martes, 17 de diciembre de 2019

Modernidad líquida y explosión del descontento

Por Héctor A. Otero

Nuevas escuelas de pensamiento están tratando de interpretar el contexto en el que se desarrollan las manifestaciones de inconformidad que se registran, tanto en América Latina, como en Francia, Hong Kong y otros lugares del mundo. Todavía no existe una tendencia predominante, lo cual nos coloca en la obligación de explorar diferentes analistas, para buscar las mejores explicaciones para el despertar de sociedades enteras y entender hacia dónde se dirigen estos levantamientos populares.
El caso de Zygmunt Bauman, un sociólogo polaco y profesor de la universidad de Leeds (Inglaterra), es uno de los más interesantes enfoques para aproximarse a la forma como las sociedades se desarrollan en la actualidad.  La base de todo su trabajo es el concepto de “Modernidad Líquida”, que separa el periodo del capitalismo en dos etapas de características opuestas y bien definidas.  La primera etapa del capitalismo, en la que se construyeron las grandes industrias e instalaciones de producción en masa, es denominada por Bauman la “modernidad sólida”, debido a que durante su construcción, esta etapa del capitalismo, requirió de la capacitación masiva de operarios, la construcción de fábricas de sólidas estructuras, la fidelización de los trabajadores con las empresas que los habían calificado y que requerían de su mano de obra para poder funcionar.  La producción en masa creó instituciones sólidas que buscaban perdurar, y a la vez los trabajadores esperaban especializarse y tener toda una vida de trabajo en ellas, que les habían dado la oportunidad de trabajo, capacitación y ascenso.
Las relaciones familiares igualmente  se caracterizaban por hogares con una fuerte estabilidad, que más que novedad esperaban estabilidad, casa propia, facilidad en las labores domésticas y un entorno local inalterado, alrededor de la iglesia, los colegios, los deportes y las actividades culturales locales.  Este entorno, por lo general, le daba a la familia seguridad y era un referente de origen para los individuos así formados. La fuente de la información y el conocimiento eran las escuelas y los campus universitarios, que eran a la vez instituciones y edificaciones formales e imponentes.
El Estado, que había sido encargado por las clases dirigentes de generalizar la educación básica, de crear un sistema de salud para los trabajadores, y de estructurar una estrategia para garantizar las pensiones de  empleados en uso de buen retiro, construyó enormes entidades que debían responder por aquellas tareas necesarias para el desarrollo industrial y comercial.  Existían agencias, que recibían los ahorros de los trabajadores, con el fin de crear fondos para financiar las pensiones  y para impulsar los proyectos nuevos industriales y agrícolas. Esas instituciones recogían los pequeños aportes de los pobres, para crear fondos que administraban los políticos y burócratas profesionales, y ahí fue que se desató el desorden.  Las bien intencionadas medidas adoptadas por el Estado para compensar la desigualdad de ingresos entre empresarios y trabajadores de base, fueron modificadas y adaptadas para que los funcionarios pudieran llevarse una buena partida, después de administrar los fondos: la corrupción era la verdadera beneficiaria del manejo de esos inmensos recursos obtenidos del ahorro de miles de trabajadores en todo el país.
Los fondos de pensiones terminaron desfinanciados, las instituciones de la salud terminaron quebradas, las agencias que construían vivienda fueron estafadas y los recursos que debían servir para entregar las viviendas a los pobres terminaron en los bolsillos de los contratistas, por lo general amigos y financiadores de las campañas de los políticos.
Este cuadro de una sociedad asaltada por individuos que ponen en primer plano su propio interés y no el de los colectivos, comenzó en los años ochenta del siglo pasado a ser glorificado por teóricos económicos que consideraban que la iniciativa individual, era el principio básico de una sociedad en crecimiento.  Los colectivos, asociaciones, acciones comunales y todo tipo de grupos que defendían intereses de grupos y comunidades empezaron a ser denigrados y acusados de distorsionar lo que de manera natural sucedía en los mercados.
Las empresas estatales fueron declaradas ineficientes e incapaces de cumplir los propósitos para los que habían sido diseñadas y se propuso la privatización de todas esas actividades, y en algunos casos sencillamente eliminarlas, sobre la base de que cada individuo debía decidir su propia suerte, y que el Estado no debía sustituir la voluntad de los ciudadanos.
Aparejado con esto, se registró un gran salto tecnológico: el uso de computadores personales y de procesos robotizados empezó a generalizarse en las empresas, y la demanda de mano de obra se redujo  de manera evidente.  Las grandes masas de obreros asalariados fueron sustituidas por ingenieros y supervisores, que administraban maquinaria automatizada y grandes centros industriales. La industria automotriz y muchas otras que habían sido el eje de del proceso industrial desparecieron como tales, sustituidas por galpones que podían albergar cientos de procesos automatizados, con muchos menos trabajadores. Adicionalmente, los mercados internacionales se integraron con mayor fuerza y muchos productos que se producían localmente pasaron a ser importados.
 La movilidad de la mano de obra aumento de forma dramática, muchos trabajadores fueron licenciados y con sus liquidaciones iniciaron pequeñas microempresas, otros menos afortunados no tuvieron capital suficiente y empezaron a deambular buscando trabajo.  Las familias debieron apretarse el cinturón para poder vivir con ingresos menores a los que habían tenido, el tamaño de unidades familiares disminuyó, muchas se resquebrajaron frente a la crisis y la inestabilidad de la nueva situación.  El aumento de las madres cabeza de familia fue notorio y la edad de ingreso al mercado laboral se redujo.
La ausencia de trabajo formal, obligó a muchas personas a rebuscarse, y en ese proceso las mafias del narcotráfico, la trata de personas y de armas y los grupos ilegales encontraron oportunidades para encontrar nuevos militantes, que sin otras oportunidades, caían fácilmente en manos de la delincuencia.  Los trabajos informales apenas daban para sobrevivir y la competencia en la calle se convirtió en una guerra salvaje.
El sector financiero, entre tanto, encontró en este nuevo tsunami económico una oportunidad para desarrollar nuevos modelos para explotar las necesidades de la gente y apoderarse del escaso patrimonio que aún tenían las familias. A pesar de que la capacidad de pago de los hogares había disminuido, se dieron mañas para diseñar instrumentos financieros que permitían a los intermediarios financieros ofrecer crédito con base en hipotecas sobre sus viviendas, por cifras mucho mayores a su capacidad de pago.  El resultado fue que muchas de esas viviendas fueron rematadas y los antiguos propietarios fueron puestos de patitas en la calle
Los individuos en este nuevo entorno han perdido su trabajo, su vinculación a las empresas, sus viviendas y hasta sus familias. El sujeto estaba ahora solo, y a pesar del progreso técnico, de la diversidad de frentes de trabajo y de las facilidades que representaba la tecnología, cada vez estaba más inseguro, vivía con mayor incertidumbre y los rodeaban innumerables riesgos.
En efecto, la seguridad que daban la relación de trabajo y un ingreso regular, habían desaparecido, la familia que proveía refugio ya no estaba o se había debilitado, las prestaciones sociales que antes garantizaban salud y pensión ya no eran seguras, pues dependían de la capacidad de conseguir un empleo formal.  El pan de cada día era ahora la incertidumbre: ¿conseguiré trabajo? ¿Cuánto me durará? ¿Seré capaz de completar las semanas obligatorias para la pensión? ¿Podré pagar la hipoteca?
Los riesgos para la salud y la vida también habían aumentado: las enfermedades epidémicas, las infecciones, la contaminación de los alimentos, la calidad de las aguas y muchos otras afecciones se vuelven corrientes.  No menos importantes son los cambios globales, como el cambio climático o la destrucción de la capa de ozono, que se convierten en cada vez más serias preocupaciones y peligros inminentes.
Este contexto da paso a la modernidad líquida, aquella que se nos escapa entre los dedos.  Las certezas que se tenían antes desaparecen, y el individuo debe buscar refugio en comunidades homogéneas en las que se siente a la vez protegido y reflejado.  Estos grupos están compuestos de seres que tienen una historia y un enfoque de la vida similar al de las personas que busca refugio, y con estos congéneres empiezan a buscar barreras contra el diferente, el que no encaja en el enfoque que el grupo da por sentado.
La forma como se empiezan a relacionar los diferentes agentes sociales a estas alturas ha cambiado notablemente: las innovaciones en comunicaciones y los tiempos de desplazamiento juegan un papel importante en el cambio de mentalidad.  Bauman habla de la “compresión del tiempo y el espacio”: mientras al “otro” se le mantiene lejos, la realidad cada vez es más próxima, los sucesos de Hong Kong aparecen en as redes sociales en tiempo real, los levantamientos en Chile nos tocan de cerca.  El espacio entre los frentes de la realidad que se destacan se comprimen y podemos tener información actualizada siempre a mano.  Pero a la vez que tenemos la ventaja de la información, otros aprovechan esta misma tecnología para informarse acerca de productos, mercados y servicios a nivel global.  Estos, con un solo click pueden hacer órdenes de compra que se activan literalmente al otro lado del mundo (Wish, Amazon, Alibaba), los capitales se tornan más volátiles e inversiones en Asia pueden ser trasladadas rápidamente a otros lugares en los que la rentabilidad se presenta más conveniente.  Esa volatilidad genera a su vez nuevas incertidumbres. Cualquier click de esos puede dejar en la calle a numerosos trabajadores de a pie.  Cada vez los inversionistas están más lejos de los centros de producción, lo que hace que la mayoría de los propietarios sean ausentistas, la relación del capitalista con la localidad y con las personas que laboran en esas unidades productivas es más lejana.
En este punto el hombre es libre como nunca antes, libre de ataduras y lazos que lo limitan, ya no tiene relación con su tierra de origen, ni con su familia, ni con su formación, ni con su religión, ni con su raza, no está atado a nada, pero a la vez no tiene nada.  Su única opción es “someterse a la sociedad y seguir sus reglas”
El individuo ha dejado de ser un “homo economicus” para ser un ente consumista, la verdadera satisfacción de los hombres modernos se encuentra en adquirir, comprar, poseer productos que socialmente son deseables, no tanto por su utilidad como por su vigencia como objetos de prestigio y deseo.  Pero la dicha dura poco, tan pronto llega el comprador a casa y prende el televisor encuentra que ese producto que adquirió ya tiene un modelo más nuevo.
En la Modernidad Líquida, como vemos, todo es pasajero, fugaz, temporal e incontrolable: los trabajadores, en esta etapa del desarrollo, ni quieren durar mucho tiempo en un trabajo, ni lo lograrán si así se lo proponen, las relaciones también son poco duraderas, la búsqueda de nuevos paradigmas es permanente. Lo que nos obliga a pensar en nuevas formas de afrontar una realidad cambiante y vertiginosa.  La educación para la Modernidad Liquida no puede ser igual a la que recibieron los trabajadores que en masa abarrotaban las líneas de producción.  Hoy necesitamos una educación que le permita al individuo adaptarse a los sucesivos cambios, una educación continua, que desarrolle capacidades y habilidades que se ajusten a sus intereses y propósito, de un lado, y a las condiciones específicas de las demandas por trabajo. Debe también dotar a los estudiantes con capacidades analíticas que ayuden a diferenciar la información útil y verdadera de falsa y de la basura que se encuentra en los medios de información y en las redes.
De acuerdo con estas características el trabajo debería organizarse de forma similar, la pretensión de contar con un “trabajo para toda la vida”, perdió vigencia.  La movilidad laboral debe ser una regla, que no debe ser aprovechada para afectar los ingresos de los trabajadores.  El respeto por la libertad de escoger cuando y donde trabaja o se prepara el trabajador, debe ser una condición para diseñar mecanismos de empleo y programas de capacitación alternados, que faciliten el acceso y el retiro temporal del trabajador.  En la medida en que el desempleo friccional se reduzca se garantizará el pago continuo de los aportes a salud y pensiones, sin limitar la voluntad de desarrollo personal de los operarios.
La oferta y demanda de trabajo no deben ser dejadas al mercado, que ha probado que tiene muy poca capacidad de reflejar las vocaciones de los trabajadores y las necesidades de la sociedad.  Los ajustes deben empezar por un censo de la formación profesional que refleje los campos de trabajo preferidos, así como la ubicación de tal personal capacitado.  A partir de esa información se pueden organizar centros de trabajo complementario, en los que se aprovechen sinergias de las diferentes capacidades laborales de los interesados en participar en estos centros de capacitación y desarrollo de proyectos.
El sistema de pensiones también debería cambiar su espíritu y en lugar de tratar de mantener los niveles de ingreso de los trabajadores durante su periodo laboral, debería encontrar un promedio que se encuentre por encima del costo de la canasta familiar, sin incluir atención médica, para que a cada pensionado se le garantice un ingreso digno.  El componente de salud para pensionados debería ser parte de la atención general gratuita para todos, con especiales condiciones de acceso físico y atención preferencial.  No más a las megapensiones (incluidas las de altos funcionarios del Estado).
Muchos otros aspectos de la vida cotidiana han cambiado de forma similar y sin embargo no existe asomo de que los legisladores estén pensando en cambiar el “status quo”. El gobierno debe gobernar para el presente y no para la historia.

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