viernes, 29 de noviembre de 2013

Una educación superficial y fugaz para el consumo

Por Héctor Alfonso Otero
El papel de la educación en una sociedad del consumo es bien diferente al que tuvo esta actividad durante la industrialización.  En el período en que se desarrollaron las grandes factorías se requirió un gran esfuerzo de educación masiva en temas como alfabetización y matemáticas básicas.  Los operarios debían ser capaces de poner en ejecución labores simples y repetitivas, que debían coordinarse y organizarse con instrucciones claras y específicas.  Para ello era necesario que el trabajador pudiera leer y escribir. También debía conocer y desenvolverse con magnitudes y conteo de operaciones, por ello la sociedad diseño sistemas educativos que garantizaban que numerosos individuos fueran capacitados, y se les dotó con una base de conocimientos similar a todos, de forma que sus trabajos pudieran ser integrados, recibieran retroalimentación y de esa manera coordinar sus actividades y , por último que su trabajo pudiera ser evaluado y de asi poder conocer la  eficiencia con que se desempeñaban los trabajadores durante todo el proceso.  Al cumplir esta condiciones  el administrador de los negocios lograba que el trabajo se reflejara en sinergias, y que tuviera efectos acumulativos, que le permitieran apropiarse el valor generado en cada etapa del proceso.
Con la desaparición de las líneas de producción, que involucraba individuos a cargo de las diferentes etapas del proceso, esta necesidad de formación masiva ha perdido importancia y, por la misma razón, la educación como elemento para la vinculación de mano de obra a los procesos productivos ha dejado de ser relevante.  Desde este punto de vista una sociedad moderna no debería estar tan preocupada por formar cuadros para la producción, sino para el consumo, como los señala Zygmunt Bauman.  Los procesos de automatización y robotización han permitido reducir las necesidades de mano de obra asociada a los procesos, y por lo mismo, se genera mucho menos empleo en la producción, y más en los servicios.
Pero las  demandas de trabajo en el sector servicios, en un periodo en el que la vida útil de los productos se ha vuelto tan corta, requieren un tipo de capacitación diferente, que no está relacionada con el conocimiento de bases técnicas, ni de adaptación a los procesos, sino mas bien con la operación de sistemas y el manejo de interfases entre diferentes procesos automatizados.   Cada vez se necesitan más operarios que instruyan al cliente acerca de cómo operar los productos, que trabajadores que construyan esos mismos equipos.  Ilustrar esto será fácil con solo entrar a cualquier centro de servicios de telefonía móvil, son muchos más quienes atienden a usuarios resolviendo dudas acerca del manejo de sus equipos o promoviendo las ventas o administrando  los inventarios, que quienes trabajan en las producción de los equipos o el diseño de la infraestructura operativa de los sistemas.
El conocimiento de estos trabajadores es tan fugaz como los productos que promueven, a medida que los modelos o las tecnologías evolucionan, es necesario aprender los nuevos sistemas, y esta tarea solo la pueden realizar las propias empresas que han introducido las innovaciones.  En este sentido la educación también tiene el mismo carácter pasajero que los productos.  Los puestos de trabajo son también ocupaciones temporales, en las que los trabajadores no permanecen mucho  tiempo.  Gracias a que existe una inmensa masa de jóvenes dispuestos a trabajar por un salario muy bajo, las empresas no tienen dificultad en reemplazar con frecuencia a quienes empiezan a acumular carga laboral y a ser un pasivo para la empresa.
En este sentido la educación pública y todo el sistema de estímulos alrededor de la educación se torna innecesario desde el punto de vista del empresario. Se considera indispensable la educación básica, que acondiciona al individuo al consumo: la educación básica sigue siendo importante, por cuanto, una precondición del consumidor,  es la necesaria para tener capacidad para entender las instrucciones de los aparatos que va a operar, sin necesidad de entender muy bien cómo funcionan.  Lo importante es lograr el objetivo, generar mayores necesidades en el consumidor.
Hoy pocos comprenden cómo funciona un computador o un teléfono celular, pero todos los utilizan.  Los usuarios logran comunicarse con distantes rincones, pero no saben bien cómo llega la señal hasta esos confines.  El computador es solo una máquina capaz de hacer muchas operaciones repetidas una y otra vez, el celular se sirve de una red de repetidoras que cubren el área de comunicaciones y los juegos de video son remixs de trucos cibernéticos con formas diversas.  Por ello la esencia de la modernidad es la repetición, y en especial la repetición de la compra, mientras tengamos una mínima educación y contemos con una fuente de ingresos podemos ser consumidores, y para estar activos debemos estar “al día”, saber cuál es el último juego, el modelo más reciente de celular, el computador más rápido, de manera que podamos cada vez recibir más ofertas, de cosas que el mercado nos indica que debemos comprar, independiente de las necesidades reales de cada quién.  Es tan importante tener el último celular con alta resolución de las imágenes, para el portero del edificio como para el dueño del casino.
Fue necesario durante mucho tiempo tener buena memoria para poder resolver muchos asuntos, sin embargo hoy no necesitamos almacenar tanto en nuestro cerebro, pues con solo consultar en la red podemos encontrar el remedio, la receta o la respuesta para cualquier inquietud.  Por lo tanto esa educación, que obligaba a conocer al detalle el cuerpo humano con todas sus interrelaciones para poder ejercer como médico, ya no es tan importante, tampoco es importante para un físico, matemático o economista recordar formulas: al toque de un dispositivo (ratón) las tiene, las fechas de la historia se pueden ver mejor en gráficos virtuales, que muestran la simultaneidad y similitudes de diferentes épocas.
Por tanto, ahora es más importante tener dinero para comprar un buen disco duro, que recordar lo que antes se llamaba conocimiento.  Por lo mismo el carácter de la educación ha cambiado de manera drástica, la memorización y la repetición dejaron de ser una alternativa y cada vez surge mas la necesidad de que el estudiante sea capaz de integrar la información disponible en la red, para realizar análisis y poder tener un conocimiento menos acumulativo y mas integral, mas explicativo, tendiente a aprehender la realidad en su complejidad y multiplicidad.  Las experiencias de otras regiones van marcando la propia realidad local, la primavera árabe es un ejemplo de cómo “una chispa puede incendiar la pradera”, las expresiones juveniles como “ocupen Wall Street”, los Indignados en Europa y las rebeldes chicas de “Pussy Riot” en Rusia son solo ejemplos de la capacidad de trascender que tienen las movilizaciones hoy en día.
El parroquialismo y el aislamiento local son cosas del pasado, la integración cultural e informativa avanza, a pesar de los intereses de la gran prensa que sigue tratando de manipular la opinión pública a través de información sesgada, verdades a medias y franca desinformación.  Sin embargo, el que quiera escuchar o mirar lo puede hacer.  Es cierto que siempre se trata de limitar la información gratuita en la red, de ponerle frenos a ciertos tipos de fuentes de información y de veladas amenazas, que aseguran que quienes entran a determinadas páginas pueden entrar a formar parte de las listas de los organismos de Estado y ser procesados.  De todas formas vamos a estar en esas listas y cada día las autoridades cuentan con más herramientas para violar nuestra intimidad.  Las listas de suscriptores se venden, se piratean, se compran, se distribuyen, se divulgan, pero el secreto de la modernidad es que nadie es capaz de manejar toda esa información, ni los sistemas más sofisticados lo pueden hacer.  En ese sentido la libertad en la red, con el aumento de información, es la vacuna contra la pérdida de individualidad.
Esa abundancia de datos y registros, de fuentes y de teorías, es el potencial con el que debe trabajar la educación, ya no vista como un simple elemento de formación para la producción, sino como una base para comprender la realidad y para disfrutar lo que nos ofrece esta diversa, compleja e inabarcable modernidad.  Es poder moverse con confianza y sin complejos en una cantidad de información, que siempre que se haga a consciencia va a ser particular y única.  El enfoque particular que cada quién le da a sus pequeñas investigaciones conduce a muchas respuestas que, si sabemos intercambiarlas, nos podrán enriquecer.
El problema es que no todos estamos preparados para emprender ese recorrido solos.   Como con tantas otras responsabilidades que se han cargado sobre los individuos del consumo, la formación integral tiende a ser tarea individual, los profesores, tutores o guías han perdido el tradicional respeto que existía en la escuela tradicional y los ardides para burlar la vigilancia encomendada a los maestros es cada vez más frecuente.  El orientador, así quiera ser otra cosa, tan solo es un encargado del orden.  Debe servir mas para mantener al joven trabajando, que para proporcionarle información u orientación.  Los muchachos con intereses más concretos y que tienen objetivos claros, pronto encontraran su forma de hacer sus tareas, las que ellos se imponen, no las que les imponen los “profesores”.   Pero la gran mayoría de los estudiantes no tienen un norte definido y en ese deambular por la caótica y múltiple información existente, se perderán y van a terminar frustrados y desmoralizados.  Presas fáciles de líderes inciertos, que pueden convertir al desorientado en ficha de un engranaje para sacar partido para los más fuertes.
La escasa demanda de trabajo calificado que caracteriza al sector productivo de la sociedad del consumo, lleva a que solo algunos privilegiados encuentren espacio en los trabajos del sector productivo y en la industria de punta.  La mayor parte de los trabajadores deben buscar ocupación en negocios pequeños microempresas o empresas de intermediación laboral, pues los empresarios tratan cada vez de comprometerse menos con obligaciones que  representen lazos fuertes con sus operarios.
Por otra parte, el desarrollo de nuevos productos está cada vez más concentrado en las multinacionales y grandes corporaciones, que protegen sus avances científicos y tecnológicos con un sistema de patentes que limita las posibilidades de construir ciencia sobre los descubrimientos ya logrados.  El conocimiento se privatiza y la complejidad de los avances hace que solo los grandes capitales, que pueden financiar laboratorios y centros de investigación, mantener a los científicos mas destacados, controlar la información que se maneja hacia afuera de la empresa, decidir qué descubrimientos son interesantes en lo comercial y cuáles deben mantenerse bajo llave hasta que sea el momento de sacarle provechos económico.  La investigación y el conocimiento de avanzada terminan en manos de muy pocos, todos ligados al gran capital.
Por eso las carreras o profesiones liberales que se miraban con respeto y representaban opciones de estabilidad y seguridad, hoy han perdido importancia para los ciudadanos del consumo.  La sobreoferta de ingenieros, economistas, médicos, abogados y otros profesionales, ha presionado los salarios a la baja e inclusive muchos de ellos están sobrecalificados para las tareas que les son asignadas.  El título por sí mismo no abre puertas, por el contrario no tenerlo si las cierra.  Pero por lo mismo, la educación formal se convirtió en un requisito, y no en una fuente de conocimiento.  Entre los estudiantes existe una displicencia y desprecio por la teoría y la trascendencia, lo que interesa ahora son formulas simples que lleven a resultados seguros.  Nada más alejado de lo que debe ser la ciencia: el reto de enfrentar lo desconocido y encontrar explicaciones, ha sido sustituido por un afán por obtener los títulos.  El mejor no es el que domina la disciplina, sino el que menos esfuerzos realiza para obtener su diploma.  Tal como los héroes de la modernidad son aquellos que rápidamente ascienden en la escala social, los estudiantes se sienten orgullosos de haber podido burlar las trabas que impone la academia de forma rápida y ágil.  El conocimiento es algo secundario.
La educación va perdiendo su carácter universal en un doble sentido, por un lado solo se necesitan unos pocos científicos y desarrolladores de tecnología, no es necesaria formar a tantas personas en los tópicos que permiten avanzar tecnológicamente, solo deben ser unos pocos y sobre ellos es indispensable tener control.  Las mayorías solo necesitan una educación media, que les permita consumir y sentirse satisfechos con los productos que van saliendo al mercado, y que les dan la sensación de estar a la vanguardia.  Sin embargo, esos consumidores, después de haber hecho las colas para comprar su último modelo,  llegan a casa y descubren que ya están anunciando el modelo siguiente que va a aparecer.  La obsolescencia de los productos es rápida e inexorable.  La educación para el consumo no demanda gran conocimiento ni altos niveles culturales
Pero en otro sentido la educación también pierde universalidad: el desconocimiento del diferente, del otro, limita el crecimiento integral de los individuos y al estar los individuos cada vez más solos en el mundo, y con tantas responsabilidades encima, terminan por desconfiar de todo lo que no les es conocido.  Los mundos limitados en que vive el consumidor, que además se complementan de manera ideal con aparatos con los que el individuo se va aislando de su entorno, va generando barreras y el individuo empieza  a encontrar sentido solo en lo que logra dominar: su computador, su celular, su automóvil, sus electrodomésticos.  La aparición de extraños se convierte en un inconveniente, la desconfianza hacia el que tiene otra experiencia y otra forma de ver el mundo va en aumento, y por lo tanto de ese diferente es muy poco lo que el consumidor  considera que puede aprender.
Las estructuras institucionales y familiares que establecían autoridad a ciertos individuos cada vez son más cuestionadas.  El sacerdote, el padre de familia, el policía, el profesor, el juez, el árbitro, todos son personajes que se cuestionan en cuanto su capacidad para guiar.  La admiración de los consumidores, no está en el más esforzado, experimentado o trabajador, sino en el que llega rápido a sus objetivos de consumo.  La admiración es para el jugador de futbol, que logra comprar el carro deportivo de moda, es para el artista que a través de extravagancias logra ganar millones, es para el corredor de bolsa que tras un golpe de suerte, una trampa  o una jugada astuta obtiene ganancias multimillonarias.  Los héroes  dejan de ser los que se sacrifican y sufren, ellos son despreciados; los que logran pasar por encima de sus compañeros y convertirse en triunfadores y modelos de vida, ellos son el nuevo paradigma de la modernidad.
Pero esos nuevos protagonistas no tienen en las mentes populares una permanencia, los modelos de ayer han caído en desgracia y los que están vigentes hoy en muy pocos días caerán.  La ausencia de verdaderos modelos de vida a seguir, contribuye a que el individuo tampoco logre construir una imagen sólida que le proporcione autoestima y razón de vivir.  La depresión y la inestabilidad emocional son realidades con las que los ciudadanos de la modernidad deben convivir.
Esa ausencia de referentes en la formación de los jóvenes y la fugacidad de las figuras públicas son la otra cara del nuevo paradigma para la educación. Los que llegaron a ser modelos de vida en otras épocas ya se consideran superados por los cambios en las condiciones sociales y económicas que caracterizan la nueva sociedad.  Los nuevos paradigmas se encuentran en los realities y las competencias deportivas, en las que los modelos son jóvenes que se someten a vejámenes y malos tratos, solo para tener  el título, asociado a un premio monetario.  Estos héroes modernos también tienen un reinado breve.  La nueva competencia ya se prepara y las cualidades del anterior triunfador son los defectos en el nuevo concurso.
Como los trabajos son fugaces, también la educación de calidad pierde vigencia, la velocidad de las innovaciones y la inmensa oferta de productos hacen que la educación deba ser permanente y superficial.  Nadie se puede declarar formado.  La actualización constante es una necesidad y una oportunidad.  Pero la profundidad no es la característica de este tipo de formación.  La profesionalización a nivel masivo ha perdido sentido y quienes controlan los mercados no están dispuestos a ceder las nuevas oportunidades de trabajo, por lo que la gran mayoría debe oscilar entre trabajos diversos, que no justifican la dedicación a una sola área disciplinar.
Las disciplinas académicas que fueron necesarias para que la humanidad pudiera consolidar la industrialización y la creación de maquinaria y equipos cada vez más sofisticados, ya no son necesarias.  Los nuevos trabajadores de la alta tecnología combinan conocimientos de diversa índole e integran disciplinas y métodos muy diversos, pero para la mayoría de trabajadores que se desenvuelven en pequeñas y medianas empresas, es perentorio tener una variedad de opciones que les permita saltar de un trabajo a otro, siempre con énfasis diferentes.  La especialización pasó hace rato por sus mejores épocas.  La sociedad del consumo no demanda conocimientos de ese tipo, sino tan solo una base mínima que garantice un ingreso y unos conocimientos generales que le permitan comprar y consumir.  El consumo es también momentáneo: con la decisión de compra se cierra el ciclo y se inicia uno nuevo.  La satisfacción de la necesidad es secundaria, lo relevante es poder satisfacer el deseo y la posesión culmina con un objeto que en ese mismo momento empieza a perder importancia para la sociedad de consumo.  La obsolescencia de los productos comienza con la salida del centro de distribución y en ese mismo momento el producto empieza a perder valor.  El consumidor en ese mismo instante empieza a soñar con el remplazo del producto que acaba de adquirir.

Estos nuevos dilemas de la educación plantean reformas fundamentales en la forma como se aborda el proceso educativo y en consecuencia también cambios en los contenidos.  Es necesario redefinir los objetivos de los diferentes niveles de educación, pensando en formas de guiar al educando, o debiéramos decir al “autoformador”, en su ruta por construir su futuro a partir de la solución de problemas planteados desde las inquietudes personales y colectivas, que puedan responder a necesidades comunitarias y sociales y menos a las demandas económicas del sistema.  Seguiremos reflexionando en esta dirección.  ¿Participan?

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