A veintidós
millones de colombianos no les importa si hay guerra o no, si hay perdón u
olvido, si se castiga o no a los violentos, si los niños del Chocó, del Guaviare
o del Cauca se encuentran en medio del fuego.
Solo 6 millones y medio estaban dispuestos a pasar por encima de los
terribles delitos de las FARC, para que la sociedad dejara de pagar los costos de
la guerra, en términos de vidas de jóvenes, inseguridad en los campos e
incertidumbre para la economía y la estabilidad social. Otros seis millones y medio consideraban
demasiado perdonar los delitos de la guerra y prefirieron el salto al vacío de
continuar una negociación, sin saber si era viable tal proceso, sin tener
certezas sobre el futuro del país y sin garantía de que el fuego de las armas
se suspenda.
Definitivamente,
esta es una sociedad indiferente: los esfuerzos por acabar con las
manifestaciones de solidaridad entre los colombianos han dado sus frutos, todas
las organizaciones populares y comunitarias han sido debilitadas y se ha creado
una profunda desconfianza en el otro, en el vecino, en el colega, en el
amigo. El individualismo se ha ganado el
corazón de la mayoría de los ciudadanos de este país, que si no ven réditos,
preferiblemente monetarios, no se movilizan por nada. Los propósitos altruistas y generosos, son
tan solo una ridícula pretensión demagógica, que en el inconsciente debe estar
también vinculada a un interés económico.
La sinceridad y la honestidad son comportamientos que solo conducen a
que otros se aprovechen de quienes pretenden despojarse de unos intereses que
solo pueden abandonarse si uno está loco.
Desde los
años ochenta, a los jóvenes se los ha enseñado a “no dejarse”, a luchar por
sobre todo, por tus propios intereses, sin darle oportunidad a sus iguales de
aprovechar el esfuerzo individual que realizan.
“No dar papaya” es la consigna que predomina en una sociedad, en la que
trabajar por lo social, por lo comunitario representa estar fuera de contexto,
es desperdiciar las capacidades y los potenciales. Lo importante, hemos dicho y hemos promovido,
es diferenciarte, alejarte de quien pueda pretender aprovecharse de ti. Sería lamentable que tu amigo, tu colega, tu
par pase por encima aprovechando los eslabones que le has ayudado a subir. Eso demuestra tu ingenuidad, tu falta de
visión, tu falta de ser capaz de valorarte.
Si actúas de esa manera tú mismo eres el culpable de tu desgracia “¿quién
le manda?”.
Los modelos
a seguir son los mismos que han construido una nación de vivos, aquellos que la
hacen y no pagan, los que se aprovechan del erario público, los que utilizan a
los débiles para pasar por encima de todos, los que han impuesto un sistema de
privilegios basado en puertas giratorias: favores van y favores vienen, los que
arrojan la piedra y esconden la mano, los que sirven de áulicos de los
poderosos, pero son capaces de traicionar por una buena recompensa.
Simplemente
a veintidós millones de colombianos no les importa, que ésta sea la sociedad
que nos gobierne, y en la cual van a crecer sus hijos, seguramente ya los están
educando con los parámetros que les permitirán el éxito, en una sociedad que por
estar pensando en la viveza y la avionada, no produce, no genera riqueza, no
innova, no mira hacia adelante, sino se regodea con la última “tumbada” que le
pegó al vecino, al tendero, al anciano, al muchachito.
La mala
noticia, es que la economía cada vez crea menos valor, y así formemos a
nuestros hijos para ser los vivos, cada vez va a haber menos para todos, cada
vez la puja de los vivos va a ser más sucia, va a ser más cruel, más
despiadada. Y de esa forma nuestros
hijos serán también más despiadados, más insensibles, más oportunistas y la
sociedad colombiana será más aún una torre de babel, en la que nadie oye, nadie
escucha y nadie se preocupa por el otro.
¿Será esta
la sociedad que está buscando la mayoría?
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