martes, 22 de octubre de 2013

UNA VISIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN, LA MODERNIDAD Y LA VIOLENCIA


Una de los más conmovedores eventos de nuestra época han sido los ataques a las torres gemelas en Nueva York y todo lo que se desarrollo a su alrededor, incluida la destrucción de toda un ala del Pentágono en Washington.  Este que ha sido el peor ataque terrorista contra los EEUU, nos lleva reflexionar acerca de la violencia en nuestros días.  El atentado suicida de los fanáticos de Al Qaeda, puede haber sido el más espectacular e irracional acto de odio y resentimiento, sin embargo no es la única expresión de violencia de nuestros días.

La reacción del gobierno americano contra Afganistán e Irán, y en general contra todas las manifestaciones de la cultura árabe, fueron igualmente actos de violencia en los que no solo han muerto muchos inocentes, sino que como resultado de ellos el gobierno de los EEUU cometió un delito internacional, al tomar prisioneros de guerra y mantenerlos aislados y bajo las más terribles presiones en Guantánamo, sin tener claras razones para su detención.  La respuesta violenta, tan aplaudida por los norteamericanos, se convirtió en una papa caliente que finalmente le costó al partido republican de los EEUU la presidencia.

Pero más allá del conflicto entre Al Qaeda y el gobierno americano, seguimos siendo testigos de la arbitrariedad y crueldad del aislamiento en que viven hoy los palestinos en Cisjordania y la Franja de Gaza, zonas a las que Israel impide el acceso de ayuda humanitaria con amenazas y tomas de las embarcaciones que pretenden apoyar y ayudar  a los palestinos.  La guerra en Sudán en el centro de África ha cobrado tantas víctimas como las hambrunas, que también han golpeado este país, y los responsables no son aún puestos ante la justicia.

La violencia no solo la provocan los enfrentamientos políticos y las disputas entre naciones.  En Grecia hemos visto cómo la crisis del endeudamiento ha producido la indignación de los habitantes de ese país europeo, en razón a los recortes que ha programado el gobierno, presionado por el Fondo Monetario internacional y sus socios europeos.  Los  griegos han salido a la calle y enfrentado a las autoridades locales lo que ha generado desordenes y numerosos heridos; en Chile la demanda por más y mejor educación termina también en enfrentamiento callejeros y en Francia e Inglaterra desempleados, jóvenes y anarquistas incendian automóviles y saquean el comercio.

La globalización dispersa este fenómeno a todas las naciones del mundo y Colombia no es ajena a esta evolución de modernidad, globalización y violencia. En efecto,  aquí en nuestro país después de muchos años la violencia de los grupos ilegales no cesa y a pesar de los esfuerzos de unos y otros, la paz no logra aclimatarse.  El armamentismo en Latinoamérica no parece disminuir y las multinacionales de las armas, aliadas con las mafias regionales siguen llenando el mundo con toda clase de armamentos, cada vez más eficientes, y por lo tanto más mortales.

Pero hasta en los estadios y espacios deportivos la violencia está presente.  Los famosos hooligans de Europa se han hecho indeseables en muchos escenarios deportivos, y sus métodos han sido replicados en Latinoamérica.  La modernidad y la globalización también han traído este fenómeno a Colombia, donde los aficionados muertos a manos de sus adversarios deportivos aumentan cada fin de semana, y un deporte que debía contribuir a hermanar a los practicantes del mismo, está llevando a muchos jóvenes a los hospitales e inclusive a la muerte.

También toca las puertas de nuestra región, hace unos días en Barranca de Upía y Cabuyaro, la población se enfrentaba a la policía, después de denunciar y manifestarse en contra de los abusos de una petrolera en el trato de sus trabajadores y en el cumplimiento de sus responsabilidades ambientales.

No es necesario continuar enumerando casos, pero hay que reconocer que la violencia es una constante en nuestra sociedad.  Por ello, es válido preguntarnos ¿por qué la aspiración de una sociedad moderna y sin violencia no parece poderse alcanzar, a pesar de que la paz, al menos de palabra,  es ansiada en todas las sociedades?

¿Hacia dónde se dirige nuestra sociedad con los actuales enfrentamientos y conflictos? ¿Tenemos hoy más seguridad, estabilidad y certidumbre?

Zygmund Bauman, un sociólogo de origen polaco, que se ha hecho famoso en Inglaterra escribiendo algunos textos acerca del concepto de modernidad líquida, responde que no tenemos más seguridad y que, por el contrario, la sociedad hoy vive en mayor incertidumbre y  las instituciones que se han venido eliminando, en el marco de las reformas estructurales recientes, recomendadas por el Fondo Monetario Internacional y los organismos tinancieros internacionales, han abandonado a los mas pobres y generado una mayor inestabilidad para los trabajadores, para los hogares y para las comunidades.

¿Comunidades? Bauman dice que las comunidades son tan solo una aspiración de encontrar espacios en que se estimule el individuo y se logren concretar proyectos que son comunes a los participantes.  Es decir que las comunidades deben tener unos antecedentes comunes, una historia, un lenguaje, una educación, una cultura y unas costumbres compartidas, sobre las que se pueda construir confianza, solidaridad y cooperación.

Sin embargo las organizaciones comunitarias, así como sindicales y campesinas han venido desapareciendo a medida que el nuevo enfoque social promueve el individualismo y el consumismo.  El Estado viene disminuyendo sus funciones y son los individuos los que tienen que resolver sus propios asuntos de toda índole, desde la educación de los hijos, pasando por la salud familiar, la construcción de la vivienda, la administración de los ahorros, y la recreación  hasta la seguridad personal.  ¿Qué tan preparados están los ciudadanos comunes para este cambio?

El individuo esta cada vez más aislado, los centros de encuentro social disminuyen en número y los centros de diversión son cada vez más ruidosos y menos capaces de permitir, que entre los jóvenes puedan compartirse los problemas, las experiencias y la ilusión de un mundo mejor.  Inclusive en espacios propicios para el intercambio como cafeterías, restaurantes, espacios de esparcimiento y aulas de clase, se prefiere compartir a través de blackberrys y celulares abandonando la posibilidad de construir relaciones  personales sólidas, aislándose del grupo con el que “supuestamente” se socializa. El conocimiento de los propios compañeros apenas es superficial, lo que hace que las relaciones también sean por lo general fugaces.  Los deportes y actividades que se practican buscan excitar los propios sentimientos y sensaciones, y tienden a ser cada vez menos en equipo o reuniendo grupos. Todo lo anterior lleva a que las actividades sociales se conviertan en actividades individuales, colocando a los individuos en una situación de aislamiento y vulnerabilidad.

Esta soledad en la que vive el joven moderno hace que, por momentos busque refugio a sus inseguridades en comunidades, que se convierten en esas aspiraciones o ilusiones que deben contribuir a buscar un norte en sus vidas.  La verdad es que la mayoría de estas comunidades antes que soluciones para el aislamiento y la soledad, son instrumentos efectivos de individuos que quieren aprovecharse de jóvenes desorientados e inexpertos.  Esas comunidades en las que los jóvenes buscan identidad, antes que servirle al individuo están en busca de personas que les sean dóciles y fáciles de someter.  Por lo general, los requisitos de ingreso incluyen pruebas en las que se demanda del nuevo miembro romper con valores que les han sido inculcados en la educación tradicional y mostrar su compromiso con el grupo demostrando audacia, valor y desapego de los principios morales tradicionales.

Las barras bravas, las pandillas, las hermandades, los grupos de extrema izquierda y extrema derecha, los grupos delincuenciales, todos buscan atraer a los jóvenes ofreciendo un imaginario de solidaridad entre sus miembros y fantasmas consistentes en enemigos que deben ser eliminados.  Según Bauman estos colectivos: “Necesitan enemigos a quienes amenazar con la extinción, y a quienes perseguir colectivamente, torturar y mutilar, para convertir a cada miembro de la comunidad en cómplice de algo”, en efecto las pruebas de iniciación, por lo común, incluyen actos violentos contra los supuestos enemigos: “el equipo de futbol contrario”, “los policías”, los izquierdistas”, “los homosexuales”, “los traficantes”, “los zanahorios”, “las mujeres de la vida alegre” y muchos otros que se convierten en “los Otros”.  Para las cabezas de esas comunidades “el otro” es el enemigo el que no viste el mismo atuendo o no luce el cabello de determinada forma o el que defiende otros ideales.  El “Otro”, es aquel contra el que se ejerce la intolerancia.  La mofa y el chiste se hacen contra el mendigo, el buen estudiante, el mal deportista, el joven que no luce determinadas prendas o no tiene un “celular o blackberry play”.

Y la violencia contra esos “otros” comienza a generar un aislamiento, en el que se pierde la objetividad y el criterio, se toman por sentadas verdades, que los líderes han adoptado, para ejercer su capacidad de dominio sobre los otros.  La misma comunidad se aísla y como efecto los “otros” tienden a aumentar.  El que no piensa como el grupo no tiene derechos y por lo tanto se puede abusar de él a gusto, y cada vez son más los candidatos.

Estas comunidades permiten que el individuo rompa la monotonía de su vida cotidiana y la soledad en la que regularmente vive, los eventos que propician este tipo de colectivos son “carnavales”, en los que se exorcizan los demonios, se eliminan las tensiones de la vida diaria y se dan muestras excepcionales de “valor” en medio de la euforia colectiva, que le arrebata al individuo su capacidad crítica y sus naturales defensas contra el peligro y el abuso.

Estas comunidades nacen como “reflejo en el espejo”, o sea que a todo grupo de izquierda le sale su contrario de derecho, a los “sanos” les aparecen sus “malosos”, a todo Millonarios le sale su Santafé, a todo “paraco” le sale su “guerrillero”, y terminamos dándole a las cabezas visibles de esas comunidades explosivas, nuestra capacidad de decidir, de actuar y de pensar.

Los mayores no están para nada exentos de esta tipología: encerrados en sus clubes, sus condominios y sus resorts, todo el que es diferente no tiene acceso a sus espacios, el otro, el que no puede pagar la cuota inicial, el vagabundo, el caminante, el que no ha pagado la cuota, no pueden entrar.

La insolidaridad se refuerza con esas comunidades que buscan para sí mismas el aislamiento y la dominación del individuo, para alejarlo de otras influencias.  A través de métodos de reafirmación de identidad, al interior de las comunidades existe una cierta certeza, que no se encuentra en la vida cotidiana, en donde dominan la inestabilidad, la inseguridad y el riesgo.

La violencia entre colegios enfrentados, de barrios que también declaran al vecino su enemigo y de muchas otras exaltaciones verbales  le dan alas a la violencia y hacen más difícil el trabajo de quienes buscan la convivencia pacífica.  En este aspecto el lenguaje se ha venido trasformando de una manera bien particular, adoptando muchos grupos las expresiones de la delincuencia para expresarse de sus compañeros, para obligar a alguien a alejarse del lugar que “pertenece” al grupo, para eliminar al contrario y muchas otras locuciones, que se extienden, sin que los muchacho se pregunten el origen de las mismas.  El lenguaje en las comunidades se convierte también en un elemento de identificación y de diferenciación.

La agresividad aún en el trato cotidiano con compañeros y amigos familiariza a los jóvenes con las actitudes violentas y no pocas veces, de chanzas o juegos terminan enemistades y malentendidos.  Es importante, por lo tanto, aprender y aclimatar la tolerancia, para no perder la oportunidad de conocer a mucha gente que nos sorprende con sus experiencias únicas, con su conocimientos en áreas específicas, con aspectos de la cultura en los que no habíamos pensado.  Escuchar debe ser una misión contra la soberbia, preguntar con real deseo de conocer en profundidad debe llevarnos al conocimiento.  “El Otro” en lugar de ser un despreciable elemento, es una posibilidad de conocer aspectos de nuestra sociedad que ignoramos o desconocemos.

La mejor semilla contra la violencia y los violentos es abrir la mente y el espíritu para reconocer y respetar a nuestros congéneres, la discriminación y el sectarismo son la ruta más cercana a los abusos, y por esa vía a justificar exabruptos y tropelías. Todos los fanatismos han terminado causándole grandes desgracias a la humanidad.

La Universidad debe ser un escenario abierto a todas las reflexiones y a todas las teorías, de forma que es el lugar indicado para que se libren las discusiones más diversas, siempre en un marco de respeto, tolerancia y sincero espíritu de crítica y autocrítica.  Aprovechemos el espacio que nos da esta universidad para enriquecer no solo nuestro conocimiento técnico y profesional, sino también para repensar el mundo y tratar de aportar a la construcción de la paz.

 

 

 

 

 

El objetivo de este material es ampliar algunos de los conceptos que se plantearon en el libro “Paramilitares la Modernidad que nos tocó” y ampliar las reflexiones que motivaron la investigación realizada.

La primera consideración es esencial, pues en la concepción lineal de la historia se supone que cada estado de la sociedad, en la medida que avanza el tiempo, mejora la condición social y económica de los individuos y nos permite avanzar en pos de una mejora permanente en la calidad de vida.  Sin embrago solo mirando los conflictos actuales y los indicadores de calidad de vida para la mayoría de los ciudadanos del mundo, observamos que esta pretensión no se ha logrado y aunque podemos encontrar indicadores de salud, educación o vivienda positivos encontramos que estos avances se han logrado a un alto costo en términos de concentración de la riqueza, de sentido de pertenencia de las personas a sus regiones y de enormes incertidumbres que agobian al ser humano promedio.

En efecto, la humanidad ha buscado la seguridad y la estabilidad desde que el hombre decidió volverse sedentario y gregario, sin embargo a medida que se ha aumentado la complejidad de las relaciones, no solo se han multiplicado los peligros y las amenazas contra la vida humana, sino que hemos puesto en riesgo la vida de muchas de las especies que habitaban el mundo con nosotros, y que ahora nos damos cuenta servían para que pudiéramos disfrutar de este pedazo del universo.

martes, 16 de octubre de 2012

Paz inviable u oportunidad


Por Héctor A. Otero
Frente a un nuevo proceso de negociación entre el gobierno y la insurgencia, surge, como siempre, la pregunta de cuáles son las verdaderas intenciones de los representantes de las principales fuerzas de este conflicto.  El gobierno ha dado señales claras de querer salir de la encrucijada de una guerra que no tiene final y ha confiado en que los duros golpes propinados a la insurgencia (en especial la muerte de sus principales líderes, tanto en combate como por la edad) en los últimos años, permitirá un nuevo punto de partida que posibilite llegar a resultados por completo diferentes a los de las experiencias anteriores.
La insurgencia, que se sabe disminuida, quiere una reingeniería, en otras palabras, busca presentar una nueva cara y aprovechar unos escenarios internacionales para mejorar su imagen, que ha sido afectada por la incapacidad de sus nuevos líderes de conectarse con la opinión pública.  Pero también está detrás de darle un aire nuevo a sus frentes, que no dejarán de actuar, pero que se verán estimulados al encontrar que sus líderes nuevamente ocupan páginas en la prensa y su imagen se vuelve corriente en los noticieros y páginas de internet.
Las figuras que han sido nombradas por las partes son todas figuras de la línea dura, lo que hará de la negociación una verdadera confrontación entre extremos.  El resultado, como siempre que se enfrentan los extremos, es bien probable que sea un pronto rompimiento, pues los lenguajes y más aún los objetivos de este esfuerzo pueden identificarse pronto como incompatibles.  La otra opción, es que algunos de los menos radicales negociadores traten de interpretar al contrario y se pueda acceder a un diálogo, en el que se logren acuerdos pequeños y tal vez intrascendentes, pero que sirvan de base para mantener la mesa viva.
El diálogo podrá continuar, siempre que se reconozcan diferentes aspectos de la realidad que han cambiado durante los últimos años: la importancia relativa del campo en Colombia ha disminuido de manera radical, la concentración de los medios de comunicación, que forman la opinión pública y le darán aire o ahogarán el proceso, será definitiva en la percepción que tengan los ciudadanos de este diálogo, y las fuerzas políticas que se encuentran polarizadas y dispersas, deberán realinderarse de forma que puedan apoyar el proceso o buscar nuevos rumbos alternativos.
El primer punto de la agenda que se ha acordado, será vital para las aspiraciones de la insurgencia, que busca congraciarse con sus bases rurales, ofreciendo la posibilidad de restituir tierras y lograr una reincoporación digna a la sociedad civil para sus simpatizantes y militantes.  Una ventaja, será que no van a ser muchos quienes se acojan a esta opción, y aquellos que lo hagan se ubicarían sobre todo en áreas marginales, con pocas posibilidades para el desarrollo de esas unidades productivas.   Esta no será una reforma agraria como se concebía en otras épocas, será tan solo una recuperación de derechos, pero sin posibilidades de construcción económica, pues ni la situación actual del campo lo permitirá, ni los acuerdos comerciales recientes ofrecerán posibilidades para que las pequeñas propiedades rurales tengan futuro.  Para el gobierno ceder en estos aspectos tendrá un bajo costo y será fácil ponerse de acuerdo en muchos puntos que no modifiquen la propiedad de los núcleos rurales asociados con la gran producción.
La forma como se presentará este diálogo a los colombianos será definitiva para que se pueda llegar a algún acuerdo.  Las fuentes de noticias, que el presidente Santos conoce muy bien, definirán la forma como se van a presentar las negociaciones.  De la imparcialidad y discreción en el manejo de la información dependerá la imagen que se forme la opinión pública del papel de las partes.  En especial si consideramos el hecho comentado acerca del radicalismo de los negociadores y el afán de figuración de todos ellos.  En ese sentido será muy importante encontrar adecuados medios de comprobación y seguimiento de los acuerdos logrados, para que no exista la posibilidad de interpretaciones maliciosas ni evasión a los compromisos.
Por último, la estructura política colombiana, que jamás ha sido fuerte desde el punto de vista ideológico, pero si ha tenido  mecanismos de cohesión partidista, en este momento encuentra unos movimientos políticos débiles, después de ocho años de desinstitucionalización.  Esta debilidad, si los colombianos quisieran aprovecharla,  sería ventajosa para conformar nuevas alternativas y alianzas con contenido y bases ideológicas, pero lo más probables es que en este mar de confusión, mentiras y manipulaciones, los acuerdos no puedan contar con un respaldo político importante que permita imponer la voluntad de quienes quieren la paz.  Mientras estos aspectos no se resuelvan este proceso será inviable.

martes, 28 de agosto de 2012

La verdad detrás del mito de Escobar


Por Héctor A. Otero M.
La profusión de programas, series, documentales y entrevistas que han aparecido en los medios de comunicación en los últimos meses, refuerza la impresión, de que el tema del narcotráfico es el único que es permanente en la televisión y el cine colombiano.  Una y otra vez nos han presentado las declaraciones de “Popeye”, Gaviria, Pardo y Pastrana, y la tesis siempre es la misma: que el personaje más importante de la historia reciente en Colombia es Pablo Escobar Gaviria, y que todos los males de este país se explican por la introducción de las prácticas mafiosas en el negocio ilícito del tráfico de drogas que este propició.
Es lamentable que un periodo tan agitado de la historia, se reduzca a la vida de un delincuente que pareciera haber infiltrado todas las esferas de la vida de nuestra sociedad, lo cual de ninguna manera puede ser cierto.  El cambio que se registró en nuestra sociedad en los años ochentas y noventas del siglo pasado, no fue solo resultado del ascenso de los grupos de narcotraficantes, así hayan sido ellos un factor muy importante.  Los cambios que sufrió el país durante la década  perdida de los ochenta, abarcaron no solo una intensificación de la guerra, sino también cambios en las estructuras de las familias, niveles de concentración urbana altos, un aumento de la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, un cuestionamiento creciente acerca del papel de los organismos de Estado en la vida cotidiana, una mayor liberación de los jóvenes en materia sexual y una mayor permisividad en el consumo de drogas y alcohol.  Los diferentes grupos guerrilleros aunque hacían presencia en diferentes regiones, eran débiles en materia militar y no contaban con recursos para financiar una guerra que demandaba cada vez más dinero y combatientes.
Los gobiernos del Frente Nacional que habían gobernado desde los años cincuenta y habían limitado la participación política de nuevos grupos, dieron paso a nuevos dirigentes que trataron de romper la hegemonía de los partidos tradicionales y explorar nuevas oportunidades políticas y gremiales.  El campo que había sido objeto de una política agraria de vaivenes, había perdido muchos de sus habitantes y cada vez representaba un aspecto de la realidad que perdía importancia.  La gran masa de trabajadores urbanos y de desempleados citadinos se convertía en un factor cada vez más importante de la política y, aunque la participación electoral era baja, el trabajo con las comunidades urbanas se volvía cada vez más importante.  Los medios de comunicación, radio y televisión, empezaban a jugar un papel importante en la formación de la opinión pública.
Los gobiernos de la década del ochenta fueron de transición, que buscaban afanosamente consolidar la paz, pero que se encontraban frente a una situación de orden público terrible y compleja, debida a los numerosos actores violentos que generaban una confusión total, cada vez que se registraban hechos violentos.  La creciente ola de delincuentes vinculados a los grupos de narcotraficantes, al lado de numerosos grupos guerrilleros de la más diferente orientación, empresas de seguridad que armaban a los celadores y vigilantes, generando elementos de incertidumbre e inseguridad, delincuentes comunes que se servían de este caos para sacar beneficio personal.  Todo este enjambre de relaciones llevaba a que cualquier acto violento se volvía motivo de especulación y promovía diferentes teorías conspirativas. 
Lo cierto es que en ese entramado de nuevas relaciones el narcotráfico fue solo un elemento que sirvió para aprovechar una juventud desconcertada y sin norte hacia actividades ilegales que eran muy rentables.  La guerrilla encontró espacios para consolidarse, el tráfico de narcóticos amplió su capacidad corruptora y los alcances del negocio.  Los políticos se dieron cuenta que el crecimiento del Estado hacia de la política un excelente escenario para llenarse los bolsillos, con contratos y participación en la repartición presupuestal.  Otros vieron que las alforjas cada vez mas llenas de los traficantes eran también un elemento que podía ayudarlos, no solo a enriquecerse, sino a incidir sobre los resultados electorales.  La corrupción fue amparada y protegida por el Estado, por los políticos y en no pocas ocasiones por jueces corruptos que también querían participar de la repartija, que dejaba tan buenos dividendos, gracias a la modernización de una economía y una sociedad que hasta ese momento eran patriarcales e ingenuas.

jueves, 24 de mayo de 2012

Aprender de nuestros ancestros


Por Héctor A. Otero
Desde que pisaron tierra los aventureros españoles que llegaron a América, los indígenas han sido tratados como individuos sin valores ni principios.  Esta actitud sigue extendiéndose inclusive entre los jóvenes y los campesinos que comparten la discriminación con ellos.  La idea de que el indígena es solapado, perezoso y avivato es un argumento de quienes buscan arrinconarlos y desprestigiarlos, con el fin de sacar provecho de ellos, y son muy pocos los que luchan por colocarlos en el verdadero lugar que les corresponde.
La aplanadora de la modernidad y la globalización tiene entre sus víctimas menos nombradas a las comunidades indígenas, que durante siglos han luchado contra unos “blancos” violentos y sin misericordia, que buscan por sobre todo expropiarle sus tierras, sobre las que no han tenido títulos, porque nunca pensaron que se necesitase un papel y un permiso para poder recoger plantas, semillas y nueces o para pescar, cazar o recolectar piezas animales para alimentarse.  Ellos que por siglos se movieron por las selvas y las planicies libremente, que recorrieron los ríos y caminaron por las sabanas, ahora se ven compelidos a reducirse a espacios mínimos, en los que su vida no está garantizada y su actividad espiritual y cultural no puede desarrollarse, todo por una lógica pragmática y egoísta.
Hoy, una pequeña comunidad indígena de los Llanos Orientales, que durante mucho tiempo fue pescadora, recolectora y en menor grado cultivadora de especies típicas de la llanura como la yuca brava, es presionada por las grandes inversionistas petroleros (Oleoductos de los Llanos-filial de Ecopetrol y Pacific Rubiales) y por el gran capital que pretende desarrollar una agroindustria (La Fazenda-Aliar S. A.), sin respetar ni las comunidades ni la naturaleza de los lugares a los que han llegado.
La comunidad Achagua-Piapoco, que solo desde 1983 cuenta con un pequeño resguardo, se encontró con que por las tierras que ellos habían recorrido y  en las que habían aprendido a sobrevivir, iban a pasar un gran tubo, por el que iba a circular el líquido negro que mueve a la sociedad “blanca”.  Pero además descubrieron, que justo al lado del resguardo que les había sido asignado, iban a instalar una gran porqueriza que cambiaría el entorno y las formas tradicionales de vivir en la región.
Estas comunidades que habían creado su propia explicación de cómo funcionaba el mundo y habían estructurado unas jerarquías, que les ayudaban a todos sus miembros a enfrentar las enfermedades y las aflicciones espirituales, vieron como por debajo de un cuerpo de agua en el que ellos enseñaban a sus hijos a pescar con arco y flecha, iban a pasar una gran serpiente: el oleoducto entre Rubiales y Monterrey (Casanare).  Ese Charcón en el que tenían lugar las ceremonias de iniciación de los jóvenes cambio: sus aguas se enturbecieron, la pesca disminuyó y los espíritus empezaron a enfurecerse, por que los líderes de los Achaguas no habían sido capaces de hacer respetar esos lugares sagrados y ceremoniales.  La comunidad empezó a temer por su existencia, porque los espíritus que siempre habían sido generosos con ellos, ahora sentían que esta invasión, era una traición de los seres que viven en el mundo de en medio (en oposición al mundo de arriba y al mundo de abajo) que no respetaban a los espíritus de otros mundos.
La verdad es que quienes los están amenazando no son los espíritus, son la codicia y el irrespeto por la historia y las condiciones de vida de unas comunidades cada vez más débiles y aisladas.  Unos inversionistas con la llave del capital y el conocimiento, llegan desde distantes tierras a desconocer y menospreciar la sabiduría acumulada por siglos, pero desconocida para los dueños del dinero.  La Constitución de Colombia en el artículo séptimo señala que el Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la nación, sin embargo el afán de llenarse los bolsillos hace que se pase por encima de los más débiles y se acabe sin misericordia con sus lugares sagrados, sus fuentes de alimentos y toda su cosmogonía.  La obligación de todos los colombianos es salvar esos restos de culturas que nos antecedieron y que no hemos tenido la fortuna de conocer, porque las hemos estado acabando.  Es hora de pensar de otra manera y la Corte Constitucional ha sentado unas bases importantes para ello.  Volvamos a mirar hacia nuestros orígenes que tenemos mucho que aprender.

lunes, 23 de abril de 2012

Los guardaespaldas de Obama y el TLC


Por Héctor A. Otero M.
El escándalo de las andanzas del servicio secreto de la presidencia de los Estados Unidos en Cartagena ha puesto de presente las consecuencias de abrir un mercado con pobres recursos a una demanda con gran capacidad adquisitiva.  Los poderosos y bien pagados guardaespaldas del presidente de la única potencia indiscutida, se sienten reyes en un país que se abre a sus deseos, que valora su moneda y necesita desesperadamente sobrevivir.  La enorme atención que se dispenso a la comitiva norteamericana  y las concesiones que se hicieron a sus miembros, les permitieron contratar, en las condiciones que ellos quisieron a unas trabajadoras sexuales y permitirles ingresar a sus habitaciones.  Ellas, a pesar de que nos habían advertido a todos los colombianos, que Cartagena solo estaba disponible para las comitivas de la Cumbre, lograron ingresar a lugares que nadie se hubiera imaginado, estuvieran abiertos a normales ciudadanos, sin embargo el poderoso “Don Dinero”, se convirtió en el “ábrete Sésamo” de las habitaciones privadas de quienes debían responder por la seguridad del mandatario más vigilado del mundo.
Este ejemplo de lo que pueden lograr los agentes del imperio, con sus dineros y su suficiencia, se repetirá a partir del próximo mes, de manera más frecuente y, sobre todo, bendecida por los padres de la patria que firmaron y ratificaron el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos de América.  Los poderosos empresarios del norte, con sus patentes, su maquinaria y sistemas, sus capitales y conocimientos, se enfrentaran a un mercado con una tecnología precaria y dependiente, en enormes proporciones, de los desarrollos tecnológicos americanos, una industria con escasas ventajas competitivas y un mercado laboral precario y muy barato.
El ingreso promedio de un ciudadano de los Estados Unidos de América, según la calculadora de la BBC Mundo, es US$3.263/mes mientras el promedio del colombiano es US$692/mes, lo que indica que el poder adquisitivo de uno y otro trabajador.  Con lo que sobrevive el promedio de los colombianos es solo una quinta parte de lo que se gana el trabajador medio en ese país, en otras palabras si usted gana un millón de pesos, el trabajador equivalente en las tierras del Tío Sam gana 4,7 millones. Su colega, por tanto cuando venga a pasar vacaciones, podrá pagar una habitación cinco veces mejor, podrá ir a los restaurantes en los que con su dinero apenas podría pagar la propina al empleado, podrá conocer mejor su propio país pues podrá viajar, ya sea por tierra o en avión, cinco veces la distancia que usted recorre en sus días de descanso.
La conducta de los guardaespaldas de Obama, no solo se repetirá, sino que se convertirá en algo corriente y cotidiano.  Esta es solo una pequeña muestra de lo que para el promedio norteamericano significan las contrapartes de los tratados de libre comercio.  No así para los inversionistas, que saben que ya se ha hecho el trabajo previo de eliminar los derechos de los trabajadores y ajustar la legislación a conveniencia de las multinacionales; para ellos será todavía más fácil manejar no solo a los trabajadores, sino también a los pequeños empresarios, que no solo serán una presa fácil, sino que sentirán que, al ceder sus posiciones, se está modernizando el mercado local.
La entrada en vigencia del TLC con los Estados Unidos servirá para que muchos productos nacionales sean sometidos a una competencia implacable, mientras las empresas que no puedan competir, cerraran sus puertas o reducirán sus nóminas con pérdidas importantes de empleo.  Las empresas norteamericanas aprovecharán los bajos salarios para desarrollar procesos intensivos en mano de obra.  Algunos sectores, como el de los servicios médicos, que tienen ventajas en materia de costo de la mano de obra se desarrollaran, para prestar servicios a los clientes extranjeros, mientras la atención en salud primaria a la población continuará deteriorándose.
Los servicios turísticos y sus actividades conexas se verán estimulados, pero el trato que se le dará en general a los colombianos será el mismo que le dieron los guardaespaldas a las señoritas que les atendieron “a domicilio”, o como ellos dicen “to go”

domingo, 15 de abril de 2012

Hablándole a Obama al oído


Por Héctor Alfonso Otero M.
Uno de los factores que más inciden en la violencia que se extiende por el mundo, es la compra de armas. Es evidente que el gasto en este rubro alimenta no solo a poderosos industriales, sino a muchos comerciantes y burócratas, que sirven de intermediarios, y obtienen por esos buenos oficios, enormes ingresos.   Es necesario reconocer que las cifras del gasto armamentista no se van todas en los costos de producción de estos instrumentos de guerra, sino que buena parte de ese dinero se destina a aceitar la maquinaria del tráfico lícito e ilícito.
Aproximarse a las cifras de gasto en armamento da luces acerca de los enormes incentivos que genera el tráfico de armas.  Durante el año 2010, según el SIPRI, Instituto Internacional para la Investigación de la Paz en Estocolmo, se invirtió, por parte de los diferentes gobiernos, la suma de 1.630 billones de dólares, cifra comparable con el valor de los bienes producidos durante ese mismo año en la India.  En efecto, el PIB total para ese año del subcontinente indio, con más de un billón de habitantes, alcanzó a ser de US$1.727 billones según el Banco Mundial.  Sólo los Estados Unidos de América gastaron US$698 billones, o sea una cifra equivalente al PIB de Suiza un país neutral, que aún discute hasta que punto sus fuerzas militares deben portar armas. La cifra también es similar al gasto anual de los norteamericanos en compra de petróleo.
Otros importantes compradores de armas son China, la Gran Bretaña y Francia.  El primero de ellos aunque solo invierte la sexta parte de lo que gasta la principal potencia del orbe, invirtió 119 billones, o sea todo lo que produce anualmente un país como Bangladesh, uno de los países más densamente poblados del mundo y con mayores problemas de pobreza (143 millones de habitantes, un habitante por km2). Los países europeos (Inglaterra, Francia, Alemania e Italia) cada uno invierte poco menos de la mitad de la cifra que se reporta para China.  La sola inversión de la Gran Bretaña alcanza una cifra similar al PIB del Ecuador.  Los diez principales compradores gastan en armamento el 75% de todo lo que se invierte en el mundo en armamento según el SIPRI.
Solo una cifra más, las compras de armas de los Estados Unidos representan el 4,8% del PIB total de ese país, lo que quiere decir que es uno de los sectores que más se benefician del gasto público.  ¿Cómo podría ese país abandonar las guerras y promover la paz en el mundo, cuando uno de los ejes de su crecimiento y su capacidad productiva está orientado a producir armamento?
Considerando que los países desarrollados son los principales compradores de armas, y además son los principales exportadores de estos instrumentos de guerra (incluidas Rusia e Israel), vemos que el proceso modernizador no puede sino convivir con los instrumentos de guerra, y mal podría prescindir de ellos, cuando significan enormes utilidades, control de muchos regímenes y generación de puestos de trabajo.  En los últimos años la China ha pasado de ser comprador a productor de armas, y se espera que en el próximo futuro, entre a competir con los Estados Unidos y Rusia por el predominio del mercado de aprovisionamiento de armamento.
Cuando la compra de armas, en una sociedad como la americana, tiene una importancia similar a la de la demanda por combustibles, está claro que el funcionamiento de esa economía le debe mucho al sector que las produce.  ¿Cómo puede prescindir un país de un sector que representa el 5% del total de la producción nacional?  Transformar esa industria militar será necesariamente un proceso lento, que si bien por sus niveles tecnológicos podría contribuir notablemente al desarrollo de otros sectores, requiere de decisiones muy difíciles y de una voluntad política firme y decidida.  Sería necesario plantear una política externa que se deshaga de falsos imaginarios de potencia internacional y policía del mundo, para convertirse Norte América en un factor que garantice en el mediano y largo plazo la sobrevivencia de la especie y la convivencia de la comunidad internacional a partir de la resolución del verdadero problemas de este mundo: la esquiva creación de trabajos y la adecuada disposición de esfuerzos para que se desconcentre el desarrollo económico.

lunes, 9 de abril de 2012

Gaitán actual



Por Héctor Alfonso Otero M.
En 1998 se cumplían cincuenta años del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, y se me ocurrió ingenuamente, que era una fecha importante para que el partido, en el cuál militó el inmolado líder, realizara un homenaje, a quién se constituyó en el político más querido y admirado en la política del siglo XX.  Presidía el Partido Liberal Colombiano Juan Manuel Santos Calderón y pensé que una propuesta de conmemoración en grande sería una ocasión para que el partido de oposición, en ese momento, recordara una de las gestas populares más trascendentales de nuestra historia: el levantamiento popular conocido como “El Bogotazo”.  La propuesta que le envié al hoy presidente de la nación, nunca tuvo respuesta.  La celebración de los cincuenta años del  9 de abril, fue una sobria ceremonia organizada por unos pocos gaitanistas, la mayor parte de ellos personas mayores, que de alguna manera habían sido testigos de los hechos violentos, que se desarrollaron en el centro de la ciudad de Bogotá.  Muy pocos jóvenes y ausencia total de los líderes políticos del momento: Gaitán parecía olvidado.
Hoy se cumplen 64 años de la muerte del líder más carismático que ha tenido Colombia, y pocos recuerdan la gestión de Gaitán por la paz y una convivencia civilizada entre los partidos políticos.  Muy pocos recuerdan la marcha del silencio que convocó este líder en Bogotá, que se convirtió en una imponente demostración de rechazó a la arbitrariedad y la violencia, que habían propiciado el partido conservador y el gobierno.  El líder liberal denunció también la violencia con que se reprimió a los trabajadores en la Zona Bananera y fue el precursor en la denuncia de las violaciones a los derechos humanos, al convertirse en defensor de los trabajadores rurales.  Pero no solo defendió a los trabajadores bananeros, también lo hizo con los campesinos asalariados del café y creó la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria-UNIR-, para promover la parcelación de tierras, la legalización de títulos y la limitación de la propiedad agraria.  Esas banderas que levantó en la primera mitad del siglo XX el “negro” Gaitán, siguen siendo discutidas hoy en día, y cuestionadas por los dirigentes de los gremios agrarios, mientras siguen cayendo quienes reclaman la propiedad de tierras arrebatadas a los campesinos y agricultores, en todas las regiones colombianas.
La violencia que denunció Gaitán sigue viva y además se ha sofisticado y ampliado, en buena parte como resultado de una espiral, en la que los grupos irregulares, alimentados por dineros de la droga, han multiplicado la capacidad de golpear a la sociedad y a individuos particulares.  Los defensores de la resolución dialogada del conflicto armado siguen siendo señalados y perseguidos no solo por el ejecutivo, sino también por entidades como la Procuraduría y algunos dirigentes políticos: es la continuidad de una política contra toda voz que busque el acercamiento entre las partes de una manera clara y consecuente, que pueda redundar no solo en la eliminación de la guerra, sino que permita construir escenarios de participación de las comunidades, para que el desarrollo no solo sirva para que aumente el producto interno bruto o la riqueza global del país, sino para que se reduzca la desigualdad y surjan oportunidades para todos, en términos de trabajo, educación, salud y seguridad social.
Erradicar la violencia en Colombia no debe verse como una meta inalcanzable, sino como  un objetivo  que las mayorías siempre han buscado, pero que ha sido silenciada y despreciada por los dueños de la política en el país, los militares que se benefician del estado de guerra, los empresarios que solo buscan maximizar utilidades, acabando con el empleo, y los dueños de la tierra, que en su mayoría  se han apropiado ilegalmente de las tierras de campesinos pobres y pequeños propietarios.
Gaitán debiera ser un permanente referente de la defensa de los derechos de los sectores populares. Hacer que se  olviden sus enseñanzas y se abandone su lucha ha sido una tarea en la que los mandatarios colombianos, sin excepción, se han empeñado.  Sin embargo son los jóvenes de hoy, los que deben rescatar esa herencia valiosa de un mártir de las luchas populares, que como Martí en Cuba, Mariátegui en el Perú y Allende en Chile, son ejemplos de una avanzada en la reflexión de nuestros problemas a través del estudio de nuestra realidad.
Este 9 de abril convirtámoslo en el primer paso hacia la recuperación del gaitanismo auténtico.
Por la Restauración Moral de la República: A la Carga!!!