domingo, 15 de abril de 2012

Hablándole a Obama al oído


Por Héctor Alfonso Otero M.
Uno de los factores que más inciden en la violencia que se extiende por el mundo, es la compra de armas. Es evidente que el gasto en este rubro alimenta no solo a poderosos industriales, sino a muchos comerciantes y burócratas, que sirven de intermediarios, y obtienen por esos buenos oficios, enormes ingresos.   Es necesario reconocer que las cifras del gasto armamentista no se van todas en los costos de producción de estos instrumentos de guerra, sino que buena parte de ese dinero se destina a aceitar la maquinaria del tráfico lícito e ilícito.
Aproximarse a las cifras de gasto en armamento da luces acerca de los enormes incentivos que genera el tráfico de armas.  Durante el año 2010, según el SIPRI, Instituto Internacional para la Investigación de la Paz en Estocolmo, se invirtió, por parte de los diferentes gobiernos, la suma de 1.630 billones de dólares, cifra comparable con el valor de los bienes producidos durante ese mismo año en la India.  En efecto, el PIB total para ese año del subcontinente indio, con más de un billón de habitantes, alcanzó a ser de US$1.727 billones según el Banco Mundial.  Sólo los Estados Unidos de América gastaron US$698 billones, o sea una cifra equivalente al PIB de Suiza un país neutral, que aún discute hasta que punto sus fuerzas militares deben portar armas. La cifra también es similar al gasto anual de los norteamericanos en compra de petróleo.
Otros importantes compradores de armas son China, la Gran Bretaña y Francia.  El primero de ellos aunque solo invierte la sexta parte de lo que gasta la principal potencia del orbe, invirtió 119 billones, o sea todo lo que produce anualmente un país como Bangladesh, uno de los países más densamente poblados del mundo y con mayores problemas de pobreza (143 millones de habitantes, un habitante por km2). Los países europeos (Inglaterra, Francia, Alemania e Italia) cada uno invierte poco menos de la mitad de la cifra que se reporta para China.  La sola inversión de la Gran Bretaña alcanza una cifra similar al PIB del Ecuador.  Los diez principales compradores gastan en armamento el 75% de todo lo que se invierte en el mundo en armamento según el SIPRI.
Solo una cifra más, las compras de armas de los Estados Unidos representan el 4,8% del PIB total de ese país, lo que quiere decir que es uno de los sectores que más se benefician del gasto público.  ¿Cómo podría ese país abandonar las guerras y promover la paz en el mundo, cuando uno de los ejes de su crecimiento y su capacidad productiva está orientado a producir armamento?
Considerando que los países desarrollados son los principales compradores de armas, y además son los principales exportadores de estos instrumentos de guerra (incluidas Rusia e Israel), vemos que el proceso modernizador no puede sino convivir con los instrumentos de guerra, y mal podría prescindir de ellos, cuando significan enormes utilidades, control de muchos regímenes y generación de puestos de trabajo.  En los últimos años la China ha pasado de ser comprador a productor de armas, y se espera que en el próximo futuro, entre a competir con los Estados Unidos y Rusia por el predominio del mercado de aprovisionamiento de armamento.
Cuando la compra de armas, en una sociedad como la americana, tiene una importancia similar a la de la demanda por combustibles, está claro que el funcionamiento de esa economía le debe mucho al sector que las produce.  ¿Cómo puede prescindir un país de un sector que representa el 5% del total de la producción nacional?  Transformar esa industria militar será necesariamente un proceso lento, que si bien por sus niveles tecnológicos podría contribuir notablemente al desarrollo de otros sectores, requiere de decisiones muy difíciles y de una voluntad política firme y decidida.  Sería necesario plantear una política externa que se deshaga de falsos imaginarios de potencia internacional y policía del mundo, para convertirse Norte América en un factor que garantice en el mediano y largo plazo la sobrevivencia de la especie y la convivencia de la comunidad internacional a partir de la resolución del verdadero problemas de este mundo: la esquiva creación de trabajos y la adecuada disposición de esfuerzos para que se desconcentre el desarrollo económico.

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