Por Héctor
Otero
¿Por qué no
decirlo? Si, quienes creímos que la vía armada no era el camino para
transformar la sociedad, nos equivocamos de cabo a rabo. No solo no pudimos cambiar nada, sino que las
figuras que habrían podido aportar al cambio están o muertas o absorbidas por
el sistema. Mientras tanto, los que se
aferraron a las armas y a “la combinación de formas de lucha” hoy están a punto
de obtener indultos, después de haber pasado un periodo inolvidable en La
Habana, de poder participar con privilegios en la política y burlarse de sus
detractores, de recibir beneficios para trasladarse por todo el país en medios
que no están ni siquiera a disposición de los ricos, de hacer borrón de su
historial de asesinos y secuestradores a cuenta de que esos eran delitos
conexos con la rebelión.
La
izquierda es hoy blanco de las burlas de periodistas y políticos de derecha,
para no hablar de los Procuradores y Defensores del Pueblo, por no haber sabido
aprovechar las oportunidades que la política le dio. Después de tener una tercera parte de la
Constituyente del 91, pasamos a entregarle la cabeza de la oposición a una
burócrata profesional, que ha sabido acercarse tanto a los Pastranas como a los
Samperes y a los Uribes. Mientras tanto
los valientes ejércitos armados del pueblo, secuestran niños para hacerles
lavado cerebral y mentirles acerca de la capacidad que tienen las armas para
hacer justicia por mano propia, para abusar en todos los aspectos de los
jóvenes al colocarlos como carne de cañón y material desechable, para
convertirlos en sicarios y especialistas en destrucción. Pero no solo eso, también para familiarizar a
estos muchachos con cárceles y cadenas, que denigran del ser humano y
obligarlos a convertirse en carceleros, que ante una huida o un ataque, tienen
que ser capaces de asesinar a sangre fría.
Para convertir enormes áreas de cultivo en cementerios de minas
personales, en los que se pone en riesgo la vida de miles de campesinos y
soldados jóvenes o se los convierte en lisiados, llenos de dolor y rencor.
Esos
dirigentes de la guerrilla, hoy pretenden que la ciudadanía olvide a los
dirigentes regionales asesinados a sangre fría, a las víctimas inocente que con
sus explosivos cayeron y están hoy muertas o inválidas producto de una guerra
en la que las pérdidas colaterales éramos nosotros, miembros de familias
humildes y gente trabajadora, a los campesinos y pequeños agricultores que
debieron abandonar sus parcelas debido a que el conflicto cada vez que pasaba
por su predios les amenazaba de una forma diferente, a los dirigentes políticos
locales asesinados por unos u otros en un conflicto en el que los que no
estaban armados no podían opinar.
Si, nos
equivocamos, ese era el precio que era necesario pagar para conseguir una
sociedad más justa. Una en la que los
asesinos no paguen por sus culpas, los secuestradores no vayan a la cárcel, los
narcotraficantes no reconozcan el enorme mal que le han hecho a los jóvenes al
convertirlos en sicarios, secuestradores y abusadores. Una en la que los jóvenes sigan el ejemplo de
los dirigentes que hoy tienen privilegios en hoteles y centro de convenciones
de La Habana, pero también para desplazarse a gusto por el país demostrando
como su decisión de defender las armas se justificó. Un joven con un arma al hombro termina por
ser, un activista político más convincente, que un joven preocupado por la
inequidad de la sociedad o los bajos salarios de los trabajadores del país.
Nos ganaron,
y es necesario reconocerlo en estos momentos en que el país entra en un periodo
crítico, cuando los precios de las principales exportaciones del país han caído,
cuando el ahorro que había realizado el país en forma de inversiones de largo
plazo, son elefantes blancos que poco pueden aportar al desarrollo económico,
al empleo y a la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos
colombianos. Después de haber acabado
con la política agraria e industrial y haber abandonado el sector productivo
por casi treinta años, ahora nos encontramos ante una reducción de los ingresos
nacionales, mientras dependemos cada vez mas de los proveedores extranjeros
para nuestra alimentación y la satisfacción de necesidades básicas.
Y mientras
tanto, la corrupción sigue galopante, se roban o les regalan, a cambio de
migajas, las inversiones que el país ha realizado por largos periodos, y de las
cuales dependemos para el suministro de servicios básicos (Ecopetrol, Isagén, la
banca, las empresas prestadoras de servicios de salud, etc.); se roban hasta la
comida de los niños, los medicamentos de las entidades prestadoras de servicios
de salud, convierten a los centros educativos en empresas de venta de títulos
al por mayor, a los deportistas los tranzan en mercados, que ellos no entienden
cómo funcionan, y que sirven para el enriquecimiento ilícito de los dirigentes
deportivos nacionales y extranjeros.
Estos temas
no son relevante para los negociadores de La Habana, sus preocupaciones apuntan
a la impunidad y el desconocimiento de las realidades de una guerra en la que
las principales víctimas no fueron los actores armados, sino los habitantes de
las zonas afectadas por el conflicto, en especial los más jóvenes, y en las que
los umbrales de la moral, del respeto, de la justicia, del trabajo digno fueron
modificados y afectaron las visiones del mundo de los muchachos en
formación. Se impuso la filosofía del más
vivo, del más agresivo, del mejor armado, del matoneo, del arrebato, del más
rico……
Bueno, eso
nos ha quedado, y ahora, después de nuestra derrota, encontramos que nuestra
ética, nuestro respeto, nuestro enfoque político, nuestras metas, nuestros
sueños……. ya no tienen validez. Ahora si
toco reeducarnos.
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