursos para la construcción de un país mejor, los poderosos se seguirán repartiendo el presupuesto y los puestos de dirección del Estado, la justicia seguirá maniatada, cercenada y parcial, las oportunidades seguirán pasando al lado, sin que la inteligencia y la recursividad  de los trabajadores puedan aprovecharlas, pues el Estado en lugar de incentivar la iniciativa la coarta, la entraba y la frustra.

Porque la paz no se puede construir a partir de unas declaraciones pretensiosas, sino con un trabajo permanente y disciplinado que cambie la orientación de la política, la economía y el espíritu de solidaridad.  Aún falta mucho para que los colombianos nos respetemos como ciudadanos, el trato que le damos a nuestros opositores e inclusive a nuestros familiares no permite ser optimista en el cambio de las costumbres arraigadas desde finales de los ochenta.  La cultura del más vivo, del oportunista, del engaño, de la mentira siguen siendo cotidianas en nuestra vida ciudadana, y las autoridades aprovechan este enfoque para apuntalarse en sus centros de poder.  Nada nos hace pensar que el callar de los disparos y las explosiones mejore nuestras relaciones como sociedad y conglomerado humano.  Tampoco habrá recursos financieros ni humanos para el cambio, pues la crisis del país y las orientaciones de la política internacional no ofrecen un horizonte despejado.

Definitivamente, ese día mejor me voy a dedicar a soñar con un mundo mejor.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Lo que nos enseñaron Carlos Castaño y Raúl Reyes


Por Héctor A. Otero

El proceso de transformación de los valores, en la sociedad colombiana tuvo dos componentes importantes, por un lado unos cambios en la subjetividad social, propiciados por alteraciones radicales en el enfoque que se daba al papel del Estado a nivel global, y por otro, unas condiciones objetivas favorables a la transformación de la actividad de los jóvenes y a la incorporación de los adultos a la vida social y de trabajo en todos sus aspectos: económico, social, educativo, ambiental y cultural.

En efecto, mientras avanzaban las ideas que consideraban al Estado como un obstáculo para el desarrollo a nivel mundial, el individualismo como forma de vida y el utilitarismo se convertían en guías de adaptación y camisas de fuerza para el acceso a ingresos decorosos.  Las condiciones para que los organismos financieros internacionales desembolsaran recursos para financiar la actividad del de los gobierno nacionales, eran que se redujera la extensión del Estado, eliminando empleo público, reduciendo las actividades de apoyo social, suprimiendo instituciones, acabando con subsidios y liquidando las regulaciones sobre la banca y el comercio internacional. Una campaña de desprestigio a las organizaciones populares hizo mella en la capacidad de sindicatos, asociaciones de usuarios campesinos, organizaciones sociales, estudiantiles y todo tipo de estructuras políticas, que se opusieran al proceso de limitaciones a la participación popular y la eliminación de derechos laborales.

Mientras el Estado se reducía, las empresas arrancaban a trabajar en la misma dirección, licenciamiento de trabajadores, contrataciones temporales, reducción de las nóminas, etc. Para el trabajador o estudiante recién egresado resultaba difícil encontrar trabajo, y si lo conseguía, era por periodos breves y en condiciones precarias en materia de prestaciones sociales.  La guerra que se desarrollaba principalmente en las zonas rurales apartadas, se fue extendiendo, y esa misma expansión llevó a empresarios rurales, ganaderos, corporaciones internacionales y militares a buscar nuevas formas de combatir la guerrilla.  El narcotráfico empezaba a dejar enormes ganancias a una nueva clase empresarial que se sentía también amenazada por las fuerzas irregulares.  La respuesta fue lentamente ganando adeptos, crear una contraguerrilla igual o más poderosa que la existente, que pudiera replicar las formas de combate de los subversivos y no someterse a vigilancia ni nacional ni extranjera.

Para construir esos ejércitos, era necesario capturar la atención de los jóvenes, a través del dinero, de las armas, del poder político, de la influencia regional, de la capacidad de destruir enemigos y de dejar atrás barreras morales, que no les permitían actuar a sus anchas.  En el proceso de consolidar estos dos ejércitos, sin control ni límites, se familiarizó a los jóvenes con las armas, con la posibilidad de hacer justicia con las propias manos, con destruir al que pensaba diferente.  Mientras la guerra acababa con las vidas de muchos jóvenes, que se atrevían a pensar por su cuenta, muchos otros aprendieron a manejar explosivos, armas de grueso calibre y técnicas de combate, que permitían atemorizar no solo al oponente, sino también a toda la población.  Las bombas colocadas en lugares públicos llevaron a que hasta la rumba se viera afectada, por las amenazas de los ejércitos irregulares.

Las estructuras familiares se fueron modificando y los núcleos domésticos explotaron, dejando a muchas mujeres al frente de hogares, que no estaban maduros para estos cambios.  Los adolecentes debieron salir a buscar empleo, para colaborar en el mantenimiento de los hogares.  Las responsabilidades se dispersaban, y para muchos las opciones de vincularse a grupos armados o combos delictivos no dejaban de ser posibilidades, que además resultaba bien pagadas, si bien representaban asumir riesgos muy altos.  El trabajo de los grupos armados fue propicio, en esas condiciones generales, para introducir principios de profundo individualismo y egoísmo, en los que se dejaban a un lado los lazos familiares y de amistad, para unirse a potentes organizaciones con mucho dinero y que reforzaban los comportamiento de luchar solos por su vida, no temerle a nada, no estar aferrados a obsoletos conceptos regionales, sociales o de gremio, y exponer sus vidas por vagos idearios revanchistas y de empoderamiento en la guerra, el armamentismo y en las ganancias rápidas.  El narcotráfico, la trata de personas, el secuestro, las desapariciones de oponentes, el asesinato por encargo, el chantaje y las vacunas, fueron todas actividades que se pusieron a la orden del día.  Mientras tanto el umbral de la resistencia de las familias a aceptar estas actividades de sus hijos bajaba, así como crecían las necesidades y el hambre.

La tarea de cambiar los idearios juveniles comunitarios, por bien remunerados cambios en la orientación de sus vidas, solo requería de una cosa: dinero. Por ello, no hubo reticencias a la posibilidad de practicar actividades como la vigilancia de cultivos ilícitos, el cobro de impuestos a laboratorios y comerciantes de drogas ilícitas, el secuestro, las amenazas a la vida, las vacunas y otras formas de conseguir ganancias que permitieran a los miembros de estas organizaciones armarse, contar con una logística apropiada e imponer sus leyes en vastas regiones del territorio nacional.

La palabra, que para los abuelos de estos muchachos era sagrada, se volvió tan solo un medio para relativizar la vida, y los sagaces dirigentes nos hicieron comprender, que no era lo mismo secuestro que retenciones, que las vacunas no debían confundirse con las contribuciones, que los asesinatos y masacres no eran otra cosa que ejecuciones….y así, los semiólogos Castaño y Reyes, nos hicieron entender, que la guerra no solo era legítima, sino que traía beneficios, que no se podían valorar si seguíamos pensando como nuestros abuelos.  La cultural del más vivo, del engaño, del dinero fácil, de arrimarse al palo que de mejor sombra, se impuso.  La violencia se extendió no solo a la guerra, sino también a la vida familiar y a la relaciones entre vecinos.  El dinero era rey y los dueños del gran dinero, los corruptos que se roban el patrimonio nacional, las mafias de los negocios ilícitos, los políticos que se reparten el presupuesto y los ideólogos de la oscuridad se reían y se felicitaban.  La Colombia del cambio de siglo estaba conformada.

viernes, 19 de febrero de 2016

Nos equivocamos


Por Héctor Otero

¿Por qué no decirlo? Si, quienes creímos que la vía armada no era el camino para transformar la sociedad, nos equivocamos de cabo a rabo.  No solo no pudimos cambiar nada, sino que las figuras que habrían podido aportar al cambio están o muertas o absorbidas por el sistema.  Mientras tanto, los que se aferraron a las armas y a “la combinación de formas de lucha” hoy están a punto de obtener indultos, después de haber pasado un periodo inolvidable en La Habana, de poder participar con privilegios en la política y burlarse de sus detractores, de recibir beneficios para trasladarse por todo el país en medios que no están ni siquiera a disposición de los ricos, de hacer borrón de su historial de asesinos y secuestradores a cuenta de que esos eran delitos conexos con la rebelión.

La izquierda es hoy blanco de las burlas de periodistas y políticos de derecha, para no hablar de los Procuradores y Defensores del Pueblo, por no haber sabido aprovechar las oportunidades que la política le dio.  Después de tener una tercera parte de la Constituyente del 91, pasamos a entregarle la cabeza de la oposición a una burócrata profesional, que ha sabido acercarse tanto a los Pastranas como a los Samperes y a los Uribes.  Mientras tanto los valientes ejércitos armados del pueblo, secuestran niños para hacerles lavado cerebral y mentirles acerca de la capacidad que tienen las armas para hacer justicia por mano propia, para abusar en todos los aspectos de los jóvenes al colocarlos como carne de cañón y material desechable, para convertirlos en sicarios y especialistas en destrucción.  Pero no solo eso, también para familiarizar a estos muchachos con cárceles y cadenas, que denigran del ser humano y obligarlos a convertirse en carceleros, que ante una huida o un ataque, tienen que ser capaces de asesinar a sangre fría.  Para convertir enormes áreas de cultivo en cementerios de minas personales, en los que se pone en riesgo la vida de miles de campesinos y soldados jóvenes o se los convierte en lisiados, llenos de dolor y rencor.

Esos dirigentes de la guerrilla, hoy pretenden que la ciudadanía olvide a los dirigentes regionales asesinados a sangre fría, a las víctimas inocente que con sus explosivos cayeron y están hoy muertas o inválidas producto de una guerra en la que las pérdidas colaterales éramos nosotros, miembros de familias humildes y gente trabajadora, a los campesinos y pequeños agricultores que debieron abandonar sus parcelas debido a que el conflicto cada vez que pasaba por su predios les amenazaba de una forma diferente, a los dirigentes políticos locales asesinados por unos u otros en un conflicto en el que los que no estaban armados no podían opinar.

Si, nos equivocamos, ese era el precio que era necesario pagar para conseguir una sociedad más justa.  Una en la que los asesinos no paguen por sus culpas, los secuestradores no vayan a la cárcel, los narcotraficantes no reconozcan el enorme mal que le han hecho a los jóvenes al convertirlos en sicarios, secuestradores y abusadores.  Una en la que los jóvenes sigan el ejemplo de los dirigentes que hoy tienen privilegios en hoteles y centro de convenciones de La Habana, pero también para desplazarse a gusto por el país demostrando como su decisión de defender las armas se justificó.  Un joven con un arma al hombro termina por ser, un activista político más convincente, que un joven preocupado por la inequidad de la sociedad o los bajos salarios de los trabajadores del país.

Nos ganaron, y es necesario reconocerlo en estos momentos en que el país entra en un periodo crítico, cuando los precios de las principales exportaciones del país han caído, cuando el ahorro que había realizado el país en forma de inversiones de largo plazo, son elefantes blancos que poco pueden aportar al desarrollo económico, al empleo y a la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos colombianos.  Después de haber acabado con la política agraria e industrial y haber abandonado el sector productivo por casi treinta años, ahora nos encontramos ante una reducción de los ingresos nacionales, mientras dependemos cada vez mas de los proveedores extranjeros para nuestra alimentación y la satisfacción de necesidades básicas.

Y mientras tanto, la corrupción sigue galopante, se roban o les regalan, a cambio de migajas, las inversiones que el país ha realizado por largos periodos, y de las cuales dependemos para el suministro de servicios básicos (Ecopetrol, Isagén, la banca, las empresas prestadoras de servicios de salud, etc.); se roban hasta la comida de los niños, los medicamentos de las entidades prestadoras de servicios de salud, convierten a los centros educativos en empresas de venta de títulos al por mayor, a los deportistas los tranzan en mercados, que ellos no entienden cómo funcionan, y que sirven para el enriquecimiento ilícito de los dirigentes deportivos nacionales y extranjeros.

Estos temas no son relevante para los negociadores de La Habana, sus preocupaciones apuntan a la impunidad y el desconocimiento de las realidades de una guerra en la que las principales víctimas no fueron los actores armados, sino los habitantes de las zonas afectadas por el conflicto, en especial los más jóvenes, y en las que los umbrales de la moral, del respeto, de la justicia, del trabajo digno fueron modificados y afectaron las visiones del mundo de los muchachos en formación.  Se impuso la filosofía del más vivo, del más agresivo, del mejor armado, del matoneo, del arrebato, del más rico……

Bueno, eso nos ha quedado, y ahora, después de nuestra derrota, encontramos que nuestra ética, nuestro respeto, nuestro enfoque político, nuestras metas, nuestros sueños……. ya no tienen validez.  Ahora si toco reeducarnos.