Por Héctor A. Otero
Nuevas escuelas de pensamiento
están tratando de interpretar el contexto en el que se desarrollan las
manifestaciones de inconformidad que se registran, tanto en América Latina,
como en Francia, Hong Kong y otros lugares del mundo. Todavía no existe una
tendencia predominante, lo cual nos coloca en la obligación de explorar
diferentes analistas, para buscar las mejores explicaciones para el despertar
de sociedades enteras y entender hacia dónde se dirigen estos levantamientos
populares.
El caso de Zygmunt Bauman, un
sociólogo polaco y profesor de la universidad de Leeds (Inglaterra), es uno de
los más interesantes enfoques para aproximarse a la forma como las sociedades
se desarrollan en la actualidad. La base
de todo su trabajo es el concepto de “Modernidad Líquida”, que separa el
periodo del capitalismo en dos etapas de características opuestas y bien
definidas. La primera etapa del
capitalismo, en la que se construyeron las grandes industrias e instalaciones
de producción en masa, es denominada por Bauman la “modernidad sólida”, debido
a que durante su construcción, esta etapa del capitalismo, requirió de la
capacitación masiva de operarios, la construcción de fábricas de sólidas
estructuras, la fidelización de los trabajadores con las empresas que los
habían calificado y que requerían de su mano de obra para poder funcionar. La producción en masa creó instituciones
sólidas que buscaban perdurar, y a la vez los trabajadores esperaban
especializarse y tener toda una vida de trabajo en ellas, que les habían dado
la oportunidad de trabajo, capacitación y ascenso.
Las relaciones familiares
igualmente se caracterizaban por hogares
con una fuerte estabilidad, que más que novedad esperaban estabilidad, casa
propia, facilidad en las labores domésticas y un entorno local inalterado,
alrededor de la iglesia, los colegios, los deportes y las actividades
culturales locales. Este entorno, por lo
general, le daba a la familia seguridad y era un referente de origen para los
individuos así formados. La fuente de la información y el conocimiento eran las
escuelas y los campus universitarios, que eran a la vez instituciones y
edificaciones formales e imponentes.
El Estado, que había sido encargado
por las clases dirigentes de generalizar la educación básica, de crear un
sistema de salud para los trabajadores, y de estructurar una estrategia para
garantizar las pensiones de empleados en
uso de buen retiro, construyó enormes entidades que debían responder por
aquellas tareas necesarias para el desarrollo industrial y comercial. Existían agencias, que recibían los ahorros
de los trabajadores, con el fin de crear fondos para financiar las
pensiones y para impulsar los proyectos
nuevos industriales y agrícolas. Esas instituciones recogían los pequeños
aportes de los pobres, para crear fondos que administraban los políticos y
burócratas profesionales, y ahí fue que se desató el desorden. Las bien intencionadas medidas adoptadas por
el Estado para compensar la desigualdad de ingresos entre empresarios y
trabajadores de base, fueron modificadas y adaptadas para que los funcionarios
pudieran llevarse una buena partida, después de administrar los fondos: la
corrupción era la verdadera beneficiaria del manejo de esos inmensos recursos
obtenidos del ahorro de miles de trabajadores en todo el país.
Los fondos de pensiones
terminaron desfinanciados, las instituciones de la salud terminaron quebradas,
las agencias que construían vivienda fueron estafadas y los recursos que debían
servir para entregar las viviendas a los pobres terminaron en los bolsillos de
los contratistas, por lo general amigos y financiadores de las campañas de los
políticos.
Este cuadro de una sociedad asaltada
por individuos que ponen en primer plano su propio interés y no el de los
colectivos, comenzó en los años ochenta del siglo pasado a ser glorificado por
teóricos económicos que consideraban que la iniciativa individual, era el
principio básico de una sociedad en crecimiento. Los colectivos, asociaciones, acciones
comunales y todo tipo de grupos que defendían intereses de grupos y comunidades
empezaron a ser denigrados y acusados de distorsionar lo que de manera natural
sucedía en los mercados.
Las empresas estatales fueron
declaradas ineficientes e incapaces de cumplir los propósitos para los que
habían sido diseñadas y se propuso la privatización de todas esas actividades,
y en algunos casos sencillamente eliminarlas, sobre la base de que cada
individuo debía decidir su propia suerte, y que el Estado no debía sustituir la
voluntad de los ciudadanos.
Aparejado con esto, se registró
un gran salto tecnológico: el uso de computadores personales y de procesos
robotizados empezó a generalizarse en las empresas, y la demanda de mano de
obra se redujo de manera evidente. Las grandes masas de obreros asalariados
fueron sustituidas por ingenieros y supervisores, que administraban maquinaria
automatizada y grandes centros industriales. La industria automotriz y muchas
otras que habían sido el eje de del proceso industrial desparecieron como
tales, sustituidas por galpones que podían albergar cientos de procesos
automatizados, con muchos menos trabajadores. Adicionalmente, los mercados
internacionales se integraron con mayor fuerza y muchos productos que se
producían localmente pasaron a ser importados.
La movilidad de la mano de obra aumento de
forma dramática, muchos trabajadores fueron licenciados y con sus liquidaciones
iniciaron pequeñas microempresas, otros menos afortunados no tuvieron capital
suficiente y empezaron a deambular buscando trabajo. Las familias debieron apretarse el cinturón
para poder vivir con ingresos menores a los que habían tenido, el tamaño de
unidades familiares disminuyó, muchas se resquebrajaron frente a la crisis y la
inestabilidad de la nueva situación. El
aumento de las madres cabeza de familia fue notorio y la edad de ingreso al
mercado laboral se redujo.
La ausencia de trabajo formal,
obligó a muchas personas a rebuscarse, y en ese proceso las mafias del
narcotráfico, la trata de personas y de armas y los grupos ilegales encontraron
oportunidades para encontrar nuevos militantes, que sin otras oportunidades,
caían fácilmente en manos de la delincuencia.
Los trabajos informales apenas daban para sobrevivir y la competencia en
la calle se convirtió en una guerra salvaje.
El sector financiero, entre
tanto, encontró en este nuevo tsunami económico una oportunidad para
desarrollar nuevos modelos para explotar las necesidades de la gente y apoderarse
del escaso patrimonio que aún tenían las familias. A pesar de que la capacidad
de pago de los hogares había disminuido, se dieron mañas para diseñar
instrumentos financieros que permitían a los intermediarios financieros ofrecer
crédito con base en hipotecas sobre sus viviendas, por cifras mucho mayores a
su capacidad de pago. El resultado fue
que muchas de esas viviendas fueron rematadas y los antiguos propietarios
fueron puestos de patitas en la calle
Los individuos en este nuevo
entorno han perdido su trabajo, su vinculación a las empresas, sus viviendas y
hasta sus familias. El sujeto estaba ahora solo, y a pesar del progreso
técnico, de la diversidad de frentes de trabajo y de las facilidades que
representaba la tecnología, cada vez estaba más inseguro, vivía con mayor
incertidumbre y los rodeaban innumerables
riesgos.
En efecto, la seguridad que daban
la relación de trabajo y un ingreso regular, habían desaparecido, la familia
que proveía refugio ya no estaba o se había debilitado, las prestaciones
sociales que antes garantizaban salud y pensión ya no eran seguras, pues
dependían de la capacidad de conseguir un empleo formal. El pan de cada día era ahora la
incertidumbre: ¿conseguiré trabajo? ¿Cuánto me durará? ¿Seré capaz de completar
las semanas obligatorias para la pensión? ¿Podré pagar la hipoteca?
Los riesgos para la salud y la
vida también habían aumentado: las enfermedades epidémicas, las infecciones, la
contaminación de los alimentos, la calidad de las aguas y muchos otras
afecciones se vuelven corrientes. No
menos importantes son los cambios globales, como el cambio climático o la
destrucción de la capa de ozono, que se convierten en cada vez más serias
preocupaciones y peligros inminentes.
Este contexto da paso a la
modernidad líquida, aquella que se nos escapa entre los dedos. Las certezas que se tenían antes desaparecen,
y el individuo debe buscar refugio en comunidades homogéneas en las que se
siente a la vez protegido y reflejado.
Estos grupos están compuestos de seres que tienen una historia y un
enfoque de la vida similar al de las personas que busca refugio, y con estos
congéneres empiezan a buscar barreras contra el diferente, el que no encaja en
el enfoque que el grupo da por sentado.
La forma como se empiezan a
relacionar los diferentes agentes sociales a estas alturas ha cambiado
notablemente: las innovaciones en comunicaciones y los tiempos de
desplazamiento juegan un papel importante en el cambio de mentalidad. Bauman habla de la “compresión del tiempo y
el espacio”: mientras al “otro” se le mantiene lejos, la realidad cada vez es más
próxima, los sucesos de Hong Kong aparecen en as redes sociales en tiempo real,
los levantamientos en Chile nos tocan de cerca.
El espacio entre los frentes de la realidad que se destacan se comprimen
y podemos tener información actualizada siempre a mano. Pero a la vez que tenemos la ventaja de la
información, otros aprovechan esta misma tecnología para informarse acerca de
productos, mercados y servicios a nivel global.
Estos, con un solo click pueden hacer órdenes de compra que se activan
literalmente al otro lado del mundo (Wish, Amazon, Alibaba), los capitales se
tornan más volátiles e inversiones en Asia pueden ser trasladadas rápidamente a
otros lugares en los que la rentabilidad se presenta más conveniente. Esa volatilidad genera a su vez nuevas
incertidumbres. Cualquier click de esos puede dejar en la calle a numerosos
trabajadores de a pie. Cada vez los
inversionistas están más lejos de los centros de producción, lo que hace que la
mayoría de los propietarios sean ausentistas, la relación del capitalista con
la localidad y con las personas que laboran en esas unidades productivas es más
lejana.
En este punto el hombre es
libre como nunca antes, libre de ataduras y lazos que lo limitan, ya no tiene
relación con su tierra de origen, ni con su familia, ni con su formación, ni
con su religión, ni con su raza, no está atado a nada, pero a la vez no tiene
nada. Su única opción es “someterse a la
sociedad y seguir sus reglas”
El individuo ha dejado de ser
un “homo economicus” para ser un ente consumista, la verdadera satisfacción de
los hombres modernos se encuentra en adquirir, comprar, poseer productos que
socialmente son deseables, no tanto por su utilidad como por su vigencia como objetos
de prestigio y deseo. Pero la dicha dura
poco, tan pronto llega el comprador a casa y prende el televisor encuentra que
ese producto que adquirió ya tiene un modelo más nuevo.
En la Modernidad Líquida, como
vemos, todo es pasajero, fugaz, temporal e incontrolable: los trabajadores, en
esta etapa del desarrollo, ni quieren durar mucho tiempo en un trabajo, ni lo
lograrán si así se lo proponen, las relaciones también son poco duraderas, la
búsqueda de nuevos paradigmas es permanente. Lo que nos obliga a pensar en
nuevas formas de afrontar una realidad cambiante y vertiginosa. La educación para la Modernidad Liquida no puede ser igual a
la que recibieron los trabajadores que en masa abarrotaban las líneas de
producción. Hoy necesitamos una
educación que le permita al individuo adaptarse a los sucesivos cambios, una
educación continua, que desarrolle capacidades y habilidades que se ajusten a
sus intereses y propósito, de un lado, y a las condiciones específicas de las
demandas por trabajo. Debe también dotar a los estudiantes con capacidades
analíticas que ayuden a diferenciar la información útil y verdadera de falsa y
de la basura que se encuentra en los medios de información y en las redes.
De acuerdo con estas
características el trabajo debería organizarse de forma similar, la pretensión
de contar con un “trabajo para toda la vida”, perdió vigencia. La movilidad laboral debe ser una regla, que
no debe ser aprovechada para afectar los ingresos de los trabajadores. El respeto por la libertad de escoger cuando
y donde trabaja o se prepara el trabajador, debe ser una condición para diseñar
mecanismos de empleo y programas de capacitación alternados, que faciliten el
acceso y el retiro temporal del trabajador. En la medida en que el desempleo friccional se
reduzca se garantizará el pago continuo de los aportes a salud y pensiones, sin
limitar la voluntad de desarrollo personal de los operarios.
La oferta y demanda de trabajo
no deben ser dejadas al mercado, que ha probado que tiene muy poca capacidad de
reflejar las vocaciones de los trabajadores y las necesidades de la
sociedad. Los ajustes deben empezar por
un censo de la formación profesional que refleje los campos de trabajo
preferidos, así como la ubicación de tal personal capacitado. A partir de esa información se pueden
organizar centros de trabajo complementario, en los que se aprovechen sinergias
de las diferentes capacidades laborales de los interesados en participar en
estos centros de capacitación y desarrollo de proyectos.
El sistema de pensiones también
debería cambiar su espíritu y en lugar de tratar de mantener los niveles de
ingreso de los trabajadores durante su periodo laboral, debería encontrar un
promedio que se encuentre por encima del costo de la canasta familiar, sin
incluir atención médica, para que a cada pensionado se le garantice un ingreso
digno. El componente de salud para
pensionados debería ser parte de la atención general gratuita para todos, con
especiales condiciones de acceso físico y atención preferencial. No más a las megapensiones (incluidas las de
altos funcionarios del Estado).
Muchos otros aspectos de la vida cotidiana han
cambiado de forma similar y sin embargo no existe asomo de que los legisladores
estén pensando en cambiar el “status quo”. El gobierno debe gobernar para el
presente y no para la historia.