viernes, 19 de febrero de 2016

Nos equivocamos


Por Héctor Otero

¿Por qué no decirlo? Si, quienes creímos que la vía armada no era el camino para transformar la sociedad, nos equivocamos de cabo a rabo.  No solo no pudimos cambiar nada, sino que las figuras que habrían podido aportar al cambio están o muertas o absorbidas por el sistema.  Mientras tanto, los que se aferraron a las armas y a “la combinación de formas de lucha” hoy están a punto de obtener indultos, después de haber pasado un periodo inolvidable en La Habana, de poder participar con privilegios en la política y burlarse de sus detractores, de recibir beneficios para trasladarse por todo el país en medios que no están ni siquiera a disposición de los ricos, de hacer borrón de su historial de asesinos y secuestradores a cuenta de que esos eran delitos conexos con la rebelión.

La izquierda es hoy blanco de las burlas de periodistas y políticos de derecha, para no hablar de los Procuradores y Defensores del Pueblo, por no haber sabido aprovechar las oportunidades que la política le dio.  Después de tener una tercera parte de la Constituyente del 91, pasamos a entregarle la cabeza de la oposición a una burócrata profesional, que ha sabido acercarse tanto a los Pastranas como a los Samperes y a los Uribes.  Mientras tanto los valientes ejércitos armados del pueblo, secuestran niños para hacerles lavado cerebral y mentirles acerca de la capacidad que tienen las armas para hacer justicia por mano propia, para abusar en todos los aspectos de los jóvenes al colocarlos como carne de cañón y material desechable, para convertirlos en sicarios y especialistas en destrucción.  Pero no solo eso, también para familiarizar a estos muchachos con cárceles y cadenas, que denigran del ser humano y obligarlos a convertirse en carceleros, que ante una huida o un ataque, tienen que ser capaces de asesinar a sangre fría.  Para convertir enormes áreas de cultivo en cementerios de minas personales, en los que se pone en riesgo la vida de miles de campesinos y soldados jóvenes o se los convierte en lisiados, llenos de dolor y rencor.

Esos dirigentes de la guerrilla, hoy pretenden que la ciudadanía olvide a los dirigentes regionales asesinados a sangre fría, a las víctimas inocente que con sus explosivos cayeron y están hoy muertas o inválidas producto de una guerra en la que las pérdidas colaterales éramos nosotros, miembros de familias humildes y gente trabajadora, a los campesinos y pequeños agricultores que debieron abandonar sus parcelas debido a que el conflicto cada vez que pasaba por su predios les amenazaba de una forma diferente, a los dirigentes políticos locales asesinados por unos u otros en un conflicto en el que los que no estaban armados no podían opinar.

Si, nos equivocamos, ese era el precio que era necesario pagar para conseguir una sociedad más justa.  Una en la que los asesinos no paguen por sus culpas, los secuestradores no vayan a la cárcel, los narcotraficantes no reconozcan el enorme mal que le han hecho a los jóvenes al convertirlos en sicarios, secuestradores y abusadores.  Una en la que los jóvenes sigan el ejemplo de los dirigentes que hoy tienen privilegios en hoteles y centro de convenciones de La Habana, pero también para desplazarse a gusto por el país demostrando como su decisión de defender las armas se justificó.  Un joven con un arma al hombro termina por ser, un activista político más convincente, que un joven preocupado por la inequidad de la sociedad o los bajos salarios de los trabajadores del país.

Nos ganaron, y es necesario reconocerlo en estos momentos en que el país entra en un periodo crítico, cuando los precios de las principales exportaciones del país han caído, cuando el ahorro que había realizado el país en forma de inversiones de largo plazo, son elefantes blancos que poco pueden aportar al desarrollo económico, al empleo y a la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos colombianos.  Después de haber acabado con la política agraria e industrial y haber abandonado el sector productivo por casi treinta años, ahora nos encontramos ante una reducción de los ingresos nacionales, mientras dependemos cada vez mas de los proveedores extranjeros para nuestra alimentación y la satisfacción de necesidades básicas.

Y mientras tanto, la corrupción sigue galopante, se roban o les regalan, a cambio de migajas, las inversiones que el país ha realizado por largos periodos, y de las cuales dependemos para el suministro de servicios básicos (Ecopetrol, Isagén, la banca, las empresas prestadoras de servicios de salud, etc.); se roban hasta la comida de los niños, los medicamentos de las entidades prestadoras de servicios de salud, convierten a los centros educativos en empresas de venta de títulos al por mayor, a los deportistas los tranzan en mercados, que ellos no entienden cómo funcionan, y que sirven para el enriquecimiento ilícito de los dirigentes deportivos nacionales y extranjeros.

Estos temas no son relevante para los negociadores de La Habana, sus preocupaciones apuntan a la impunidad y el desconocimiento de las realidades de una guerra en la que las principales víctimas no fueron los actores armados, sino los habitantes de las zonas afectadas por el conflicto, en especial los más jóvenes, y en las que los umbrales de la moral, del respeto, de la justicia, del trabajo digno fueron modificados y afectaron las visiones del mundo de los muchachos en formación.  Se impuso la filosofía del más vivo, del más agresivo, del mejor armado, del matoneo, del arrebato, del más rico……

Bueno, eso nos ha quedado, y ahora, después de nuestra derrota, encontramos que nuestra ética, nuestro respeto, nuestro enfoque político, nuestras metas, nuestros sueños……. ya no tienen validez.  Ahora si toco reeducarnos.

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