Por Héctor A. Otero
La mayor convocatoria al 21N, la realizaron el gobierno y
sus aliados, al pretender asustar a la gente con una manifestación violenta y
caótica. Los jóvenes que, como dicen
ellos mismos, “habían ya perdido el miedo”, se decidieron a demostrar que no se
iban a dejar impresionar por el terrorismo de las autoridades oficiales y los
partidos que defienden al gobierno. En
una actitud valerosa e independiente, quienes han visto el desprecio del
gobierno Duque por todo lo que no sea “auténticamente uribista”, se decidieron
a decir, que esa gran manipulación a las mayorías, no podía continuar. El problema no era poner de acuerdo a la
gente en “porqué marchar”, sino dejar a un lado la cantidad de aspectos de la
política que este gobierno había tratado a las patadas. En efecto, desde el
show de la frontera y el “final de la era Maduro”, pasando por el irrespeto a
los compromisos adquiridos con el proceso de paz y la incapacidad para proteger
la vida de líderes sociales e indígenas, todas la actividades que encabezó el presidente
Duque dejaban un sin sabor y un evidente desencanto.
La recepción de miles de hermanos venezolanos, por las
autoridades colombianas, sin ser capaces de diseñar una estrategia de absorción
de esa masa humana, con proyectos que correspondieran a sus necesidades y
capacidades de trabajo y conocimiento, el incumplimiento de los acuerdos con
los estudiantes en materia de educación, que deberían buscar la mejora del capital humano y el potencial de
trabajo de las nuevas generaciones, así como la crisis de la salud, que llevó a
miles de colombianos a quedar desamparados, en materia de atención médica y
servicios de salud básicos, son pasivos en la cuenta de gestión del gobierno de
Uribe II.
Los colombianos, que no contamos con recomendación de los
amigos de Uribe, no tenemos opciones de trabajo en el gobierno, mientras los
empleos ofrecidos por el sector privado no se incrementan para satisfacer la
oferta de trabajo creciente. Quienes
tampoco tienen aval político difícilmente obtienen becas, créditos o acceso a
la educación, y encima reciben las burlas, de quienes desde las sillas del
Congreso, les gritan que “no sean vagos”. La administración pública no es
diversa, no logra compartir con quienes no reverencian al “faro iluminador” y
es incapaz de mirar más que hacia dentro
(introspección), lo que los rodea es para ellos irrelevante (no saben dónde
están parados).
Quienes participaron en esta gran manifestación, sabían muy
bien por que protestaban, tal vez con énfasis diversos, pero todos tenían algo
en común, la gestión de Duque y sus compañeros de la escuela de pensamiento
uribista, ha sido sectaria, carente de objetivos comunes a la sociedad,
utilitarista, cortoplacista y en extremo egoísta. El gobierno de un país debe tener objetivos
elevados y valiosos para sus ciudadanos, pero en lo que ha mostrado Duque no se
encuentra nada que haga sentir a los colombianos orgullosos de quienes
gobiernan los destinos de esta nación.
Somos 45 millones, mal contados, de colombianos, que ven
como los dineros de la alimentación escolar se pierde en contratos amarrados a
castas regionales, que todos los días vemos nuestro patrimonio asaltado, tanto en las calles, como
por instituciones oficiales y bancarias, que se apoderan del escaso ahorro que
alcanza a lograr el trabajador, y además nos dicen, que Colpensiones
desaparecerá, con lo que se pondrán en riesgo las pensiones de los pocos
ciudadanos que hoy reciben un precario ingreso después de trabajar toda su
vida.
Este país debe ser de todos, no solo de los que votaron por
el NO o por Duque, debe haber país también para los más de 30 millones que no
votaron o no pudieron votar. Por eso, lo
que comenzó el 21N, solo debe cesar cuando podamos volver a sacar la cara por
lo que este país es capaz de hacer, pero que en la actualidad está impedido de
desarrollar, porque no lo dejan.
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