martes, 26 de noviembre de 2019

Dejen jugar a Colombia



Por Héctor A. Otero

La mayor convocatoria al 21N, la realizaron el gobierno y sus aliados, al pretender asustar a la gente con una manifestación violenta y caótica.  Los jóvenes que, como dicen ellos mismos, “habían ya perdido el miedo”, se decidieron a demostrar que no se iban a dejar impresionar por el terrorismo de las autoridades oficiales y los partidos que defienden al gobierno.  En una actitud valerosa e independiente, quienes han visto el desprecio del gobierno Duque por todo lo que no sea “auténticamente uribista”, se decidieron a decir, que esa gran manipulación a las mayorías, no podía continuar.  El problema no era poner de acuerdo a la gente en “porqué marchar”, sino dejar a un lado la cantidad de aspectos de la política que este gobierno había tratado a las patadas. En efecto, desde el show de la frontera y el “final de la era Maduro”, pasando por el irrespeto a los compromisos adquiridos con el proceso de paz y la incapacidad para proteger la vida de líderes sociales e indígenas, todas la actividades que encabezó el presidente Duque dejaban un sin sabor y un evidente desencanto.
La recepción de miles de hermanos venezolanos, por las autoridades colombianas, sin ser capaces de diseñar una estrategia de absorción de esa masa humana, con proyectos que correspondieran a sus necesidades y capacidades de trabajo y conocimiento, el incumplimiento de los acuerdos con los estudiantes en materia de educación, que deberían buscar la  mejora del capital humano y el potencial de trabajo de las nuevas generaciones, así como la crisis de la salud, que llevó a miles de colombianos a quedar desamparados, en materia de atención médica y servicios de salud básicos, son pasivos en la cuenta de gestión del gobierno de Uribe II.
Los colombianos, que no contamos con recomendación de los amigos de Uribe, no tenemos opciones de trabajo en el gobierno, mientras los empleos ofrecidos por el sector privado no se incrementan para satisfacer la oferta de trabajo creciente.  Quienes tampoco tienen aval político difícilmente obtienen becas, créditos o acceso a la educación, y encima reciben las burlas, de quienes desde las sillas del Congreso, les gritan que “no sean vagos”. La administración pública no es diversa, no logra compartir con quienes no reverencian al “faro iluminador” y es incapaz de  mirar más que hacia dentro (introspección), lo que los rodea es para ellos irrelevante (no saben dónde están parados).
Quienes participaron en esta gran manifestación, sabían muy bien por que protestaban, tal vez con énfasis diversos, pero todos tenían algo en común, la gestión de Duque y sus compañeros de la escuela de pensamiento uribista, ha sido sectaria, carente de objetivos comunes a la sociedad, utilitarista, cortoplacista y en extremo egoísta.  El gobierno de un país debe tener objetivos elevados y valiosos para sus ciudadanos, pero en lo que ha mostrado Duque no se encuentra nada que haga sentir a los colombianos orgullosos de quienes gobiernan los destinos de esta nación.
Somos 45 millones, mal contados, de colombianos, que ven como los dineros de la alimentación escolar se pierde en contratos amarrados a castas regionales, que todos los días vemos nuestro  patrimonio asaltado, tanto en las calles, como por instituciones oficiales y bancarias, que se apoderan del escaso ahorro que alcanza a lograr el trabajador, y además nos dicen, que Colpensiones desaparecerá, con lo que se pondrán en riesgo las pensiones de los pocos ciudadanos que hoy reciben un precario ingreso después de trabajar toda su vida.
Este país debe ser de todos, no solo de los que votaron por el NO o por Duque, debe haber país también para los más de 30 millones que no votaron o no pudieron votar.  Por eso, lo que comenzó el 21N, solo debe cesar cuando podamos volver a sacar la cara por lo que este país es capaz de hacer, pero que en la actualidad está impedido de desarrollar, porque  no lo dejan.

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