Una de los más conmovedores eventos de nuestra época han sido
los ataques a las torres gemelas en Nueva York y todo lo que se desarrollo a su
alrededor, incluida la destrucción de toda un ala del Pentágono en
Washington. Este que ha sido el peor
ataque terrorista contra los EEUU, nos lleva reflexionar acerca de la violencia
en nuestros días. El atentado suicida de
los fanáticos de Al Qaeda, puede haber sido el más espectacular e irracional
acto de odio y resentimiento, sin embargo no es la única expresión de violencia
de nuestros días.
La reacción del gobierno americano contra Afganistán e Irán,
y en general contra todas las manifestaciones de la cultura árabe, fueron
igualmente actos de violencia en los que no solo han muerto muchos inocentes,
sino que como resultado de ellos el gobierno de los EEUU cometió un delito
internacional, al tomar prisioneros de guerra y mantenerlos aislados y bajo las
más terribles presiones en Guantánamo, sin tener claras razones para su
detención. La respuesta violenta, tan aplaudida
por los norteamericanos, se convirtió en una papa caliente que finalmente le costó
al partido republican de los EEUU la presidencia.
Pero más allá del conflicto entre Al Qaeda y el gobierno
americano, seguimos siendo testigos de la arbitrariedad y crueldad del
aislamiento en que viven hoy los palestinos en Cisjordania y la Franja de Gaza,
zonas a las que Israel impide el acceso de ayuda humanitaria con amenazas y
tomas de las embarcaciones que pretenden apoyar y ayudar a los palestinos. La guerra en Sudán en el centro de África ha
cobrado tantas víctimas como las hambrunas, que también han golpeado este país,
y los responsables no son aún puestos ante la justicia.
La violencia no solo la provocan los enfrentamientos
políticos y las disputas entre naciones.
En Grecia hemos visto cómo la crisis del endeudamiento ha producido la
indignación de los habitantes de ese país europeo, en razón a los recortes que
ha programado el gobierno, presionado por el Fondo Monetario internacional y
sus socios europeos. Los griegos han salido a la calle y enfrentado a
las autoridades locales lo que ha generado desordenes y numerosos heridos; en
Chile la demanda por más y mejor educación termina también en enfrentamiento
callejeros y en Francia e Inglaterra desempleados, jóvenes y anarquistas
incendian automóviles y saquean el comercio.
La globalización dispersa este fenómeno a todas las naciones
del mundo y Colombia no es ajena a esta evolución de modernidad, globalización y violencia. En efecto, aquí en nuestro país después de muchos años
la violencia de los grupos ilegales no cesa y a pesar de los esfuerzos de unos
y otros, la paz no logra aclimatarse. El
armamentismo en Latinoamérica no parece disminuir y las multinacionales de las
armas, aliadas con las mafias regionales siguen llenando el mundo con toda
clase de armamentos, cada vez más eficientes, y por lo tanto más mortales.
Pero hasta en los estadios y espacios deportivos la violencia
está presente. Los famosos hooligans de
Europa se han hecho indeseables en muchos escenarios deportivos, y sus métodos
han sido replicados en Latinoamérica. La
modernidad y la globalización también han traído este fenómeno a Colombia,
donde los aficionados muertos a manos de sus adversarios deportivos aumentan
cada fin de semana, y un deporte que debía contribuir a hermanar a los
practicantes del mismo, está llevando a muchos jóvenes a los hospitales e
inclusive a la muerte.
También toca las puertas de nuestra región, hace unos días en
Barranca de Upía y Cabuyaro, la población se enfrentaba a la policía, después
de denunciar y manifestarse en contra de los abusos de una petrolera en el
trato de sus trabajadores y en el cumplimiento de sus responsabilidades
ambientales.
No es necesario continuar enumerando casos, pero hay que
reconocer que la violencia es una constante en nuestra sociedad. Por ello, es válido preguntarnos ¿por qué la
aspiración de una sociedad moderna y sin violencia no parece poderse alcanzar,
a pesar de que la paz, al menos de palabra, es ansiada en todas las sociedades?
¿Hacia dónde se dirige nuestra sociedad con los actuales
enfrentamientos y conflictos? ¿Tenemos hoy más seguridad, estabilidad y
certidumbre?
Zygmund Bauman, un sociólogo de origen polaco, que se ha
hecho famoso en Inglaterra escribiendo algunos textos acerca del concepto de
modernidad líquida, responde que no tenemos más seguridad y que, por el contrario,
la sociedad hoy vive en mayor incertidumbre y las instituciones que se han venido eliminando,
en el marco de las reformas estructurales recientes, recomendadas por el Fondo
Monetario Internacional y los organismos tinancieros internacionales, han abandonado
a los mas pobres y generado una mayor inestabilidad para los trabajadores, para
los hogares y para las comunidades.
¿Comunidades? Bauman dice que las comunidades son tan solo
una aspiración de encontrar espacios en que se estimule el individuo y se
logren concretar proyectos que son comunes a los participantes. Es decir que las comunidades deben tener unos
antecedentes comunes, una historia, un lenguaje, una educación, una cultura y unas
costumbres compartidas, sobre las que se pueda construir confianza, solidaridad
y cooperación.
Sin embargo las organizaciones comunitarias, así como
sindicales y campesinas han venido desapareciendo a medida que el nuevo enfoque
social promueve el individualismo y el consumismo. El Estado viene disminuyendo sus funciones y
son los individuos los que tienen que resolver sus propios asuntos de toda
índole, desde la educación de los hijos, pasando por la salud familiar, la
construcción de la vivienda, la administración de los ahorros, y la recreación hasta la seguridad personal. ¿Qué tan preparados están los ciudadanos
comunes para este cambio?
El individuo esta cada vez más aislado, los centros de encuentro
social disminuyen en número y los centros de diversión son cada vez más
ruidosos y menos capaces de permitir, que entre los jóvenes puedan compartirse
los problemas, las experiencias y la ilusión de un mundo mejor. Inclusive en espacios propicios para el
intercambio como cafeterías, restaurantes, espacios de esparcimiento y aulas de
clase, se prefiere compartir a través de blackberrys y celulares abandonando la
posibilidad de construir relaciones personales sólidas, aislándose del grupo con
el que “supuestamente” se socializa. El conocimiento de los propios compañeros
apenas es superficial, lo que hace que las relaciones también sean por lo
general fugaces. Los deportes y actividades
que se practican buscan excitar los propios sentimientos y sensaciones, y tienden
a ser cada vez menos en equipo o reuniendo grupos. Todo lo anterior lleva a que
las actividades sociales se conviertan en actividades individuales, colocando a
los individuos en una situación de aislamiento y vulnerabilidad.
Esta soledad en la que vive el joven moderno hace que, por
momentos busque refugio a sus inseguridades en comunidades, que se convierten
en esas aspiraciones o ilusiones que deben contribuir a buscar un norte en sus
vidas. La verdad es que la mayoría de
estas comunidades antes que soluciones para el aislamiento y la soledad, son
instrumentos efectivos de individuos que quieren aprovecharse de jóvenes
desorientados e inexpertos. Esas
comunidades en las que los jóvenes buscan identidad, antes que servirle al
individuo están en busca de personas que les sean dóciles y fáciles de
someter. Por lo general, los requisitos
de ingreso incluyen pruebas en las que se demanda del nuevo miembro romper con
valores que les han sido inculcados en la educación tradicional y mostrar su
compromiso con el grupo demostrando audacia, valor y desapego de los principios
morales tradicionales.
Las barras bravas, las pandillas, las hermandades, los grupos
de extrema izquierda y extrema derecha, los grupos delincuenciales, todos
buscan atraer a los jóvenes ofreciendo un imaginario de solidaridad entre sus
miembros y fantasmas consistentes en enemigos que deben ser eliminados. Según Bauman estos colectivos: “Necesitan
enemigos a quienes amenazar con la extinción, y a quienes perseguir colectivamente,
torturar y mutilar, para convertir a cada miembro de la comunidad en cómplice
de algo”, en efecto las pruebas de iniciación, por lo común, incluyen actos
violentos contra los supuestos enemigos: “el equipo de futbol contrario”, “los
policías”, los izquierdistas”, “los homosexuales”, “los traficantes”, “los
zanahorios”, “las mujeres de la vida alegre” y muchos otros que se convierten
en “los Otros”. Para las cabezas de esas comunidades “el
otro” es el enemigo el que no viste el mismo atuendo o no luce el cabello de
determinada forma o el que defiende otros ideales. El “Otro”, es aquel contra el que se ejerce
la intolerancia. La mofa y el chiste se
hacen contra el mendigo, el buen estudiante, el mal deportista, el joven que no
luce determinadas prendas o no tiene un “celular o blackberry play”.
Y la violencia contra esos “otros”
comienza a generar un aislamiento, en el que se pierde la objetividad y el
criterio, se toman por sentadas verdades, que los líderes han adoptado, para
ejercer su capacidad de dominio sobre los otros. La misma comunidad se aísla y como efecto los
“otros” tienden a aumentar. El que no
piensa como el grupo no tiene derechos y por lo tanto se puede abusar de él a
gusto, y cada vez son más los candidatos.
Estas comunidades permiten que el
individuo rompa la monotonía de su vida cotidiana y la soledad en la que
regularmente vive, los eventos que propician este tipo de colectivos son
“carnavales”, en los que se exorcizan los demonios, se eliminan las tensiones
de la vida diaria y se dan muestras excepcionales de “valor” en medio de la
euforia colectiva, que le arrebata al individuo su capacidad crítica y sus
naturales defensas contra el peligro y el abuso.
Estas comunidades nacen como
“reflejo en el espejo”, o sea que a todo grupo de izquierda le sale su
contrario de derecho, a los “sanos” les aparecen sus “malosos”, a todo
Millonarios le sale su Santafé, a todo “paraco” le sale su “guerrillero”, y
terminamos dándole a las cabezas visibles de esas comunidades explosivas,
nuestra capacidad de decidir, de actuar y de pensar.
Los mayores no están para nada exentos
de esta tipología: encerrados en sus clubes, sus condominios y sus resorts,
todo el que es diferente no tiene acceso a sus espacios, el otro, el que no
puede pagar la cuota inicial, el vagabundo, el caminante, el que no ha pagado
la cuota, no pueden entrar.
La insolidaridad se refuerza con
esas comunidades que buscan para sí mismas el aislamiento y la dominación del
individuo, para alejarlo de otras influencias.
A través de métodos de reafirmación de identidad, al interior de las
comunidades existe una cierta certeza, que no se encuentra en la vida cotidiana,
en donde dominan la inestabilidad, la inseguridad y el riesgo.
La violencia entre colegios
enfrentados, de barrios que también declaran al vecino su enemigo y de muchas
otras exaltaciones verbales le dan alas
a la violencia y hacen más difícil el trabajo de quienes buscan la convivencia
pacífica. En este aspecto el lenguaje se
ha venido trasformando de una manera bien particular, adoptando muchos grupos
las expresiones de la delincuencia para expresarse de sus compañeros, para
obligar a alguien a alejarse del lugar que “pertenece” al grupo, para eliminar
al contrario y muchas otras locuciones, que se extienden, sin que los muchacho
se pregunten el origen de las mismas. El
lenguaje en las comunidades se convierte también en un elemento de
identificación y de diferenciación.
La agresividad aún en el trato
cotidiano con compañeros y amigos familiariza a los jóvenes con las actitudes
violentas y no pocas veces, de chanzas o juegos terminan enemistades y
malentendidos. Es importante, por lo
tanto, aprender y aclimatar la tolerancia, para no perder la oportunidad de
conocer a mucha gente que nos sorprende con sus experiencias únicas, con su
conocimientos en áreas específicas, con aspectos de la cultura en los que no
habíamos pensado. Escuchar debe ser una
misión contra la soberbia, preguntar con real deseo de conocer en profundidad
debe llevarnos al conocimiento. “El
Otro” en lugar de ser un despreciable elemento, es una posibilidad de conocer
aspectos de nuestra sociedad que ignoramos o desconocemos.
La mejor semilla contra la
violencia y los violentos es abrir la mente y el espíritu para reconocer y
respetar a nuestros congéneres, la discriminación y el sectarismo son la ruta más
cercana a los abusos, y por esa vía a justificar exabruptos y tropelías. Todos
los fanatismos han terminado causándole grandes desgracias a la humanidad.
La Universidad debe ser un
escenario abierto a todas las reflexiones y a todas las teorías, de forma que
es el lugar indicado para que se libren las discusiones más diversas, siempre
en un marco de respeto, tolerancia y sincero espíritu de crítica y
autocrítica. Aprovechemos el espacio que
nos da esta universidad para enriquecer no solo nuestro conocimiento técnico y
profesional, sino también para repensar el mundo y tratar de aportar a la
construcción de la paz.
El objetivo de este material es
ampliar algunos de los conceptos que se plantearon en el libro “Paramilitares
la Modernidad que nos tocó” y ampliar las reflexiones que motivaron la
investigación realizada.
La primera consideración es
esencial, pues en la concepción lineal de la historia se supone que cada estado
de la sociedad, en la medida que avanza el tiempo, mejora la condición social y
económica de los individuos y nos permite avanzar en pos de una mejora
permanente en la calidad de vida. Sin
embrago solo mirando los conflictos actuales y los indicadores de calidad de
vida para la mayoría de los ciudadanos del mundo, observamos que esta pretensión
no se ha logrado y aunque podemos encontrar indicadores de salud, educación o
vivienda positivos encontramos que estos avances se han logrado a un alto costo
en términos de concentración de la riqueza, de sentido de pertenencia de las personas
a sus regiones y de enormes incertidumbres que agobian al ser humano promedio.
En efecto, la humanidad ha
buscado la seguridad y la estabilidad desde que el hombre decidió volverse
sedentario y gregario, sin embargo a medida que se ha aumentado la complejidad
de las relaciones, no solo se han multiplicado los peligros y las amenazas
contra la vida humana, sino que hemos puesto en riesgo la vida de muchas de las
especies que habitaban el mundo con nosotros, y que ahora nos damos cuenta
servían para que pudiéramos disfrutar de este pedazo del universo.
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