viernes, 24 de enero de 2020

País vergonzante


Por Héctor A. Otero

A veces se deja uno confundir con expresiones de verdadero valor y decisión de nuestro pueblo, y llegamos a emocionarnos pensando que la sumisión y el conformismo están empezando a desaparecer.  Pero después de unos días de euforia, se despejan las apariencias y descubrimos un pueblo asustadizo, conformista y cobarde.  Las protestas, movilizaciones y expresiones de inconformismo se debilitan y la necesidad de volver a la rutina, a resolver el problema primario de la alimentación y el pago de las cuentas, se vuelve la razón de vivir.  De lado quedan la indignación frente a la pena de muerte que recorre el país, sin juicios ni avisos previos, caen líderes sociales y guerrilleros desmovilizados, jueces y académicos, periodistas y reclamantes de tierras.
Tampoco importa que las autoridades se burlen de las demandas populares legislando con amaños en el congreso y emitiendo normas que favorecen los intereses de los empresarios cercanos al gobierno y afectan el bolsillo de las mayorías.  Las fuentes de financiación del gobierno, se convirtieron en una solo para garantizar que los proyectos que obtengan recursos no sean los pequeños o medianos (que dispersarían los recursos en pequeñeces), sino los que representan los intereses de los grandes inversionistas y las multinacionales, que vienen a hacer su agosto, con proyectos inflados en presupuesto y técnicamente incompletos.
La corrupción galopante tampoco encuentra trabas, y por el contrario, a los parlamentarios a quienes se les han demostrado delitos, son protegidos por normas cada vez más generosas, casa por cárcel, centros recreacionales como prisión alternativa (jaulas de oro) y muchos otros beneficios, y la gente acepta este tipo de tratos. Muchos funcionarios que han recibido dádivas de los contratistas o firmado contratos con multinacionales que han incumplido sus obligaciones (Odebrecht) son tratados con consideración y respeto (A. F. Arias a. Uribito).  Debemos pagar la mala administración de las empresas de la Costa Atlántica todos los colombianos, cuando se debería llamar a responder a las empresas españolas, que malversaron los recursos de Electricaribe.
Cientos de elefantes blancos (obras sin terminar) por todo el país, como monumentos al despilfarro, la ineptitud y el descaro de los funcionarios de todos los niveles, se nos cruzan en el camino a la escuela, al trabajo o a la universidad, y preferimos ignorar lo que sucede, ya que no se puede hacer nada.  Justo lo que los corruptos quieren que pensemos, justo lo que nos debía llevar a actuar, justo lo que va seguir sucediendo si no hacemos algo.
Mientras el 70% de la población en edad de trabajar no tiene trabajo fijo, ni prestaciones, ni seguridad social, ni vivienda digna, los legisladores elevan sus salarios y los de los funcionarios de alto rango, a niveles que son 33 veces lo que gana el trabajador promedio. Tienen pasajes aéreos gratis, les pagan el celular, la gasolina de los carros,  les asignan vehículos para su transporte y hasta el de la familia, además de los escoltas.  Tienen empleados pagados por el Estado para que trabajen para ellos, oficinas dotadas y recursos para el desempeño de su labor.  Mientras tanto a los trabajadores que son contratados por orden de servicios, les toca pagar la seguridad social antes de recibir un centavo por su trabajo y deben esperar a que les paguen cuando el contratante tenga tiempo de firmar los papeles.
Como si esto fuera poco, la justicia, en la que quizá podría existir una esperanza, para que se equilibren las cargas, encontramos carteles y mafias que se encargan de demorar los trámites, de negociar las sentencias y evadir las sanciones para los grandes delincuentes.  Las fuerzas de los carteles de la justicia han llegado a tal punto, que han dejado a la Corte Suprema de Justicia al borde de la inacción, pues los intereses de las diferentes fuerzas no permiten llegar a arreglos viables que permitan el funcionamiento de la Fiscalía y del propio alto tribunal.  El sentido de servicio a la patria, está muy por debajo de los intereses individuales y de grupo. Por ahora la justicia está enredada en sus propios líos mientras el país sufre de uno de sus peores momentos en materia de inseguridad, delincuencia y desprotección al ciudadano.
Estos son solo algunas de las razones por las que habría de salir de nuevo a la calle, y pensar en la necesidad de construir un movimiento nuevo, que supere las mediocres vanguardias que hasta ahora se han constituido con un horizonte electorero y mediador.  Se requiere un cambio en especial en las estructuras de poder.  Ni el legislativo está cumpliendo su tarea a conciencia, ni el judicial tiene elementos para aplicar justicia, y el ejecutivo, que pena, pero da risa.